La historia de la civilización la narran aquellas personas quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela humanidad, de una forma u otra,avance.
Ya sea inspirando a otros o siendo una pieza esencial de la acción. Ennio Morricone es una de esas personas cuya vida, en efecto, merece nuestra consideración debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Ennio Morricone es conocer más sobre época determinada de la historia de la humanidad.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la relevancia que atesoró Ennio Morricone en la historia. La manera en que vivió y lo que hizo en el tiempo en que estuvo en el mundo fue decisivo no sólo para quienes frecuentaron a Ennio Morricone, sino que a caso dejó una señal mucho más vasta de lo que logremossospechar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Ennio Morricone de forma personal.Ennio Morricone fue una de esas personas que, por alguna causa, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
Conocer lo bueno y lo malo de las personas relevantes como Ennio Morricone, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es algo fundamental para que seamos capaces de apreciar no sólo la existencia de Ennio Morricone, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Ennio Morricone, aquellas personas a quienes de de una forma u otra Ennio Morricone influenció, y sin duda, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en la época y la sociedad en la que vivió Ennio Morricone.
Las biografías y las vidas de personas que, como Ennio Morricone, seducen nuestro interés, deben servirnos en todo momento como referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de Ennio Morricone, el motivo por qué Ennio Morricone vivió como lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos ayudará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, la forma en que se mueve, de forma inexorable, la historia.
(Roma, 1928-2020) Compositor italiano. Considerado entre los mucho más enormes autores de música para el cine de siempre, compuso la banda sonora de sobra de 400 películas. Su producción, principalmente cinematográfica, es vastísima y demasiado heterogénea, siempre y en todo momento centro de polémicas, objeto de amores y de odios. En febrero de 2007, y tras cinco nominaciones sin galardón, recibió un Oscar honorífico de la Academia de Hollywood como homenaje a su dilatada carrera.
Hijo de un trompetista y de una ama de su casa, Ennio Morricone fue el mayor de cinco hermanos. Su familia, de clase media y domiciliada en el vecindario del Trastevere, vivió a lo largo de un buen tiempo sin dificultades, pero asimismo sin lujos, únicamente con el sueldo del padre, hasta el momento en que la madre probó fortuna haciendo un trabajo en una tienda de ropa. Curiosamente, en la escuela coincidió con Sergio Leone, quien transcurrido el tiempo se transformaría en realizador y para el que el futuro compositor escribiría bandas sonoras.
Con solo diez años, y tras foguearse en la orquestina apasionada de Constantino Ferri, Morricone se inscribió en el Conservatorio de Santa Cecilia para estudiar trompeta bajo la égida de Umberto Semproni, y tres años después fue elegido entre otros muchos alumnos jóvenes para ser parte de la orquesta de la institución, con la que efectuó una da un giro por el Véneto bajo la dirección de Carlo Zecchi.
En 1943, observando las increíbles talentos de Ennio Morricone para la armonía, el instructor Roberto Caggiano lo animó a comenzar con seriedad los estudios de esta especialidad. Al llenar el curso en solo seis meses, le sugirió que encaminase su capacitación hacia la composición. Esto fue lo que logró por año siguiente, al estudiar con Carlo G. Gerofano y Antonio Ferdinandi.
El directivo Alberto Flamini lo eligió como segundo trompa para su orquestina, donde doblaba las líneas del primer trompeta, que no era otro que Mario Morricone, su padre. Con esta capacitación se habituó a los niveles expertos, tocando en distintos hoteles de Roma para las tropas americanas establecidas en territorio italiano al término de la II Guerra Mundial.
Tras conseguir el título de trompetista, inició su trayectoria como compositor, dedicándose especialmente a la música vocal y de cámara. Su producción “letrada” comprende piezas corales, lied, música incidental y de cámara. Durante la década de 1950 completó su capacitación compositiva de la mano del enorme Goffredo Petrassi. En 1955 empezó a reparar música para películas, actividad que interrumpió por su servicio militar. Un año después se casó con Maria Travia, y al siguiente tuvo a su primer hijo, Marco.
Por fundamentos de forma exclusiva crematísticos, en 1958 aceptó un empleo como asistente de dirección para la RAI, pero el primero de los días de trabajo abandonó. En sitio de eso, y todavía influido por el vanguardismo de su profesor Petrassi, se inscribió en un seminario dado por John Cage en Darm-stadt. El dinero venía de un lado bien distinto: sus arreglos para series.
Es bien difícil imaginar qué podría haber sido de la posterior carrera de Morricone si las situaciones lo hubiesen transformado en otro de los músicos italianos de vanguardia (como Luciano Berio y Luigi Nono) que triunfaron en el ambiente de Darmstadt a lo largo de la década de 1960. Pero la historia deseó que en 1961, exactamente el mismo año en que nació su hija Alessandra, compusiera su primera banda sonora para el cine.
