La historia universal la cuentan las mujeres y hombres queen el paso de los años, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han hecho queel mundo, de un modo u otro,prospere.
Ya sea inspirando a más seres humanos o formando parte de la acción. Edward O. Wilson es una de las personas cuya vida, realmente, merece nuestra atención por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la existencia de Edward O. Wilson es conocer más sobre un periodo concreto de la historia del género humano.
Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la importancia que tuvo Edward O. Wilson en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo mientras permaneció en este mundo fue determinante no sólo para aquellas personas que frecuentaron a Edward O. Wilson, sino que posiblemente dejó una huella mucho más insondable de lo que logremossospechar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Edward O. Wilson en persona.Edward O. Wilson fue un ser humano que, por algún motivo, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
(Edward Osborne Wilson; Birmingham, Alabama, 1929) Biólogo estadounidense, iniciador de la teoría de la sociobiología, que ofrecía una exclusiva visión de la biología evolutiva. Apasionado conservacionista y reputado estudioso de las hormigas y otros insectos, acuñó el término biodiversidad, hoy día de empleo popularizado, y efectuó esenciales estudios en el campo de la ecología, con relación a la biogeografía y la capacitación de novedosas especies.
Edward Osborne Wilson pasó sus primeros años en Washington y en Mobile, Alabama. A los siete años de edad sus progenitores se divorciaron, hecho que le marcó intensamente. A causa de un incidente de pesca a esa edad perdió la visión del ojo derecho. Además, desarrolló una miopía severa en el ojo izquierdo y heredó un inconveniente auditivo que le impedía sentir los registros mucho más agudos del canto de los pájaros. Todo ello logró que decantara su inicial interés por la fauna mucho más aparente, como mamíferos, réptiles y aves, por los seres mucho más pequeños, especialmente las hormigas.
Tras la separación de sus progenitores, vivió un periplo con su padre y su madrastra por diferentes ciudades y estados, con el consiguiente desarraigo. No obstante, esto asimismo le dejó investigar la naturaleza en distintos sitios, construyendo aún mucho más su curiosidad. Se graduó como biólogo en 1949 en la Universidad de Alabama. En 1951 vivió un hecho trágico, el suicidio de su padre, tras lo que dejó Alabama y se instaló en Harvard, en cuya facultad se doctoró.
Consiguió el puesto de instructor asistente en 1956; en la actualidad es instructor honorario en esta facultad y conservador del Departamento de Entomología del Museo de Zoología Equiparada. Con el respaldo económico del que careció en su juventud, efectuó varias expediciones que le dejaron comprender y estudiar los ricos ecosistemas tropicales, los desiertos y las estepas.
Especialista en hormigas, Wilson pertence a los mirmecólogos mucho más predominantes, y sus varios estudios son básicos para entender la complicada organización popular de estos insectos. También ha descrito un número ingente de especies: en su obra Pheidole in the New World: A Dominant, Hyperdiverse Ant Genus (2003), detalla mucho más de trescientas novedosas especies del género Pheidole.
A lo largo de las décadas de 1950 y 1960 alcanzó jalones incontrovertibles como el hallazgo de la comunicación entre hormigas a través de señales químicas llamadas feromonas, teoría que desarrolló en el producto “Pheromones”, anunciado en Scientific American en 1963, y en el que aun apuntaba su viable vida en el hombre. Describió además de esto la complicada organización en castas de estos insectos sociales y la presencia de una división del trabajo según la edad de cada sujeto de la colonia. Sus indagaciones resaltaron la relevancia de la etología, el estudio del accionar, para la entendimiento de las relaciones entre los insectos.
En Insect Societies (1971) ahora se vislumbraba la teoría que pocos años después le logró popular y atrajo al unísono novedad y disputa dentro y fuera del campo científico: la sociobiología. Casi veinte años después ganó el que sería su segundo premio Pulitzer con la publicación del libro The Ants, escrito en colaboración con Bert Hölldobler en 1990. Esta obra forma un compendio primordial para todo estudioso de las hormigas.
Sus indagaciones sobre las hormigas y su organización en castas contribuyeron a agrandar la entendimiento de la biología evolutiva, a la que los estudios de Wilson agregaron un aspecto hasta el momento obviado: el accionar popular, que hasta mediados de la década de 1950 era patrimonio prácticamente único de la sociología y otras disciplinas de las humanidades.
Según Wilson, en todo el desarrollo evolutivo las diferentes especies de hormigas han creado sociedades con el número exacto de individuos y las adaptaciones primordiales para el éxito de cada clase. Así, adjuntado con otros estudiosos, descubrió que se puede adivinar un elevado número de puntos del accionar de estos insectos con ecuaciones matemáticas. Wilson probó que las hormigas tienen la posibilidad de modificar las tasas de nacimiento de nuestra colonia para amoldarse a las condiciones ecológicas dominantes, fenómeno que llamó “demografía adaptativa”.
