Caupolicán

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Vida y Biografía de Caupolicán

(Palmaiquen, ? - Cañete, 1558) Caudillo mapuche. Por su enorme fortaleza física y valentía, fue escogido toqui (jefe militar) de los mapuches, pueblo que resistió la conquista de españa del sur de Chile. Junto con Lautaro fue entre los conductores de los araucanos en las guerras del siglo XVI. Aunque no tuvo el genio militar de Lautaro, las hazañas de los dos fueron cantadas en el poema épico La Araucana, de Alonso de Ercilla. Rubén Darío asimismo le dedicó un poema.

Caupolicán fue entre los dieciséis enormes caciques araucanos que formaron una junta de guerra para confrontar a la dominación de españa de Pedro de Valdivia. Elegido en ella máximo jefe militar (toqui), dirigió las consecutivas campañas indígenas. Organizó la resistencia frente a las fundaciones españolas de los fuertes establecidos en el sur, como Arauco, Tucapel, Purén y los Confines o Angol. Luego, en 1553, convocó a los caciques en junta de guerra para elaborar una enorme campaña que acabara con estos asentamientos, utilizando la dispersión de los soldados organizada por Valdivia para ocupar puestos clave del territorio araucano.

La junta aprobó el ataque contra Tucapel, donde resaltó el popular Lautaro como guerrero: viejo criado de Valdivia, Alonso de Ercilla le atribuyó en La Araucana talentos militares de guerrero heleno. Una vez vencidos los españoles y tomado Valdivia, Caupolicán encabezó el juicio que decidió su muerte, y en el que, según lo que parece, Lautaro fue un acusador feroz, en frente de la benevolencia del jefe confederal. El gobernador Pedro de Valdivia fue ejecutado el 25 de diciembre de 1553, y con él los cincuenta hombres que le habían acompañado hasta Tucapel.

Vino entonces el sistemático ataque indígena a todos y cada uno de los asentamientos españoles a lo largo del orden del gobernador Francisco de Villagra, sustituto de Valdivia, que fue derrotado en Marigüeñu y obligado a dejar Concepción y a dejar apartada a La Imperial. El cronista Alonso de Ovalle relata ciertas de semejantes acciones: “Este (Caupolicán), el que desarticuló a Purén, logró el popular saqueo en la localidad de Penco, no dejándola piedra sobre piedra, habiendo antes, con sola la popularidad y novedosa de su venida, obligado a los españoles que desamparasen la localidad y se la dejaran libre”.

El virrey del Perú nombró gobernador y capitán general de Chile a su hijo García Hurtado de Mendoza, que inició una auténtica reconquista de españa. El 30 de noviembre de 1554, Caupolicán decidió agredir a las huestes de García Hurtado de Mendoza. La guerra de Millarapue duró desde la madrugada hasta ámbas de la tarde, y Caupolicán la dirigió montado en un caballo blanco. No le acompañó la fortuna en ese combate: las fuerzas españolas derrotaron a los mapuches en toda la línea. Estos debieron resguardarse en los bosques de la Cordillera.

En su nuevo territorio, Caupolicán recibió distintas promociones de paz y rendición que rechazó una tras otra, manteniéndose siempre y en todo momento partidario de la resistencia. Convocó a los caciques confederados para otra novedosa campaña, pero en esta ocasión se opusieron a formar parte en ella ciertos caciques recelosos. Decidió entonces agredir con los guerreros de su tribu y se dirigió hacia Cañete. Pero los españoles supieron de sus pretenciones por un espía y fraguaron una estratagema para defenderse, tal es así que Caupolicán debió retirarse; buscado por los españoles, fue al final tomado.

Caupolicán fue ejecutado en la plaza de Cañete el año 1558. El capitán Alonso de Reinoso le condenó a fallecer en el suplicio de empalamiento, para escarmiento de los indios: mientras que el palo iba destruyendo sus supones, un conjunto de indígenas fieles a los españoles le lanzaban saetas con sus arcos. No sus contrincantes estuvieron conformes con este trato. Alonso de Ercilla, en su obra, se quejó amargamente por el tormento producido a Caupolicán. Su muerte no sirvió sino más bien para avivar mucho más todavía el espíritu indómito de los araucanos. El cronista Ovalle, antes mencionado, escribió: “La muerte de Caupolicán no solo no encaró, ni puso terror a los araucanos, pero los irritó y encendió aún mucho más en el deseo de la venganza y en el odio hacia los españoles”.

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