Si has llegado hasta aquí es porque eres consciente de la importancia que tuvo Conde de Floridablanca en la historia. Cómo vivió y las cosas que hizo en el tiempo en que estuvo en el mundo fue decisivo no sólo para las personas que trataron a Conde de Floridablanca, sino que tal vez dejó una huella mucho más insondable de lo que podamosimaginar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Conde de Floridablanca de modo personal.Conde de Floridablanca ha sido un ser humano que, por alguna razón, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
Las biografías y las vidas de personas que, como Conde de Floridablanca, cautivan nuestra curiosidad, deben servirnos siempre como referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra época de la historia que no son las nuestras. Tratar de comprender la biografía de Conde de Floridablanca, porqué Conde de Floridablanca vivió como lo hizo y actuó del modo en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a comprender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que se mueve, de forma inevitable, la historia.
(José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca; Murcia, 1727 - Sevilla, 1808) Político español. Sus contactos como letrado con individuos predominantes, como el duque de Alba o Diego de Rojas, le facilitaron la entrada en el Consejo de Castilla como fiscal de lo criminal en 1766; allí establecería una angosta relación con Campomanes -asimismo fiscal-, consagrándose los dos en la defensa de las prerrogativas de la Corona en frente de otros poderes, y particularmente contra la Iglesia (regalismo). En aquel mismo año actuó con contundencia contra los instigadores del motín de Esquilache en Cuenca y apoyó la consiguiente expulsión de los jesuitas de España en 1767.
Nombrado embajador en Roma en 1772, le correspondió encauzar las tensas relaciones de Carlos III con el Papado, logrando la supresión de la Compañía de Jesús (1773). El agradecimiento del rey por aquella administración le valió el título de conde. Fue entonces en el momento en que accedió a la Secretaría de Estado (clase de Ministerio de Asuntos Exteriores), que ocuparía por 15 años (1777-92); más tarde se ocuparía asimismo de la cartera de Gracia y Justicia (1782-90).
Su actuación política estuvo en la línea marcada por otros políticos ilustrados del siglo XVIII (Julio Alberoni, José Patiño y el marqués de la Ensenada, entre otros muchos), orientada esencialmente a impulsar la Marina, promover las proyectos públicas, más que nada a través de la construcción de nuevos caminos y la optimización de los que ya están, y actualizar la agricultura. Su intención, según el historiador Álvarez Santaló, era editar la sociedad en un grupo útil y servible, para lo que era indispensable “reconvertir” al conjunto dirigente nobiliario en un ámbito “productivo”, achicar en la medida de lo posible las desigualdades fiscales, remover los prejuicios que afectaban al honor popular y que se referían a su incompatibilidad con el trabajo y la efectividad, y supervisar a los conjuntos marginales con la intención de reintroducirlos en el circuito productivo a través de su regeneración. Sin embargo, no llegó a utilizar medidas destinadas a poder una genuina transformación de la sociedad; la modesta reforma fiscal fracasó, y no se alteró el régimen de propiedad ni se limitaron los permisos de la alta nobleza.
Próximamente se vio enfrentado, por otro lado, al «partido aragonés» que encabezaba el conde de Aranda, ya que Floridablanca pretendía reequilibrar las instituciones de la Monarquía dando mucho más peso al estilo de gobierno ejecutivo de las Secretarías de Estado y del Despacho, al tiempo que Aranda defendía el estilo judicialista clásico que representaban los Consejos. En esa línea creó en 1787 la Junta Suprema de Estado (encabezada por él mismo), que respondía a la iniciativa de coordinar las diferentes segregarías en una suerte de Consejo de Ministros.
Floridablanca orientó la política exterior de Carlos III hacia un fortalecimiento de la situación de españa en frente de Inglaterra, fundamento por el que decidió la intervención en acompañamiento de los revolucionarios norteamericanos en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos (1779-83); logró éxitos como la restauración de Menorca (1782) y de Florida (1783), pero asimismo un sonado fracaso en los intentos de recobrar Gibraltar. Potenció la amistad con los príncipes italianos de la Casa de Borbón y con Portugal (esta última coalición dio a España las islas africanas de Annobón y Fernando Poo en 1778).
La desaparición del rey y el ingreso al trono de Carlos IV no dañaron a la situación de Floridablanca, quien encabezó la reacción conservadora del gobierno español en frente de los miedos despertados por la Revolución Francesa (1789). El miedo a que la predominación de la Revolución alcanzara a España le impulsó a endurecer las medidas represivas: fortaleció la frontera pirenaica para eludir la entrada de publicidad revolucionaria, ordenó la censura de libros y de todas y cada una de las publicaciones periódicas, excepto la Gaceta, y mandó perseguir a los primordiales liberales reformistas (destierro de Jovellanos, caída en desgracia de Campomanes y encarcelamiento de Francisco Cabarrús). Su reacción conservadora le impidió explotar una ocasión insuperable para desarrollar el software reformista del despotismo ilustrado español.
Tras años de intrigas, en 1792 sus contrincantes lograron que fuera destituido y encerrado en la ciudadela de Pamplona, bajo acusaciones de corrupción y abuso de autoridad. Juzgado y absuelto poco después, se retiró de la vida pública hasta el momento en que, con ocasión de la invasión francesa de la Península (1808), fue llamado a comandar la Junta Suprema Central que tenía que ordenar la resistencia, cargo que desempeñaba en el momento en que murió.
Floridablanca escribió múltiples proyectos de carácter jurídico y político. Entre ellos se destaca la Instrucción reservada para la Junta de Estado, que recopila el grupo del pensamiento político del conde, verdadero ministro-tipo del despotismo ilustrado español. Se trata de entre los mucho más importantes documentos para fijar el sentido del movimiento político ilustrado en España; todas y cada una de las ideas de las corrientes dominantes en la temporada se muestran en este artículo, que se encarga de la defensa de las regalías y de la amortización, de la protección de las sociedades económicas y de las entidades beneficiosas, e inclusive del régimen de pensiones en el extranjero.
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