La historia de la civilización está contada por las mujeres y hombres quea lo largo del tiempo, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho queel género humano, de un modo u otro,prospere.
Ya sea inspirando a otros o formando parte de la acción. Federico Rubio y Galí es una de las personas cuya vida, realmente, merece nuestra atención debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la vida de Federico Rubio y Galí es conocer más sobre una época concreta de la historia del ser humano.
Las biografías y las vidas de personas que, como Federico Rubio y Galí, atraen nuestra curiosidad, deben servirnos siempre como punto de referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de Federico Rubio y Galí, el motivo por el cual Federico Rubio y Galí vivió como lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a comprender mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que avanza, de forma implacable, la historia.
(Puerto de Santa María, 1827 - Madrid, 1902) Médico español. Estudió medicina en la Facultad de Cádiz, donde consiguió el título de licenciado en 1850. Tuvo entre sus profesores a Manuel José de Porto y a José de Gardoqui, en unos años en los que había empezado ahora a rechazar la esencial escuela anatomoclínica gaditana, encabezada a lo largo de las décadas precedentes por Francisco Javier Laso de la Vega. Fue un alumno refulgente, que ganó la plaza de ayudante disector en 1845 e inclusive publicó un Manual de Clínica Quirúrgica (1849) antes de graduarse.
Finalizados sus estudios se asentó en Sevilla, localidad donde no tardó en conseguir un enorme prestigio como cirujano. Al mismo tiempo se relacionó con sus entornos intelectuales y políticos mucho más progresistas. Desde el criterio filosófico, resultó eminentemente influido por Federico de Castro Fernández, acólito del krausista Julián Sanz del Río y catedrático de metafísica de la Universidad de Sevilla. Dicho influjo se refleja en El libro chaval (1863), folleto que Rubio dedicó a sintetizar sus ideas filosóficas y sicológicas, que desarrolló después en un volumen de prácticamente trescientas páginas, que se titula El Ferrando (1864), anunciado para defenderse de una crítica desfavorable.
Fan de ideas políticas radicales desde su temporada de estudiante, se adhirió al republicanismo federal de Francesc Pi i Margall desde la revolución de 1854. Las medidas represivas de los gobiernos derechistas le forzaron a ausentarse de España en 1860 y 1864. Supo, no obstante, transformar su exilio político en ocasión de llenar su capacitación científica. En la primera de las datas citadas, trabajó en Londres como cirujano al lado de William Fergusson. En la segunda, tras una corto temporada en Montpellier, radicó en París, donde completó su preparación quirúrgica en los servicios hospitalarios de figuras como Alfred Velpeau, Pierre Paul Broca y Auguste Nelaton. También asistió allí a los tutoriales de microscopia del venezolano Eloy Carlos Ordóñez, acólito de Charles Robin, que fue además profesor de Aureliano Maestre de San Juan.
La revolución de 1868 favoreció, tras su regreso a Sevilla, el avance de sus proyectos científicos y políticos. A solicitud suya, la junta revolucionaria local creó, en el mes de octubre de tal año, la Escuela Libre de Medicina y Cirugía de Sevilla, que fue la primera en España que contó con cátedras destinadas a las especialidades y a disciplinas básicas como la histología. Rubio se hizo cargo en ella de la enseñanza de la clínica quirúrgica.
Por otro lado, fue escogido, en el mes de enero de 1869, para representar a Sevilla en las Cortes constituyentes, como cabeza de la candidatura republicana. Volvió a ser escogido diputado en 1871 y, por año siguiente, senador. La República lo nombró en 1873 embajador en Londres, pero como el Gobierno británico no llegó a admitir al nuevo régimen español, volvió a explotar su estancia allí desde el criterio científico. También efectuó exactamente el mismo año un viaje a los Estados Unidos, donde visitó las primordiales instituciones de Nueva York, Filadelfia y Chicago similares con la cirugía.
A su regreso fijó su vivienda en Madrid, adonde prácticamente se había movido desde inicios de 1870. Lo mismo que en Sevilla, logró un enorme éxito profesional como cirujano. Apartado de la política activa desde 1875, continuó, no obstante, relacionado con los entornos intelectuales mucho más libres, de forma especial con el que rodeaba a Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza.
Desde el criterio médico se relacionó del mismo modo con las personalidades renovadoras y con las instituciones que, según con el principio innovador de independencia de enseñanza, procuraron sobrepasar las construcciones atrofiadas de todo el mundo académico oficial. Colaboró así mismo con Ezequiel Martín de Pedro y José Eugenio de Olavide y fue instructor en la Escuela Libre de Medicina y Cirugía de Pedro González de Velasco.
El propio Rubio fue, después, el principal creador de la más esencial y perdurable de estas instituciones médicas renovadoras. En 1880 se creó bajo su dirección el Instituto de Terapéutica Operatoria en el Hospital de la Princesa de Madrid. A pesar de tener unas instalaciones modestas, se organizó de modo muy riguroso. Tenía salas para enfermos hospitalizados y dispensarios con consultas de ortopedia, otología y laringología y, después, de urología, ginecología y otras especialidades. Disponía además de gabinete de electroterapia, de anfiteatro anatómico y de laboratorios de histología y anatomía patológica.
Desarrolló una enorme tarea en la capacitación de graduados, transformándose, más que nada, en el genuino núcleo de cristalización en España del moderno especialismo quirúrgico, merced a figuras como Rafael Ariza, Enrique Suénder, etcétera. Su actividad científica se propagó, primero, merced a sus Reseñas cada un año (1881-1885) y, desde 1899, mediante la Revista Iberoamericana de Ciencias Médicas.
En 1896 el Instituto se trasladó desde sus locales en el Hospital de la Princesa a un edificio de novedosa planta construido en la Moncloa con fondos procedentes, en su mayor parte, de una suscripción pública. El año previo, Rubio había fundado en su seno la Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría, que inició la actualizada enfermería en España.
Además de su papel de promotor de instituciones renovadoras, hay que resaltar la relevancia de la tarea de Federico Rubio como cirujano práctico. Fue la mucho más refulgente de las figuras que, en todo el periodo 1860-1880, introdujeron en España las peligrosas intervenciones que dejó la revolución quirúrgica. En 1860 practicó su primera ovariotomía, un par de años una vez que iniciara su serie Thomas Spencer Wells; en 1861, su primera histerectomía; en 1874, su primera nefrectomía; y en 1878, la primera extirpación total de la laringe, cinco años tras la realizada por Theodor Billroth.
Prestó enorme atención a la hemostasia, a la antisepsia y a las técnicas de anestesia, pero resaltó en especial por su interés hacia la histología habitual y patológica y la microbiología, de las que fue entre los mucho más tempranos cultivadores españoles. Entre sus trabajos histopatológicos, iniciados en 1871, sobresalen los consagrados a los tumores. En 1872, expuso la clasificación y el concepto etiológico de las bacterias en un trabajo en colaboración con José Eugenio de Olavide, creador con el que efectuó, además de esto, indagaciones experimentales sobre distintos parásitos microscópicos.
Hay que resaltar, finalmente, que Rubio fue entre los primeros médicos que llegó a elaborar de modo exacto lo que el día de hoy llamamos nosología popular, primordialmente en su alegato La Socio-patología (1890), tal como en el libro que se titula La Felicidad. Primeros ensayos de nosología y de terapéutica popular (1894), que publicó firmado con el seudónimo de «Doctor Ruderico».
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