Emmanuel Swedenborg

Ya sea inspirando a otros seres humanos o siendo una pieza esencial de la acción. Emmanuel Swedenborg es uno de esos seres humanos cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra consideración por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la existencia de Emmanuel Swedenborg es conocer más sobre época determinada de la historia del ser humano.

Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la trascendencia que tuvo Emmanuel Swedenborg en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo en el tiempo en que permaneció en este mundo fue determinante no sólo para aquellas personas que frecuentaron a Emmanuel Swedenborg, sino que tal vez dejó una señal mucho más vasta de lo que logremossospechar en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a Emmanuel Swedenborg de modo personal.Emmanuel Swedenborg fue una persona que, por alguna causa, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.

Apreciar las luces y las sombras de las personas significativas como Emmanuel Swedenborg, personas que hacen rodar y cambiar al mundo, es una cosa esencial para que seamos capaces de apreciar no sólo la existencia de Emmanuel Swedenborg, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Emmanuel Swedenborg, aquellas personas a quienes de de una forma u otra Emmanuel Swedenborg influenció, y sin duda, comprender y entender cómo fue vivir en la época y la sociedad en la que vivió Emmanuel Swedenborg.

Vida y Biografía de Emmanuel Swedenborg

(Emmanuel o Emanuel Swedenborg; Estocolmo, 1688 - Londres, 1772) Teósofo sueco. Doctor en filosofía (1709), recorrió Europa desde 1710 y, de regreso a Uppsala (1715), creó la gaceta científica El Dédalo Hiperbóreo. En 1743 tuvo sus primeras visiones. Publicó entonces Los misterios celestes (1749-1756), seguida de otras proyectos como Las maravillas del cielo y el infierno y de las tierras planetarias y astrales (1758) y Tratado interesante de los encantos del amor conyugal en este planeta y en el otro (1768), y predicó por Alemania, Francia y Gran Bretaña su doctrina de la Nueva Jerusalén, a favor de la fundación de una exclusiva Iglesia. Es asimismo popular por la obra crítica que le dedicó Kant.

Hijo del obispo luterano y predicador de la corte Jesper Swedberg, estudió teología, filología, matemáticas y ciencias naturales. En Inglaterra (1710) experimentó la predominación de John Locke y de la escuela neoplatónica de Cambridge. Viajó por Holanda, Francia y Alemania y recibió influjos cartesianos, como consecuencia de los que comenzó a proponerse el inconveniente de las relaciones entre el alma y el cuerpo.

Con solo veintisiete años editó la gaceta científica Daedalus hyperboreus (El Dédalo Hiperbóreo); la publicación atrajo la atención de Carlos XII de Suecia, que nombró a Swedenborg asesor de minas. Tras sus descubrimientos en los campos de la metalurgia y la mecánica fue alto a la nobleza por la reina Ulrica Leonor. Vivió entonces un periodo de intensa actividad científica en su país (Trabaja philosophica et metallurgica, 1734), a lo largo del como estableció la cristalografía como sección de la filosofía de la naturaleza y comenzó a intuir la relevancia del cerebro. Siguió a ello otra etapa de viajes al extranjero (1736-41), novedosas publicaciones (Oeconomia regni animalis, 1740-41) y mucho más viajes todavía.

En 1744, en Londres, recibió la visión que le orientó hacia la actividad religiosa: "Yo soy el Señor, Creador y Redentor; te he elegido a fin de que des a saber a los hombres el concepto interior, espiritual, de la Sagrada Escritura". Desde entonces, si bien no abandonó las indagaciones científicas, se dedicó primordialmente a la especulación religiosa y teosófica, como atestiguan, por ejemplo proyectos, De cultu et amore Dei (Sobre la veneración y el cariño de Dios, 1747), Arcana coelestia (Los misterios celestes, 1749-58) y De nova Hierosolyma et ejus doctrina caelesti, ex- auditis y también coelo (La novedosa Jerusalén y su doctrina celeste, 1758).

