Éric Rohmer

Las biografías y las vidas de personas que, como Éric Rohmer, seducen nuestro interés, deben valernos siempre como referencia y reflexión para ofrendar un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de Éric Rohmer, el motivo por el cual Éric Rohmer vivió como lo hizo y actuó del modo en que lo hizo durante su vida, es algo que nos impulsará por un lado a vislumbrar mejor el alma del ser humano, y por el otro, la forma en que avanza, de forma implacable, la historia.

Vida y Biografía de Éric Rohmer

(Seudónimo de Jean-Marie Maurice Scherer; Tulle, 1920 - París, 2010) Cineasta francés considerado entre los pertenecientes mucho más relevantes de la llamada Nouvelle Vague o novedosa ola del cine francés. Éric Rohmer estudió en el Lycée de Nancy y se licenció en literatura francesa en 1942, y entre ese año y 1949 ejercitó como instructor en exactamente el mismo liceo. Entretanto, terminada la Segunda Guerra Mundial, había anunciado la novela Elizabeth (1946) con el seudónimo de Gilbert Cordier, y con este nick o con su nombre genuino firmaría además ciertos productos periodísticos antes y tras su traslado a París, a fines de 1949, donde orientó sus pasos hacia el cine.

En 1957, como coautor (con Claude Chabrol) del libro Hitchcock, una monografía sobre el realizador británico Alfred Hitchcock, adoptó el seudónimo de Éric Rohmer, por el que se conoce como cineasta. Esta inclinación a usar pseudónimos no era extraña a un accionar un poco atípico. A juicio de Jean-Claude Brialy (uno de actores simbólicos de la Nouvelle Vague), siempre y en todo momento fue muy asceta, un hombre demasiado receloso de sus cosas. Por ejemplo, a los cincuenta años aún no había dicho a sus progenitores que hacía cine (en verdad, Rohmer era un seudónimo para ocultarles su profesión), y éstos se sorprendieron bastante de que su hijo no fuese ahora el instructor de literatura que siempre y en todo momento habían creído que era. Ciertamente, fue poquísimo lo que llegó a conocerse sobre su historia privada.

Ya había rodado sus primeros cortos experimentales en el momento en que conoció a Jacques Rivette y Jean-Luc Godard, con quienes creó La Gazette du Cinéma, donde fue jefe de redacción, mientras que cooperaba de forma simultánea como crítico en otras publicaciones preparadas, como Les Temps Modernes, La Parisienne y Arts. Estas vivencias lo llevaron a integrar el aparato principal creador de Cahiers du Cinéma, la célebre gaceta que se formó en feto de la Nouvelle Vague y que dirigió entre 1957 y 1963. Ese año se separó de la publicación probablemente gracias a las diferencias de método entre sus integrantes, metidos en la encendida polémica entre sus críticos y los de otra gaceta en rema, Positif, separados unos y otros por idearios políticos enfrentados: unos allegados al comunismo y otros defensores a ultranza de un cine tradicional y de los valores habituales.

Una oportuna oferta de la televisión francesa para efectuar 12 reportajes (1964-1969), generalmente de contenido didáctico, justificó su alejamiento. De todos métodos, y exactamente la misma para la mayor parte de los pertenecientes del movimiento, el periodismo especializado significaba solo un paso antes de la realización.

Una obra singular

La fría acogida a su primer extenso film, Le signe du lion (1959), y la prácticamente nula carrera comercial del largometraje no detuvieron sus proyectos. La concreción del primero fue la apertura, en sociedad con el directivo Barbet Schröder, de la productora sin dependencia Les Films du Losange. Seguidamente se embarcó en la labor que iba a determinar su trayectoria, la de proponer una línea temática sobre la que montar sus historias.

En 1962 inició «Seis cuentos morales», la primera de las tres series de películas que desarrollaría durante su trayectoria, siempre y en todo momento con guiones propios. Integran este conjunto La boulangère de Monceau (1962), La carrière de Suzanne (1963), Mi noche con Maud (1969), por la que fue nominado al Oscar a la mejor película de charla no inglesa; La coleccionista (1967), premio particular del jurado en el Festival de Berlín; La rodilla de Claire (1970), premio a la mejor película en San Sebastián, y El amor tras el mediodía (1972).

La proseguirían, en los años ochenta, «Comedias y proverbios», serie que incluye La mujer del aviador (1980), La buena boda (1981), Pauline en la playa (1982), que le valió el Oso de Plata y el premio Fipresci en el Festival de Berlín en 1983; Las noches de la plena luna (1984), El rayo verde (1986), León de Oro y premio de la crítica en todo el mundo en Venecia, y El amigo de mi amiga (1987). En la década de los noventa efectuó la serie «Cuentos de las 4 estaciones», formada por Cuento de primavera (1990), Cuento de invierno (1991), premio Fipresci en Berlín; Cuento de verano (1996) y Cuento de otoño (1998), premio al mejor guion original en Venecia.

A esta tarea hay que añadir varios trabajos «fuera de serie», desde cortos y mediometrajes experimentales, monografías y reportajes que rodó durante los años cincuenta y sesenta, hasta epopeyas de época, comedias de embrollo, grabes históricos o thrillers inusuales como Triple agente (2003).

La experimentación persistente

A Éric Rohmer jamás le atrajeron los dramas habituales, sino más bien los pequeños datos de las relaciones humanas y los puntos paradójicos y contradictorios de la psicología de sus individuos. Podría decirse sin miedo a confundirse que trata siempre y en todo momento exactamente la misma temática: una historia que jamás se agota de hombres y mujeres que procuran investigar su accionar, que frecuentemente poco y nada debe ver con sus acciones. Sus personajes principales charlan todo el tiempo en el intento de detallarse a sí mismos, y lo hacen tal y como si se tratase de una reflexión compartida con el espectador, pero jamás llegan a una conclusión.

Este elemento, los individuos inacabados, en pelea persistente entre el deseo y la conciencia, y generalmente ciertos por el azar, está que se encuentra en prácticamente toda su obra, lo que fortalece la iniciativa de la realización como una experimentación persistente, una investigación sin punto y final. Tal lozanía desprovista de melancolia renovó constantemente, con todas sus proyectos, la vigencia de este directivo de extraña aptitud para poder ver el planeta con ojos siempre y en todo momento recientes, que en el Festival de Venecia de 2003 vio retribuida su trayectoria artística con el León de Oro.

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Indudablemente descubrir en lo más recóndito a Éric Rohmer es algo que está reservado a escasas personas, y que pretender reconstruir la persona que fue y el modo en que vivió la vida de Éric Rohmer es una especie de puzzleque tal vez alcancemos a reconstruir si colaboramos todos en conjunto.

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Las sutilezas y las peculiaridades que ocupan nuestras vidas son en todos los casos importantes, ya que perfilan la diversidad, y en la ocasión de la vida de una persona como Éric Rohmer, que detentó su relevancia en una época concreta, es indispensable tratar de mostrar un panorama de su persona, vida y personalidad lo más rigurosa posible.

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