Ahora desde joven, Wilson se sintió atraído por las teorías sintéticas de la evolución, con la obra Genética y el origen de las especies, de Theodosius Dobzhansky, como pilar fundacional del neodarwinismo y la teoría sintética de la evolución. Los neodarwinistas “mejoraron” o, en cualquier caso, completaron la teoría de Charles Darwin al argumentar la selección natural a la luz de la genética de Mendel, cuyas leyes ignoraba el prominente biólogo inglés.
Wilson leyó a los dieciocho años de edad entre las proyectos escenciales del neodarwinismo: Sistemática y origen de las especies, de Ernst Mayr, quien más tarde sería compañero de el en Harvard. Este libro fue para el biólogo estadounidense como una “epifanía”, ya que le abría las puertas para contestar, con la genética como base, a cuestiones que la ciencia clásico no había podido argumentar.
En 1975, con toda la experiencia amontonada a lo largo de años de investigación del accionar de las hormigas, Wilson publicó Sociobiology: The New Synthesis. En esta obra procuraba contestar a cuestiones no resueltas por los neodarwinistas y su teoría sintética de la evolución. Introducía, por poner un ejemplo, la noción de conducta altruista, y justifica su vida en varias especies (las sociedades de hormigas serían un caso paradigmático) por las ventajas que reporta el sacrificio de un sujeto en busca de la colonia: la conservación de los genes que distribuyen todos y cada uno de los integrantes de una red social.
En la década de 1970 podía considerarse reciente, acertado y revelador dado que la selección natural y la evolución son básicas para argumentar la capacitación de las especies y sus complejas relaciones conductuales, la capacitación de sociedades y la presencia del altruismo en busca de la clase. Muchos, en cambio, no estaban dispuestos para el corto capítulo final del libro, destinado a integrar al humano, el animal popular más especial, entre los sujetos de estudio de esta recién nacida especialidad.
Así, Wilson planteaba que, exactamente la misma en otros animales, la conducta humana está sosten a la selección natural y la herencia biológica. Su teoría contó con seguidores desde un comienzo, pero asimismo levantó extensas polémicas: fue tachado, tanto por radicales de derecha y también izquierda, de racista y misógino, de ofrecer una exclusiva forma de eugenesia. Quizá el golpe que mucho más le dolió lo recibió de sus colegas de Harvard, Stephen Jay Gould y Richard Lewontin. Afines al marxismo, rechazaban la iniciativa de que la cabeza humana pudiese concretarse por solamente que nuestra experiencia. Publicaron una muy dura crítica del libro de Wilson, aseverando que su teoría conducía a las cámaras de gas del nazismo.
Era elevado para un científico que solo pretendía entablar paralelismos entre las diferentes sociedades animales, desde los insectos hasta los mamíferos, incluido el hombre, y atisbar la viable raíz genética de ciertas manifestaciones conductuales básicas. Poco después publicaba On Human Nature (1978), donde profundizaba en la etología humana y reafirma la base evolutiva de la conducta de nuestra clase. Esta esencial obra le dio su primer premio Pulitzer. Más últimamente ha anunciado Consilience: The Unity of Knowledge (1998), donde ofrece una síntesis considerablemente más gran que la formulada por sus admirados neodarwinistas de la década de 1930 o por su teoría de la sociobiología: la integración de la biología y otras disciplinas científicas con las humanidades y sociología.
En The Theory of Island Biogeography (1967) estudió la capacitación de especies en las islas, tal como la disminución de la biodiversidad que experimentan los ecosistemas insulares. Precisamente Wilson fue quien acuñó en la década de 1980 el término biodiversidad, término muy importante en ecología y de empleo popularizado hoy en día. Edward O. Wilson es un con pasión conservacionista, que aboga por la conservación de los “puntos calientes de biodiversidad” (biodiversity hotspots), áreas equivalentes a un 1,4 % de la área de la Tierra, pero que poseen el 60 % de las especies del mundo. Su conservación sería el único medio de eludir la catástrofe ecológica que el incesante desarrollo demográfico humano podría ocasionar. Muchos de los mucho más recientes trabajos de Wilson tratan sobre la conservación de las especies.
A lo largo de su historia, Wilson ha recibido varios premios y distinciones en reconocimiento a la relevancia de su obra y a su tarea como estudioso. Entre los mucho más esenciales resaltan los nombrados premios Pulitzer, el respetado premio Crafoord (1990) que entrega la Real Academia Sueca, el premio Carl Sagan (1994) que reconoce su tarea como divulgador, el premio Nierenberg (2001) y el premio TED (2007). En 2007 recibió el XIX premio Internacional Catalunya, concedido por la Generalitat de Catalunya.
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