La historia universal la cuentan aquellos hombres y mujeres quea lo largo de los siglos, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han ocasionado quela humanidad, de un modo u otro,prospere.
Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la relevancia que tuvo Deborah Kerr en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo durante el tiempo que estuvo en este mundo fue determinante no sólo para quienes conocieron a Deborah Kerr, sino que a lo mejor legó una huella mucho más honda de lo que logremosimaginar en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya jamás a Deborah Kerr en persona.Deborah Kerr ha sido un ser humano que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
Conocer lo bueno y lo malo de las personas significativas como Deborah Kerr, personas que hacen rodar y cambiar al mundo, es una cosa sustancial para que seamos capaces de valorar no sólo la vida de Deborah Kerr, sino la de todos aquellos y aquellas que fueron inspiradas por Deborah Kerr, personas a quienes de de una u otra forma Deborah Kerr influyó, y sin duda, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en la época y la sociedad en la que vivió Deborah Kerr.
(Deborah Jane Kerr-Trimmer; Helensburgh, 1921 - Suffolk, 2007) Actriz británica que fue entre los semblantes mucho más insignes del cine de Hollywood a lo largo de la década de 1950 y sostuvo intacto su caché a lo largo de la década de 1960. Prácticamente retirada del cine tras rodar El deber (1969), de Elia Kazan, regresó al plató en muy contadas oportunidades. Pese a ser nominada al Oscar en seis oportunidades, solo en forma de homenaje recibió la digna estatuilla, a la edad de setenta y tres años.
Era hija de un militar que había sido herido a lo largo de la Primera Guerra Mundial. La apacible niñez de Deborah, que fue una pequeña tímida y taciturna, no varió substancialmente en el momento en que la familia dejó su pequeña villa escocesa originaria para moverse a Alford, Inglaterra.
Con diecisiete años, Deborah, a quien siempre y en todo momento habían atraído el canto y la danza, consiguió una beca que le dejó inscribirse en la academia de ballet de Sadler’s Well, en Londres. Llegó a debutar profesionalmente como bailarina, pero era bastante mayor para vencer en esa estricta especialidad, conque, aconsejada por su tía, maestra de interpretación, no tardó en presentarse a una audición para una parte de teatro, y consiguió el papel.
Haciendo un trabajo como figurante en el Teatro al Aire Libre de Regent’s Park, en 1939 fue vista por un ejecutivo cinematográfico llamado John Gliddon. Aunque el papel de la joven era mudo, Gliddon quedó tan impresionado por la expresividad de su mirada que se expuso y le ofreció un contrato. Sólo un par de años después comenzó en el cine, en concreto en una adaptación cinematográfica de la comedia Major Barbara, de Gabriel Pascal, con Wendy Hiller y Rex Harrison.
El éxito logrado la llevó a transformarse de manera rápida en entre las actrices mucho más prometedoras del cine británico. Durante la década de 1940, contratada por la compañía Rank, rodó múltiples grabes, de los que el noveno de su trayectoria, Narciso negro, le dio proyección en todo el mundo. Arropada por un reparto estelar (Jean Simmons, Sabú, Esmond Knight) y por el eficiente dúo realizador que viene dentro por Michael Powell y Emeric Pressburger, Kerr interpretaba a entre las religiosas personajes principales, la hermana Clodagh. El papel contribuyó a forjar la imagen de mujer de ética íntegra, fría solo en fachada, que tan excelente resultado le daría prontísimo en Hollywood.
Y sucede que la Metro Goldwyn Mayer (MGM) no tardó en fichar a la actriz escocesa. Su primer rodaje en Estados Unidos fue el de Mercaderes de ilusiones (1947), de Jack Conway, donde compartía importancia con un gallardo entonces ahora en ocaso, Clark Gable. Fue el primero de una sucesión de permisos bastante estereotipados, pero de enorme efectividad en taquilla. Kerr dio rostro a las personajes principales de enormes superproducciones como Las minas del rey Salomón (1950), de Compton Bennett y Andrew Marton o Quo Vadis? (1951), de Mervyn LeRoy. Probablemente la mejor película de ese periodo fue la fenomenal adaptación shakespeariana de Julio César (1953), apuntada Joseph L. Mankiewicz, si bien tres años antes fue nominada por vez primera al Oscar a la mejor actriz primordial por su trabajo en Edward, mi hijo, de George Cukor.
