Fernando VII

Ya sea inspirando a otros o tomando parte de la acción. Fernando VII es uno de esos sujetos cuya vida, en efecto, merece nuestra atención por el grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Fernando VII es comprender más sobre una época concreta de la historia de la humanidad.

Las biografías y las vidas de personas que, como Fernando VII , cautivan nuestra atención, tienen que valernos en todo momento como referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Hacer un esfuerzo por comprender la biografía de Fernando VII , el motivo por el cual Fernando VII vivió del modo en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo en su vida, es algo que nos ayudará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que avanza, de forma inexorable, la historia.

Vida y Biografía de Fernando VII

Rey de España (El Escorial, 1784 - Madrid, 1833). Era hijo de Carlos IV, con quien sostuvo malísimas relaciones: ahora como príncipe de Asturias conspiró contra su padre, reuniendo a su alrededor a los descontentos con la política del valido Manuel Godoy en un partido fernandista con determinado acompañamiento cortesano y habitual. Descubierta la conspiración, el príncipe fue culpado por el desarrollo de El Escorial (1807), si bien enseguida solicitó y consiguió el perdón de su padre.

Ello no le impidió encabezar el motín de Aranjuez, por el que arrebató el trono a Carlos IV y derribó a Godoy del poder (1808). Fernando, que había mantenido contactos con Napoleón durante sus conspiraciones, se halló en aquel mismo año con que el emperador invadía España y le hacía apresar y conducir a Bayona (Francia); allí le forzó a devolver la Corona a Carlos IV, solo para forzar que éste abdicara el trono español en nuestro hermano del emperador, José I Bonaparte.

Mientras que Fernando continuaba recluido en Valençay (Francia), fue el pueblo español el que aceptó por su cuenta la resistencia contra la ocupación francesa y el desarrollo innovador que tenía que conducir a las Cortes de Cádiz a llevar a cabo la primera Constitución de españa en 1812; a lo largo de la consiguiente Guerra de la Independencia (1808-14), el rey cautivo se transformó en un símbolo de las pretensiones nacionales españolas, fundamento al que hay que que recibiese el sobrenombre de el Esperado.

Derrotados militarmente los franceses, Fernando VII recobró el trono por el Tratado de Valençay (1813); tan rápido como llegó a España se apuró a proseguir la convidación de un conjunto de retrógrados (Manifiesto de los Persas) y establecer nuevamente la monarquía absoluta del siglo previo, descartando la Constitución y la obra reformadora efectuada en su sepa por las Cortes (1814).

El resto del reinado de Fernando VII estuvo marcado por su resistencia a reformar las caducas construcciones del Antiguo Régimen, acompañada de una opresión sanguinolenta contra los movimientos de inspiración liberal. Durante los «seis mal llamados años» (1814-20) se limitó a volver a poner la monarquía absoluta tal y como si nada hubiese ocurrido desde 1808, agudizando los inconvenientes financieros derivados de la pervivencia de los permisos fiscales y la insuficiencia del sistema fiscal clásico; un endeudamiento creciente ahogaba a la Hacienda Real, al paso que España perdía todo importancia en todo el mundo (la participación en el Congreso de Viena de 1815 se saldó sin beneficio alguno para el país).

Inútil de reaccionar frente al desarrollo de emancipación de las colonias americanas, Fernando VII dejó prácticamente que consolidaran su independencia de España; en el momento en que, en 1820, reunió en Andalucía un ejército expedicionario designado a recobrar el control sobre América, éste se pronunció bajo el mando del general Rafael del Riego y puso en marcha un desarrollo innovador que forzó al rey a admitir la restauración de la Constitución de 1812.

Durante el próximo Trienio Liberal (1820-23), Fernando procuró socorrer el trono fingiendo aceptar su nuevo papel de monarca constitucional, pero usó todos y cada uno de los elementos que ha podido para realizar fracasar el régimen y obstaculizar las reformas de las Cortes y los gobiernos liberales: conspiró para ordenar un golpe de Estado de la Guardia Real en Madrid, que fracasó en 1822; más tarde llamó en su asiste para las potencias absolutistas de la Santa Alianza, hasta favorecer una exclusiva invasión francesa de la Península, la campaña de los «Cien mil hijos de San Luis» que, bajo el mando del duque de Angulema, derribó el régimen constitucional y restituyó a Fernando VII como rey absoluto (1823).

Se inició entonces la «Ominosa Década» (1823-33), a lo largo de la que Fernando VII exacerbó su odio vengativo contra todo atisbo de liberalismo, mientras que dejaba que se consumara la pérdida del imperio español en América: anuló de nuevo toda la obra legislativa de las Cortes constitucionales, abocó a la Hacienda a la quiebra y ahogó en sangre nuevos pronunciamientos liberales.

En los últimos años de su reinado, no obstante, las intranquilidades políticas del monarca vinieron de otro lado: en 1830 Fernando VII decretó al fin la Pragmática Sanción aprobada por las Cortes de 1789, donde se abolía la Ley Sálica, volviendo al derecho sucesorio clásico español que dejaba que heredaran el trono las mujeres; resolución oportuna, en tanto que en aquel mismo año nació al fin un heredero de su cuarto matrimonio con su sobrina María Cristina de Borbón, pero resultó ser hembra (la futura Isabel II de España).

Esta situación desató las iras del príncipe Carlos María Isidro de Borbón, hermano del rey, que se vio apartado de la sucesión en beneficio de su sobrina, y pasó a encabezar desde ese momento el descontento de los ultrarrealistas, reluctantes a cualquier apertura o deber con el signo de los tiempos, que era inequívocamente liberal en toda Europa. Los realistas puros habían protagonizado ahora una sublevación en Cataluña en 1827 (la Rebelión de los Ofendidos) y en los últimos años del reinado se preparaban para enfrentar una contienda civil; su intransigencia logró mella en el rey, quien en un instante de patología derogó la Pragmática, para volverla a promulgar una vez sano (1832). Con todo ello incitó la escisión dinástica que condujo al país a la Primera Guerra Carlista (1833-39), una vez fallecido Fernando VII y rigiendo María Cristina de Borbón como regente representando a su hija, Isabel II.

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