Ya sea inspirando a otros o tomando parte de la acción. Francisco Martínez de la Rosa es una de las personas cuya vida, realmente, merece nuestra atención por el grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la biografía de Francisco Martínez de la Rosa es comprender más acerca de una época concreta de la historia del género humano.
Político y escritor español (Granada, 1787 - Madrid, 1862). Este catedrático de filosofía ética de la Universidad de Granada (1808) se sumó a las filas de los revolucionarios liberales a lo largo de la Guerra de la Independencia (1808-14) y fue diputado en las Cortes de Cádiz que aprobaron la Constitución de 1812. Por ello, fue encarcelado tras el regreso de Fernando VII y el restablecimiento del absolutismo. Recuperó la independencia a lo largo del Trienio Liberal (1820-23), en el que aceptó el liderazgo de la rama mucho más moderada de los liberales (los «doceañistas») en frente de la mayor parte de «exaltados», e inclusive encabezó el gobierno como ministro de Estado en 1822.
Una exclusiva reacción absolutista a lo largo de la «Ominosa Década» (1823-33), que le forzó a exilarse en Francia, terminó de conducirle a una posición ideológica sintética, inspirada en el liberalismo doctrinario de François Guizot: en lo sucesivo defendería un liberalismo muy moderado que sirviese para una transacción con la monarquía y con los incondicionales del absolutismo. Fue esa posición centrista la que llevó a la regente María Cristina a llamarle para conformar gobierno en 1834-35.
En aquel intérvalo de tiempo vital, Martínez de la Rosa puso de pie un régimen de monarquía limitada con el primer Parlamento bicameral de la narración de España, reflejado en el Estatuto Real (1834). Buscando el acompañamiento de la opinión liberal a la causa de Isabel II contra las metas al Trono de don Carlos, Martínez de la Rosa dictaminó la amnistía para los liberales enjaulados a lo largo del intérvalo de tiempo absolutista; pero, siempre y en todo momento en situaciones centristas, procuró asimismo humanizar la guerra declarada contra los carlistas.
Su moderación fue excedida enseguida por las pretensiones radicales de las masas populares, que llevaron al gobierno a líderes progresistas como Mendizábal y también obligaron modelos constitucionales mucho más abiertamente liberales (1836). En lo sucesivo, Martínez de la Rosa sería entre los inspiradores de la capacitación del Partido Moderado, que debía comandar largos periodos de la vida política de españa, representando el ala conservadora del liberalismo, sobre la que descansó el reinado de Isabel II. Él mismo fue diputado, embajador en París y en Roma, presidente del Consejo de Estado, ministro de Estado (1844-46 y 1857-58) y presidente del Congreso (1851, 1857 y 1860).
Como escritor se anotó en la línea del romanticismo; resaltó más que nada en el lote dramático (La conjuración de Venecia, 1834), si bien asimismo practicó la poesía y el ensayo (El espíritu del siglo, 1851). Su prestigio intelectual le llevó a ser parte de las Reales Academias Española (que encabezó de 1839 a 1862), de la Historia, de Bellas Artes y de Jurisprudencia, tal como a ser presidente del Ateneo de Madrid.
Proyectos de Martínez de la Rosa
Las proyectos de Francisco Martínez de la Rosa, reflejo de un en ocasiones inseguro eclecticismo ilustrado, tienen la posibilidad de dividirse en cinco materias bien distinguidas: ensayo político, crítica literaria, poesía, novela y teatro. Aparte de sus piezas oratorias, los escritos políticos indican la predominación de los teóricos franceses del siglo XVIII (más que nada Montesquieu), los tradicionales del liberalismo inglés (Jeremy Bentham, Edmund Burke) y la tradición liberal de españa encabezada por Jovellanos. En El espíritu del siglo (1835) hace una ojeada de la evolución europea desde la Revolución Francesa, y en Bosquejo histórico de la política en España (1855), su ensayo político mucho más ambicioso, procura investigar pausadamente el avance de la historia actualizada del país desde los Reyes Católicos; se duele el creador de la incapacidad de España para consolidar un poder constitucional que responda a una genuina soberanía nacional.