Fue indudablemente el reto de superarse profesionalmente el que llevó a Kerr a admitir en 1953 el esencial cambio de registro que supuso su papel de Karen Holmes en De aquí a la eternidad (1953), de Fred Zinnemann. La oferta procedía de la Columbia Pictures, y la actriz no la desperdició. En la película interpretaba a la supuestamente feliz mujer de un militar, seducida por un sargento a quien daba vida Burt Lancaster.
La imagen de la pareja besándose en la playa, muy habitual todavía el día de hoy, resultó de un inusitado erotismo para la temporada y contribuyó no poco a que el enorme público desterrara de su memoria la virginal imagen de la ex- estrella de la MGM. También la Columbia expuso lo propio apostando por un talento aún por explotar, al que probablemente no hubiese recurrido si la primera actriz escogida, la bien difícil Joan Crawford, no hubiera insistido en rodar de forma exclusiva con su operador personal.
El largometraje de Fred Zinnemann supuso además de esto una exclusiva nominación al Oscar, galardón que volvía a resistírsele, como sucedería en otras 4 oportunidades mucho más: en 1957 (El rey y yo), 1958 (Sólo Dios lo sabe), 1958 (Mesas separadas) y 1961 (Tres vidas errantes). Un récord cuanto menos asombroso, en tanto que todos estos papeles distaban sensiblemente de los clisés del biopic que había interpretado para la MGM. Por cierto, la productora asimismo alteró sus proyectos respecto a Kerr, proporcionándole desde mediados de la década de 1950 papeles de considerablemente mayor peso psicológico.
Para hacerse a la iniciativa de la intensidad del cambio en la carrera de la actriz, baste rememorar una anécdota: a lo largo del rodaje de Sólo Dios lo sabe, Robert Mitchum había expresado al realizador, John Huston, sus inquietudes sobre la aptitud de la escocesa frente a la contrariedad de un personaje tan sutil como la hermana Angela; inquietudes que se disiparon en el momento en que nuestro actor ha podido ver de qué manera las gastaba Kerr, con la capacidad de plantarle cara e incluso de insultar al curtido directivo de El halcón maltés.
En 1959 Deborah Kerr, ahora con sus 2 hijos, se divorció de su primer marido, Anthony Bartley, tras quince años de relación. Al cabo de solo un año se casó con el escritor de guiones Peter Viertel, de quien por el momento no se apartaría.
Transformada en una estrella consagrada, desde la década de 1960 fue separando sus visualizaciones en el cine. De hecho, tras Suspense (1961), de Jack Clayton, solo rodó ocho grabes; eso sí, ciertos de ellos recordables. Es la situacion de La noche de la iguana (1964), de John Huston, con un inolvidable reparto y un increíble desafío “morocha-rubia” al lado de una soberbia Ava Gardner. También trabajó en la mucho más heterodoxa de las películas de James Bond, Casino Royale (1967), el día de hoy un largometraje de culto. El deber (1969), de Elia Kazan, fue su último extenso film.
Desde esa fecha se retiró de forma voluntaria del cine. Rechazó la mayor parte de convidaciones a pisar nuevamente un plató, aduciendo su abierto rechazo a las crecientes dosis de sexo y de crueldad explícita en las producciones cinematográficas. Durante la década de 1980 se dedicó de forma exclusiva a la televisión, si bien solo trabajó en cinco series. Curiosamente, la fortuna asimismo le fue sortea con los premios BAFTA (equivalentes a los Oscar en el medio televisivo), puesto que solo recibiría el premio a modo honorífico tras 4 nominaciones.
Como ha ocurrido con otros muchos enormes de la pantalla, el Oscar llegó a las manos de Deborah Kerr en el momento en que ahora hacía varios años que no pisaba un plató: en 1994 recibió la estatuilla concedida por la Academia de Hollywood en reconocimiento a su extendida carrera, después de las ahora citadas seis nominaciones sin recompensa. Con la salud ahora frágil y estropeada, recibió el galardón de manos de Glenn Close donde sería su última aparición pública.
Deborah Kerr, que en los últimos tiempos sufría la patología de Parkinson, murió el martes, 16 de octubre de 2007 en Suffolk, en el este de Inglaterra, adonde se había retirado con su marido, Peter Viertel, al agravarse su dolencia. Tras vivir con ella a lo largo de prácticamente medio siglo, Viertel murió en Marbella tras solo 22 días.
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Las sutilezas y las peculiaridades que llenan nuestras vidas son siempre imprescindibles, ya que destacan la singularidad, y en el caso de la vida de alguien como Deborah Kerr, que poseyó su trascendencia en una época determinada, es vital tratar de mostrar un aspecto de su persona, vida y personalidad lo más rigurosa posible.
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