Fernando II de Habsburgo

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Vida y Biografía de Fernando II de Habsburgo

(Graz, 1578 - Viena, 1637) Emperador germánico (1619-1637), rey de Bohemia (1617) y de Hungría (1618). Hijo del archiduque Carlos de Habsburgo y nieto de Fernando I de Habsburgo, heredó la corona imperial a la desaparición de Matías I (1619). Su intención de asegurar el poder imperial y de eliminar el protestantismo dio origen a la guerra de los Treinta Años (1618-1648), donde tuvo el acompañamiento de España y de los príncipes católicos alemanes. Inicialmente victorioso en las campañas de Montaña Blanca (1620) y Lütter (1626), el Edicto de Restitución provocó la intervención de Gustavo II Adolfo de Suecia (1631) y de Francia (1635).

De antemano a su coronación, Fernando II de Habsburgo aceptó el gobierno de los ducados de Estiria (a veces es nombrado como Fernando de Estiria), Carintia y Carniola (1596) y del condado del Tirol. Perteneciente a una rama menor de la vivienda de Austria, reunió en vida de su primo, el emperador Matías I de Habsburgo (1612-1619), los territorios centroeuropeos que esta dinastía había gobernado comúnmente. Por dejación del emperador Matías I consiguió la Corona de Bohemia (1617) y Hungría (1618) y se realizó con el gobierno de los dominios germánicos de la dinastía austriaca; en 1619, tras la desaparición de Matías I, fue escogido emperador.

El primer obstáculo que Fernando II de Habsburgo tuvo que sortear fue un movimiento protestante y nacionalista de la nobleza checa de Bohemia, que al no admitir su autoridad expulsó a los gobernantes imperiales (defenestración de Praga, 1618), lo destronó como rey de Bohemia, escogió como rey al elector Federico V del Palatinado (jefe de la Unión Evangélica y yerno de Jacobo I de Inglaterra) y se unió al noble magiar Gabor Bethlen, quien aspiraba a devolver la independencia a Hungría.

Su capacitación con los jesuitas de Ingolstadt (Alemania) había hecho de Fernando II de Habsburgo un enorme defensor de la Contrarreforma, que procuró utilizar de manera radical en sus estados y en el Imperio a través de el ejército de la Santa Liga Católica. De este modo no solo pretendía establecer nuevamente la unidad religiosa, sino más bien asimismo remarcar la autoridad imperial. A pesar de sus renuencias a modificar el deber de Augsburgo (1555) en lo concerniente a los temas en general del Imperio, el combate con Federico V del Palatinado trajo como resultado la intervención contra los dominios que este tenía en Alemania, lo que paralelamente ocasionó un enfrentamiento con ciertos príncipes protestantes.

De este modo se inició la Guerra de los Treinta Años (1618-1648, si bien en la situacion español y francés pervivió hasta 1659), que próximamente se transformó en un enfrentamiento de alcance en todo el mundo gracias a la intervención sueca (1631), a la tarea diplomática del Cardenal Richelieu y a la participación en la pelea de Francia y España. En un primer instante Fernando II de Habsburgo ha podido recuperar Bohemia merced a la victoria del conde de Tilly en la Montaña Blanca (1620), que fue seguida de una dura opresión, y con el acompañamiento militar de los príncipes alemanes de la Liga Católica y de España ocupó el Alto Palatinado (1620-1623) y nombró como nuevo elector a Maximiliano I de Baviera.

En 1625 se inició la llamada cuestión de la Valtelina, que tuvo como causa la ocupación francesa del valle homónimo. Fernando II de Habsburgo se encaró a los príncipes alemanes de la Baja Sajonia y, con el apoyo de Albrecht von Wallenstein, al asegurador de aquéllos, Cristian IV de Dinamarca, el que, tras ser derrotado en la guerra de Lütter (1626) por el conde de Tilly, se vio obligado a firmar la paz de Lübeck (1629). Estos éxitos dejaron a Fernando II promulgar, siguiendo el consejo de Wallenstein, el Edicto de Restitución (1629), por el que habían de ser devueltos a la Iglesia católica todos y cada uno de los territorios secularizados desde el Edicto de Passau (1552).

El progreso imperial sobre el Báltico, unido al lugar impuesto por Wallenstein a Stralsund (Suecia, 1628) y la coalición de Fernando II de Habsburgo con el rey polaco Segismundo III, que aspiraba a recobrar la Corona sueca, motivaron la enemistad de los suecos, cuyo rey, Gustavo II Adolfo, decidió intervenir en Alemania. Esta ofensiva, que empezó con el desembarco en Mecklemburgo (Alemania), se saldó en un inicio con las victorias de Leipzig (1631) y Lech 1632), que dejaron a Gustavo II Adolfo de Suecia ocupar Renania, Franconia, Suabia y Baviera y seguir exitosamente hasta su muerte en Lützen (1632).

Sin embargo, la presencia sueca en el centro de Europa proseguía siendo esencial, lo que unido a la incesante amenaza francesa hacía precisa una colaboración entre los gobiernos de Viena y Madrid, que cristalizó en el pacto de asistencia recíproca firmado en 1632. Siguiendo la política de angosta colaboración entre ámbas ramas de la dinastía (que estuvo vigente a lo largo de los reinados de Felipe III y Felipe IV, si bien fue mucho más aparente que real), el conde-duque de Olivares logró reunir un ejército de unos quince mil hombres que, a cargo del cardenal-infante Fernando de Austria, atravesó los Alpes y se unió a las tropas imperiales del general Gallas (quien había substituido a Wallenstein, ejecutado en 1634 por su incierta lealtad) para vencer a los suecos en la guerra de Nördlingen (Alemania, septiembre de 1634), la más esencial de la Guerra de los Treinta Años.

Con ella se puso fin a la hegemonía sueca en Alemania, se aceleró la disolución de la Liga de Heilbrom (coalición de príncipes protestantes construída en 1633 por el canciller sueco Axel Oxenstierna), se forzó a ciertos príncipes protestantes a un comprensión con el emperador y se destrozó prácticamente completamente el ejército, lo que condujo a la firma de la Paz de Praga (1635), donde se acordó el cuidado de las pertenencias a lo largo de 40 años.

A pesar de estos intentos pacificadores, los territorios alemanes siguieron siendo a lo largo de ciertos años ámbito de los enfrentamientos de europa, debido principalmente a la actividad diplomática del cardenal Richelieu, quien, con la intención de remover ámbas ramas de la vivienda de Austria, declaró la guerra a España y al Imperio. Prueba de la fragilidad que caracterizó a las relaciones entre Viena y Madrid fue la vulneración por parte austriaca del tratado ofensivo-defensivo firmado en 1634: en 1635 Fernando II de Habsburgo no respondió a las necesidades de asistencia de los holandeses, que veían su territorio conminado por los franceses. Tras su fallecimiento la corona imperial pasó a su hijo Fernando III de Habsburgo.

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