En estas proyectos, Swedenborg une a un término mecanicista de la naturaleza la intuición de la unidad de los seres espirituales del cosmos (ánimas, ángeles, diablos) y la convicción de sus continuas relaciones mutuas; piensa que de la calidad de los vínculos mantenidos con el planeta espiritual por los hombres es dependiente el avance o el retroceso en el sendero del bien de cada uno. En dicho método general interpreta de una forma personal y no en todos los casos ortodoxa los dogmas habituales del cristianismo; y de este modo, aun en el momento en que extraño a la institución de un nuevo organismo eclesiástico, y tendente mucho más bien a la renovación interior de la cristiandad de su tiempo, formó, en la práctica, otra red social: la "Nueva Iglesia", que tuvo seguidores en Escandinavia, en Alemania y, más que nada, en Inglaterra.

Los misterios celestes fue la primera expresión del sistema teosófico de Swedenborg, cuyas etapas consecutivas fueron De coelo et inferno ex- auditis et visis (Del cielo y del infierno vistos y oídos, 1758), y, en 1771 en su forma determinante, Vera christiana religio (La verídica religión cristiana). Los ocho volúmenes de Los misterios celestes, publicados en Londres de 1749 a 1758, tratan de las condiciones de la vida futura fundamentada en la experiencia de lo que el creador "vio y oyó" a lo largo de trece años, en los que "gozó de la compañía y de la charla de la ciudad de los ángeles como un hombre entre otros muchos hombres".

El propósito primordial de Los misterios celestes es mostrar el sentido íntimo espiritual del Génesis y del Éxodo. Los primeros episodios del Génesis son un fragmento de un viejo planeta y tienen un concepto no histórico sino más bien alegórico (Adán significa la Iglesia mucho más vieja y el diluvio su disolución; Noé la vieja Iglesia caída en la idolatría y reemplazada por el judaísmo). El sentido espiritual empapa todas y cada una de las Escrituras, con salvedad de ciertos libros que tienen un valor natural de edificación. Dios es amor y sabiduría: su providencia candela sobre todas y cada una de las criaturas, y a lo largo de su vida terrenal las rodea de todos y cada uno de los cuidados para elaborarlas a la mejor eternidad, pero sin violar su independencia. No condena a ninguna de ellas y trata aun en el infierno de endulzar la fortuna que ellas mismas se han asignado, pues la ordenación divina solo deja el ingreso en el cielo a las ánimas arrepentidas y aproximadamente alcanzables a la predominación celestial. El germen de la salvación puede realizarse en la otra vida; pero si el hombre se encontraba afirmado en el mal en el instante en que acabó su prueba terrena, la permanencia en el cielo le resultaría un tormento molesto.

Alcanzada la madurez de la "dispensación" judía, Dios se manifestó en Jesucristo (que es, para él, único objeto del culto), asumiendo en el seno de una humilde virgen una humanidad pecadora; y en toda su trayectoria terrenal efectuó la purificación y la glorificación de la raza humana, reemplazando los elementos terrestres por una humanidad glorificada a través de la victoria sobre las tentaciones que le asaltaron, pero más que nada por el suplicio de la cruz. La muerte de Jesús no fue una expiación, sino más bien el triunfo definitivo de la luz sobre las tinieblas, la derrota de los poderes del mal. No estando "pecado original", no había fundamento para la redención. La fe, mucho más que la inmolación de la razón humana frente a lo incomprensible, es una creencia fundamentada en el cariño, a través de el que el alma tiende hacia su salvador con su pensamiento y con su sentimiento.

