(Madrid, 1578-1621) Rey de España y Portugal, hijo de Felipe II, a quien sucedió en 1598. La muerte de Felipe II marcó el objetivo de un sistema político y el comienzo de otro régimen de gobierno. Los reyes españoles del siglo XVII se limitaron a cumplir los deberes burocráticos de la Corona, dejando el poder a cargo de personas de su absoluta seguridad, los validos. Con Felipe III revivieron las luchas cortesanas entre preferidos, ávidos de poder. De este modo, la introducción del régimen de privados dejó a la alta nobleza castellana usufructuar el poder que desde principios del siglo XVI, dado el prestigio de la monarquía, habían visto achicado. Pudo ser preciso para suplir la insuficiencia personal del monarca, y precisamente Felipe III, místico y también indolente, no relució por su sabiduría ni por su energía; lo lamentable fue la escasa altura de los privados, quienes decididos a preservar el dominio político a toda costa, aceptaban la venalidad de los gobernantes en grave detrimento de la Corona, ya que para los cargos no se nombraba a los más destacados, sino más bien a los que mucho más pagaban.
Aficionado al teatro, a la pintura y -más que nada- a la caza, Felipe III delegó los temas de gobierno a cargo de su valido, el duque de Lerma; por predominación de este, la corte de españa se trasladó por un tiempo a Valladolid (1601), volviendo entonces a su sede de Madrid (1606). Al retirarse Lerma en 1619, le sucedió en el valimiento su hijo, el duque de Uceda, más allá de que el rey impidió que alcanzara un poder tan sin limites como había tenido su padre. Ambos mandatarios, predispuestos de forma exclusiva a lucrarse, aumentaron sensiblemente los costos suntuarios de la Corte, mientras que se manifestaban los primeros síntomas de una grave y extendida crisis económica puesta en prueba por los escritos de los arbitristas, entre ellos González de Alfango y Sancho de Moncada.
A lo largo del reinado se sucedieron las reformas institucionales para arreglar los inconvenientes de corrupción y también inoperancia que aquejaban a la administración de la Monarquía: además de los cambios introducidos en el clásico sistema de Consejos, se extendió poco a poco más el recurso a las Juntas, órganos premeditados a disminuir el poder de aquéllos a favor de un gobierno mucho más ágil y congruente, pero que no generaron el resultado apetecido (Junta de Guerra de Indias, Junta de Desempeño, Junta de Hacienda de Portugal…).
Simultáneamente, se adoptaron disposiciones para calmar la crisis de la Hacienda. A pesar de que los caudales que llegaban de Indias proseguían siendo varios, se hicieron continuas manipulaciones de la moneda de cobre (vellón) por consecutivas acuñaciones y resellos, que motivaron que desapareciese de la circulación la moneda de buena ley y provocaron una inflación de costos que agudizó la depresión económica.
Los inconvenientes financieros, que se arrastraban desde el reinado previo, hicieron al rey ligado de las Cortes, a las que debió reunir con mucho más continuidad que sus predecesores a fin de que le otorgaran los elementos indispensables para sostener la acción exterior de la Monarquía (servicios de millones). Por último, en la política interior de Felipe III hay que resaltar la expulsión de los moros (1610), que liquidó el inconveniente desarrollado en tiempos de Felipe II, al diseminar por toda la Península a los musulmanes granadinos derrotados en la Guerra de las Alpujarras; esa expulsión tuvo efectos económicos muy negativos.
Con Felipe III comienza la serie de los llamados «Austrias inferiores», monarcas de la Casa de Habsburgo en el siglo XVII, bajo los que se causó la caída del poderío español en Europa. Los principios del reinado se caracterizaron por una línea pacifista, obligada por las adversidades financieras: en 1604 se firmó la Paz de Londres con Inglaterra; en 1609 la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas de los Países Bajos; la paz con Francia, que Felipe II había concertado en sus últimos instantes (Vervins, 1598) quedó afianzada en 1615, a través de sendos matrimonios del rey francés con una infanta de españa y del príncipe heredero de España (el futuro Felipe IV) con una infanta francesa; y los éxitos militares logrados en el norte de Italia parecieron abrir asimismo allí un periodo de tiempo de calma (Convenio de Pavía, 1617).
Esa situación se rompió en el momento en que los enfrentamientos internos de los Habsburgo arrastraron a toda Europa a la Guerra de los Treinta Años (1618-48). Iniciada a propósito del combate entre católicos y protestantes en Bohemia, la primera etapa de la guerra (la pertinente al reinado de Felipe III) encaró a España, aliada de Austria y de Baviera (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Liga Católica), contra los protestantes libres apoyados por el Palatinado (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Unión Protestante).
La victoria de las tropas españolas mandadas por Spínola en el Palatinado, y de las tropas de la Liga mandadas por Tilly en Bohemia, saldó esta primera etapa en beneficio de los intereses españoles; pero la guerra se reanudaría en el próximo reinado en un sentido bastante menos conveniente. A la desaparición del rey, la monarquía de españa preservaba íntegro su prestigio exterior, si bien en el orden interior se había afianzado la crisis económica, que se manifestaría de forma plena en tiempos de su sustituto, Felipe IV.
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