Tenía que ver con la música para el largometraje Il Federale, de Luciano Salce. En 1964 han comenzado sus colaboraciones para Bernardo Bertolucci y Sergio Leone. Curiosamente, fue el cine de este último el que le dio popularidad: la pegadiza armonía de Por un puñado de dólares americanos le reportó una enorme popularidad y un montón de nuevos pedidos: Pier Paolo Pasolini y Gillo Pontecorvo, entre otros muchos, demandaron sus servicios. Al mismo tiempo, formaba una parte del Gruppo Internazionale d’Improvvisazione.
La creciente actividad cinematográfica le haría dejar a fines de la década la faceta “letrada” de su producción, más que nada a causa del estruendoso éxito de la música para El bueno, el feo y el malo (1966), de Sergio Leone. La fórmula de Morricone era tan simple como eficaz: orquestaciones poco espesas, pero con un sonido seco y transparente que años después inspiraría a muchas bandas de rock, temas que se clavaban instantaneamente en la memoria del oyente, y un colosal respeto por la trama y los individuos del largometraje. Músico de enorme intuición, Morricone dejaba “charlar a la historia” y escapaba de divismos de creador. No olvidemos que una curiosa teoría de Morricone es la de que la música de una score no forma parte al compositor, sino más bien al largometraje: “Lo que prima es la necesidad de la historia que cuenta la película”.
A partir de 1970 inició una exclusiva actividad, la pedagógica. Maestro de composición en el Conservatorio de Frosinone, tuvo como estudiantes a Luigi de Castris y Antonio Poce, entre otros muchos. Esta etapa favoreció un cierto retorno a su faceta de creador, con apariencia de una colaboración con el Studio R7 de Música Electrónica.
Un año después, tras trabajar siempre y en todo momento en Europa, aceptó un encargo americano, en concreto del enorme Edward Dmytryk, para quien compuso la música de El aspecto humano. Su relación con Estados Unidos jamás fue efectiva: el modo de vida estadounidense no le atraía en lo más mínimo, se negó a instalarse en Los Ángeles y mucho más aún a estudiar inglés. Aun de esta manera, fue nominado cinco ocasiones al Oscar, la primera en 1979 por el western Días del cielo.
Tras veinte años de una actividad monstruosa, lo que implicaba una producción de calidad cansado dispar, en 1983 se transformó en integrante del Consejo de Administración de la asociación Nuova Consonanza, encargada de la música moderna, y redujo drásticamente su producción para el cine. A pesar de esto, tuvo tiempo de firmar en 1984 la que varios piensan su mejor partitura: la banda sonora de Érase una vez en América, el último largometraje de su amigo Sergio Leone.
En 1986 fue nominado por la banda sonora de La misión, de Azahara Seller, pero increíblemente tampoco se llevó el Oscar, una resolución por la parte de los integrantes de la Academia de las Artes y las Ciencias de Hollywood que siempre y en todo momento le resultaría incomprensible. Dos años después volvió a quedarse a las puertas de la gloria con una tercera nominación por Los intocables de Elliot Ness, de Brian de Palma. Aún volvería a ser nominado en otras un par de ocasiones: en 1992, por Bugsy, de Barry Levinson y en 2001, por Malena, de Giuseppe Tornatore. Esta renuencia siempre y en todo momento se ha interpretado como un voto de castigo de la crítica estadounidense por la actitud de un artista de conocida militancia europeísta.
Volcado hacia finales de la década de 1980 y la primera mitad de la década de 1990 en su producción letrada, Morricone recibió un genuino rosario de premios, homenajes y reconocimientos con apariencia de programaciones y ciclos de recitales a lo largo y ancho de toda la geografía italiana. La culminación fue la concesión, por idea del presidente Oscar Luigi Scalfaro, del título de Commendatore dell’Ordine Al Merito de ella Reppublica Italiana en 1995.
Increíblemente, en la edición de los Oscar de 2007, Ennio Morricone recibió al fin una estatuilla por la parte de la Academia, en reconocimiento a su enorme carrera. Un premio que llegó en el momento en que Morricone por el momento no lo precisaba, pero que, según reconoció, “por último me lo voy a quedar”.
Morricone, que prosiguió haciendo un trabajo al ritmo que le apetecía para el cine y la televisión, fue siempre y en todo momento un personaje de trato bien difícil, seco y hostil con la prensa y también inexorable con el diletantismo. Aseguraba no entender el éxito de su música, que atribuía a la claridad temática y a la simplicidad armónica de muchas de sus creaciones, y confirmaba estar convencido de que no volvería a trabajar nunca en Estados Unidos. Crítico con todos y cada uno de los ámbitos, incluyendo los de su medio, su mismo procedimiento de trabajo apuntaba a sus faltas: “como los realizadores no tienen idea bastante de música, preparo siempre y en todo momento tres orquestaciones distintas para mis temas”.
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Los matices y las sutilezas que llenan nuestras vidas son siempre esenciales, ya que perfilan la diversidad, y en la ocasión de la vida de una persona como Ennio Morricone, que detentó su importancia en un momento concreto de la historia, es imprescindible tratar de brindar un aspecto de su persona, vida y personalidad lo más precisa posible.
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