Su producción lírica, de inspiración neoclásica, contrasta con las ideas románticas de sus contemporáneos y se encuentra reunida en Poesías (1833), una compilación de marcado carácter político. No pasó de ser un aficionado culto, resaltando algo en la sátira (El cementerio de momo) y menos en las creaciones anacreónticas, cariñosas (Los juegos del amor, La aparición de Venus), heroicas (Zaragoza) y románticas (La soledad, La muerte). La única novela que dejó redactada, Doña Isabel de Solís, reina de Granada (1837), es una recreación de los cuentos histórico-románticos ingleses con ecos de Walter Scott y Washington Irving.
Su producción teatral está formada por desgracias neoclásicas, dramas históricos y comedias costumbristas; estas últimas (La pequeña en la vivienda y la madre en la máscara, 1821; La boda y el desafío, 1828; Los celos injustificados, 1833) siguen la línea de Moratín y adolecen de una intención moralizante que deriva en una asepsia vacía de intensidad humana, perdiendo de este modo una parte de su mordiente político.
Este normalismo queda mitigado en las desgracias, adscritas al modelo ilustrado de Manuel José Quintana, con temas de la historia de españa: la Guerra de Granada en Morayma (1818) y el drama de los comuneros según la experiencia de María de Padilla en La viuda de Padilla (1814). Esta catástrofe, romántica en su concepción, tradicional por la sobriedad de los letras y números, revela la imitación de Vittorio Alfieri, declarada, por supuesto, por exactamente el mismo creador; y el espíritu de Alfieri se encuentra no solo en el imperio de las pasiones civiles que bate a los individuos y los eleva a símbolos de independencia y de justicia, sino más bien en las propias pretenciones políticas, que anacrónicamente cargan un episodio histórico con un concepto constitucional que no podía tener.
Fuera de las visiones historicistas queda Edipo (1829), versión de la catástrofe de Sófocles enrarecida con tintes típicamente románticos. Aben Humeya (1830) fue la primera tentativa de asimilación del teatro romántico al estilo de Víctor Hugo en el viejo leño del teatro histórico nacional; y más allá de no tener un concepto artísticamente destacable en el movimiento de transición del clasicismo al romanticismo, da no obstante la medida de un poeta equilibrado en sus concepciones, sensibles a los idóneas éticos de su tiempo y presto ahora a abandonarse a las olas del sentimiento para rememorar sus contrastes mas tumultuosos.
Al género histórico forma parte asimismo la parte teatral mucho más conocida de Martínez de la Rosa, La conjuración de Venecia (estrenada en 1834). Escrita en prosa, relata la sublevación de ciertos nobles venecianos en 1310, contra la tiranía de Pedro Morosini. A pesar del rechazo del romanticismo liberado, los sentimientos interesados de los amantes personajes principales (frustrados por causas políticas, en una clara evocación a Romeo y Julieta de Shakespeare), las situaciones de horror y sepulcrales, los capítulos costumbristas y los avatares revolucionarios transformaron la obra en entre los paradigmas del romanticismo literario, entre las producciones clave en el arranque del drama romántico español.
La representación de La conjuración de Venecia, no obstante, no consiguió en el mundillo literario el éxito que logró en 1835 el estreno de Don Álvaro o la fuerza del sino más bien del duque de Rivas, pues Martínez de la Rosa, acólito de los tradicionales y de Alfieri, tenía una concepción moderada del romanticismo. En vez de explotar el golpe de efecto, prefirió poner el interés dramático en las ocasiones en pugna (la conjura política y las peripecias de un amor trágico), en la pesada atmósfera de persecuciones y bajo la sombra helada de las tumbas. El ámbito es romántico, pero la manera es aún leal a una compostura tradicional. A pesar de todo, la obra ocupa un espacio esencial en la crónica de la literatura escénica de españa del siglo XIX.
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