A lo largo de su contemplación de los "misterios celestes" en 1757, Swedenborg fue espectador, en el planeta de los espíritus, del "Juicio final" con que se inauguró la novedosa "dispensación" de la "Nueva Jerusalén" anunciada en el Apocalipsis de San Juan Evangelista. Entre los datos de sus visiones aparecen los tres cielos, a los que corresponden tres avernos: todos aquéllos cuyo principio animador de vida haya sido en la tierra el cariño de Dios y del hombre van, tras la desaparición, al cielo; aquéllos en quienes ha gobernado el egoísmo, al infierno. No existe resurrección de la carne. Todos los ángeles han vivido en la tierra como hombres o mujeres; y viven en el cielo como una suerte de cuerpo fluido, en una sociedad familiar y civil, prácticamente como una réplica de la terrenal, pero con una felicidad y gloria inefables. Hay un estado temporal intermedio tras la desaparición: el Mundo de los Espíritus, donde los buenos son purificados y los pésimos desenmascarados de su falsa amabilidad. Sólo Dios vive, y la existencia de Dios en el hombre y en lo desarrollado es lo que da fachada de vida y genera una aparente diferencia falaz entre los distintos seres, todos los que forman parte de la única naturaleza divina. Esta ley de vida enseña, si bien en diferentes grados, la conciencia, la independencia y la personalidad humanas, que perennemente fluyen de Dios al hombre.

Los misterios celestes, aparte de ser la obra más esencial de Swedenborg, fue considerada como entre las mucho más peculiaridades manifestaciones del pensamiento teosófico nórdico del siglo XVIII. Swedenborg completó su sistema con La novedosa Jerusalén y su doctrina celeste (1758), obra que primeramente repasa los puntos fundamentales de Los misterios celestes: las enseñanzas de la Iglesia de hoy, que tienen su fundamento en la interpretación del sentido así de la Escritura, son viciosas y tienen que ocultar instantaneamente. Con ello va a desaparecer la Iglesia, que fué ahora juzgada y sentenciada a muerte. La interpretación simbólica de la Biblia reúne las visiones de la mística, y es sobre esta base que Swedenborg comprende el cielo, al que llama el "Nuevo Cielo", y la "Nueva Tierra".

La novedosa Jerusalén y su doctrina celeste representa más que nada el aspecto político y ética de la doctrina de Swedenborg. Moral y política, por otro lado, semejan confundirse en una sola cosa para él. Las reglas morales proposiciones en esta obra son leer y meditar de forma frecuente la palabra de Dios, someterse a la intención de la Divina Providencia, ver en todo la decencia, tener regularmente la conciencia limpia, cumplir a la perfección las obligaciones públicas y los deberes del cargo que se desempeñe y ser en todo útil a la sociedad. En cuanto a la app política de estas reglas, es tan pura y fácil como las reglas mismas. El orden predeterminado por las leyes del cosmos físico apunta, más que nada, a garantizar su conservación; resulta conveniente lo mismo al planeta ética y al planeta político, que, por otro lado, forman una misma cosa.

Para sostener las leyes en pleno vigor, se precisa de las autoridades; para sostener a las autoridades en los límites del derecho y de la razón, son primordiales las leyes. Así, la realeza está constituida por el rey, cubierto de sus gobernantes; la realeza no radica en la persona, sino es la ley la que asigna al rey la realeza. La ley ha de ser llevada a cabo no por el rey, sino más bien por los sabios, hombres instruidos y que tienen piedad, y exactamente el mismo rey va a deber someterse a ella, ya que reinar radica en gobernar el reino según con las leyes, que exactamente el mismo rey respetará primeramente. No puede menos que asombrar el percibir estas expresiones pronunciadas en tiempos de Luis XIV, pero debe apreciarse, tras leer las últimas páginas de La novedosa Jerusalén, que Swedenborg se contenta con codificar la práctica sueca que él podía contemplar todos los días; esta fusión de doctrina ética y política proseguiría siendo una incesante en sus proyectos siguientes.

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Las sutilezas y las peculiaridades que llenan nuestras vidas son decididamente determinantes, ya que perfilan la diversidad, y en el caso de la vida de un ser como Emmanuel Swedenborg, que poseyó su importancia en una época concreta, es indispensable intentar ofrecer un aspecto de su persona, vida y personalidad lo más exacta posible.

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