Dinastía Omeya

Ya sea inspirando a otras personas o tomando parte de la acción. Dinastía Omeya es una de las personas cuya vida, indudablemente, merece nuestra consideración por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Dinastía Omeya es conocer más acerca de una época concreta de la historia del ser humano.

Si has llegado hasta aquí es porque tienes conocimiento de la trascendencia que tuvo Dinastía Omeya en la historia. La manera en que vivió y las cosas que hizo en el tiempo en que permaneció en este mundo fue decisivo no sólo para las personas que frecuentaron a Dinastía Omeya, sino que quizá legó una huella mucho más insondable de lo que podamossospechar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Dinastía Omeya de modo personal.Dinastía Omeya ha sido uno de esos seres humanos que, por alguna causa, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Apreciar lo bueno y lo malo de las personas relevantes como Dinastía Omeya, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es una cosa básica para que seamos capaces de valorar no sólo la vida de Dinastía Omeya, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Dinastía Omeya, personas a quienes de de una forma u otra Dinastía Omeya influenció, y por supuesto, conocer y descifrar cómo fue vivir en el periodo histórico y la sociedad en la que vivió Dinastía Omeya.

Vida y Biografía de Dinastía Omeya

Familia árabe que reinó en el mundo entero musulmán en la temporada del Califato de Damasco (661-750) y más tarde en la España musulmana a lo largo del Emirato y el Califato de Córdoba (756-1031). Eran los descendientes de Omeya, un árabe musulmán del clan de los Joraichitas (el clan de Mahoma).

Ahora a lo largo de la temporada de los califas electivos, el tercer califa (que accedió al poder en el 644) fue un Omeya: Otmán (570-656), rico mercader de La Meca casado consecutivamente con 2 hijas de Mahoma. Prosiguió la política expansiva de sus precursores desde la desaparición del profeta, pero desató las iras de los viejos fieles por el favoritismo hacia los integrantes de su clan y el lujo aparatoso que estos desplegaron. Murió ejecutado por las turbas en su casa de Medina.

Otro Omeya ejercitaba una enorme predominación como gobernador de Siria desde el antecedente reinado de Omar: Muhawiya I (o Moawiya) (603-80), que había sido entre los secretarios de Mahoma. En situación fue él quien, tras formar parte en la conquista de Siria y ser nombrado gobernador en 641, llevó una gran parte del peso de las luchas contra Bizancio. Al fallecer ejecutado su primo Otmán, Muhawiya no reconoció al califa que resultó escogido para sucederle, Alí. Ambos se confrontaron en la titubeante guerra de Siffin (657). El arbitraje de Adhroj (658) dejó a Muhawiya seguir como gobernador de Siria, lo que los incondicionales de Alí (los jariyíes) consideraron una traición: descuidado Alí, cayó ejecutado en el 661 y Muhawiya fue reconocido como califa en su sitio (se había hecho proclamar califa por su cuenta en Jerusalén en 660).

La capital del Islam fue trasladada a Damasco, estableciendo una monarquía déspota, pero condescendiente con los no musulmanes (de cuyo esfuerzo se nutría la fiscalidad califal). Continuó la política de expansión territorial hacia Kabul, Bujara y Samarkanda.

Al designar como sustituto a su hijo Yazid I (644-83), instauró por vez primera la monarquía hereditaria entre los musulmanes. El nuevo califa derrotó al hijo de Alí, Husain, en la guerra de Kerbala (680), formando los derrotados de aquel combate la secta de los chiíes, opuestos al Islam sunní que representaban los Omeyas.

Le sucedieron Muhawiya II, Marwán I, y Abd el-Malik (646-705). Este esencial califa extendió sus dominios hasta el Magreb, sometió a los rebeldes chiíes y jariyíes, refrenó la rebelión de Abdullah ibn el-Zobeir en Arabia y creó el sistema capital árabe. Bajo su sustituto, El-Walid I (668 - 715), alcanzó su máxima extensión el Imperio omeya, con la conquista de Transoxiana, la India y España (711). Le sucedieron Solimán, Omar II, Yazid II, Hisham, El-Walid II, Yazid III, Ibrahim y Marwán II (684-750). Poco una vez que este último accediese al poder en el 744, la resistencia chiíta y jariyí que había arraigado en Irán se transformó en rebelión abierta bajo la dirección de los Abasidas (747). Estos derrotaron al califa en la guerra del Gran Zab, se hicieron proclamar califas y erradicaron a prácticamente toda la familia Omeya (750).

Solo un nieto de Hisham, Abderramán I (o Abd al-Rahmán) (731-88), logró escapar al norte de África y se apoderó de al-Ándalus (la España musulmana), fundando el Emirato de Córdoba (756). Aunque reconociesen teóricamente la dependencia del Califato de Bagdad como suprema autoridad religiosa del Islam, en verdad los Omeyas españoles formaron un Estado absolutamente sin dependencia.

Le sucedieron Hisham I y Alhákem I (o Al-Hakam) (770-822). Desde que accedió al Trono en el 796 debió combatir por asegurar su poder en frente de las ambiciones de sus tíos paternos y en frente de la rebelión de Toledo (que refrenó con la matanza de la «día del foso» en el 797). Igualmente tuvo que imponerse por la fuerza en frente de una conspiración (805) y una rebelión habitual (818) en Córdoba.

El Emirato entró en crisis con sus sucesores -Abderramán II, Muhammad I, Almundir ibn Muhammad y Abd-Allah ibn Muhammad-, inclinación interrumpida por Abderramán III (o Abd el-Rahmán) (891-961). Tras imponerse sobre las distintas rebeliones y resistencias a su poder, rompió el último nudo simbólico de los Omeyas con los califas orientales, proclamándose él asimismo califa y, por consiguiente, autoridad soberana tanto en lo político como en lo espiritual (929).

Al fallecer le sucedió su hijo Alhákem II (o Al-Hakam) (915-76). Tras la guerra victoriosa que mantuvo en 963 contra León, Castilla, Pamplona y Barcelona, impuso una superioridad militar perdurable de Córdoba sobre los reinos cristianos de la Península. Continuó la política de su padre de presencia en el norte de África para disuadir a los fatimíes y a otros poderes musulmanes de probables veleidades de penetración en la península Ibérica; en el Magreb reclutó contingentes beréberes para sus ejércitos. Le sucedió su hijo Hisham II (Hixem o Hisam) (965-1013), reconocido como califa con solo diez años de edad. Desde el comienzo de su reinado estuvo gobernado por la figura de Almanzor, tutor y visir del monarca, protegido por la reina madre, la vasca Subh.

Tras la desaparición de Almanzor y de su hijo Al-Muzáfar, el califa se vio obligado a dejar su retiro palaciego en el transcurso de un intérvalo de tiempo raro (desde 1008), en el que fue múltiples ocasiones depuesto y recambio en el Trono, en la mitad de luchas por el poder entre los nobles cordobeses. Es posible que muriera ejecutado en una de aquellas intrigas; desde ese momento, desgastado el poder central, comenzaron a escindirse del califato los llamados reinos de Taifas, reduciéndose pausadamente el territorio que controlaron los últimos califas: Solimán ibn Alhákem, Alf ibn Hamud, Abderramán IV, Al-Cashim ibn Al-Mamún, Yazya al-Motali, Abderramán V, Muhammad III y también Hisham III (depuesto en 1031 y fallecido en Lérida en 1036).

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