Ya sea inspirando a otros o siendo una pieza esencial de la acción. Costa Gavras es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestra atención por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la existencia de Costa Gavras es conocer más acerca de un periodo concreto de la historia del género humano.
(Constantin Gavras; Loutra Iraias, 1933) Director de cine francés de origen en grecia. Se inició como bailarín antes de viajar a Francia para estudiar la carrera universitaria de Filología en la Sorbona, pero poco después ingresó en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos. Tras cerca de diez años como ayudante de directivos del prestigio de Yves Allègret, René Clair o Jacques Demy, y una vez nacionalizado ciudadano francés en 1956, en la época de los sesenta comenzó como directivo con Los rieles del delito (1965), merced a la asistencia prestada por ciertos amigos actores que accedieron a intervenir en la película sin cobrar sueldo. Basada en una novela de Sebastien Japrisot, este extenso film se articularía como un thriller opresivo que mostraba los puntos mucho más siniestros del ambiente diario, un aspecto que va a ser frecuente en la filmografía posterior de Costa Gavras.
De esta forma, en Sobra un hombre (1966), la resistencia francesa es un mero telón de fondo en oposición al análisis de las relaciones humanas y la turbiedad ética que puede esconder la persona mucho más supuestamente insulsa. Tema que regresa a aparecer de forma recurrente en otros títulos como El camino de la traición (1988), sobre el racismo latente en la Norteamérica profunda, o en el magnífico drama La caja de música (1989), que da un giro en torno a los genocidas nazis ocultos en Estados Unidos tras la caída del régimen de Hitler. Bajo el aspecto de abuelos benevolentes y dulces trabajadores agrícolas puede ocultarse, como reflejan estas cintas, un asesino racista de judíos o negros al que ni su familia llegó a admitir jamás en su faceta de sicópatas, hasta el momento en que un preciso hecho hace el desmoronamiento de el aspecto.
La amplitud de la mirada popular y política de Costa Gavras le ha conducido asimismo a preocuparse por el pasado y el presente de países azotados por la tortura, las desapariciones sistemáticas de individuos o los regímenes dictatoriales. Pese a la indudable demanda que su cine hace de estas ocasiones, la mirada de Costa Gavras se ha ubicado siempre y en todo momento en una suerte de tierra de absolutamente nadie naturalista distanciada del maniqueísmo y el estereotipo.
De ahí exactamente que sus películas provocaran en los años sesenta y setenta furiosas reacciones por la asepsia que este directivo pretendía ofrecerle hasta a sus producciones mucho más politizadas. Y es que más allá de estar considerado en justicia como el primordial iniciador del llamado "cine político", sus películas procuran trascender la coyuntura histórica que aborda el razonamiento para transformarse en símbolos universales contra la intolerancia, la opresión y la carencia de libertades, procedan de donde procedan.
Desde Z (1968), premiada con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y nominada a 2 Oscar, el nombre de Costa Gavras fué visto como un ejemplo de valores enarbolados por la izquierda europea y cuya demanda ha de ser incesante. Los abusos del fascismo heleno, del estalinismo soviético, del imperialismo estadounidense en Hispanoamérica y del colaboracionismo francés fueron diseccionados en películas como Z, La confesión (1970), Estado de lugar (1972) o Sección particular (1974), respectivamente. Títulos que paralelamente se ambientaban en diferentes temporadas históricas, incluyendo el mucho más colérico presente, y que pretendían suscitar la reflexión de los espectadores sobre la intemporalidad y universalidad de los mecanismos represivos de los estados totalitarios.
Devorado por esa etiqueta del "cine político", cualquier intento de escapada por la parte de Costa Gavras hacia otros territorios fué de forma sistemática rechazada por la crítica y los espectadores. Clair de femme (1977), sobre la crisis existencial de una mujer perjudicada por la desaparición de su hijo, o Mad City (1997), thriller protagonizado por John Travolta y Dustin Hoffman, han marcado los enormes descalabros de taquilla de este respetado cineasta, premiado aun con un Oscar y con la Palma de Oro del Festival de Cannes por el despiadado retrato de la dictadura chilena de Augusto Pinochet trazado en Desaparecido (1982).
Tras un fugaz paso como presidente de la Cinemateca Francesa a inicios de los ochenta, en 1993 pretendió cambiar tienes una generación y particularmente con los viejos izquierdistas apoltronados que décadas atrás le habían tachado aun de conservador. En ese sentido, Le Petite Apocalypse (1993) hace aparición como un punto de cambio en su trayectoria cinematográfica: hablamos de una dura sátira cerca de los revolucionarios de Mayo de 1968 y su progresivo ascenso en la escala popular capitalista merced al poder propagandístico de los medios de masas.
Pocos directivos durante la historia han logrado transformarse en referentes intelectuales del campo europeo, provocando con sus afirmaciones y películas varias polémicas políticas y sociales capaces de lograr resonancia mundial. Aupado a la categoría de artista puesto en compromiso con su tiempo, Costa Gavras siempre y en todo momento estuvo en el ojo del huracán, de forma que cada jalón de su filmografía fue objeto de las mucho más encontradas reacciones. Su cine ya que jamás dejó indiferente a absolutamente nadie, en la medida en que testimonio de las primordiales conmociones históricas del siglo XX.
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