Apreciar las luces y las sombras de las personas destacadas como Bela Bartok, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es una cosa básica para que podamos valorar no sólo la existencia de Bela Bartok, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Bela Bartok, aquellas personas a quienes de un modo u otro Bela Bartok influyó, y por supuesto, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió Bela Bartok.
Las biografías y las vidas de personas que, como Bela Bartok, cautivan nuestra atención, tienen que valernos siempre como punto de referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de Bela Bartok, porqué Bela Bartok vivió como lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que se mueve, de forma inevitable, la historia.
(Nagyszenmiklós, el día de hoy Sinnicolua Mare, de hoy Rumania, 1881 - Nueva York, 1945) Compositor húngaro. Junto a su compatriota Zoltán Kodály, Bela Bartok es el compositor más esencial que dió la música húngara durante su crónica y entre las figuras indispensables en las que se basa la música moderna.
Hijo de un profesor de la Escuela de Agricultura de Nagyszenmiklós, los siete primeros años de vida del futuro músico transcurrieron en esta pequeña ciudad, el día de hoy correspondiente a Rumania. Fallecido su padre en 1888, su niñez se desarrolló en las distintas ciudades húngaras a las que su madre, institutriz, era destinada.
A pesar de que los primeros pasos de Bartok en el planeta de la música se decantaron hacia la interpretación pianística (en 1905 llegó a presentarse al respetado Concurso Rubinstein de piano, en el que fue superado por un joven Wilhelm Backhaus), próximamente sus intereses se inclinaron claramente por la composición musical. De trascendental relevancia fue el hallazgo del folclor húngaro que Bartok, al lado del citado Kodály, estudió de forma apasionada de pueblo en pueblo y de aldea en aldea, con asistencia de un rudimentario fonógrafo y papel pautado.
Su predominación en su tarea autora sería esencial, hasta transformarse en la primordial característica de su estilo y dejarle desvincularse de la profunda deuda con la tradición romántica previo -de forma especial de la representada por autores como Liszt, Brahms y Richard Strauss- que se apreciaba en sus primeras creaciones, entre aquéllas que figura el poema sinfónico Kossuth.
No solo el folclor húngaro atrajo sus miras: asimismo lo hicieron el eslovaco, el rumano, el turco o el árabe. Con todo, no se debe meditar por este motivo que en sus proyectos se limitara a citarlo o a recrearlo, antes al revés: el folclor era solo el punto de inicio para una música completamente original, extraña a los enormes movimientos que dominaban la creación musical de la primera mitad del siglo XX, el neoclasicismo de Stravinsky y el dodecafonismo de Schönberg, por mucho que a veces utilizara ciertos de sus elementos.
Más allá de que en varias creaciones se guarda total o relativamente la armonía original (40 y 4 duetos para 2 violines), en otras, más que nada en las mucho más maduras, se asiste a la total absorción de los ritmos y las formas populares, de forma tal que, más allá de no existir referencias directas, se advierte en todo instante su presencia. Páginas como las de la única ópera redactada por el músico, El castillo de Barba Azul; los ballets El príncipe de madera y El chino mandarín fantástico; el Concierto para piano n.º 1 y el Allegro salvaje para piano contribuyeron a llevar a cabo de Bartok un creador popular dentro y fuera de las fronteras de su patria, pese al escándalo que provocaron ciertas de ellas por lo audaz de su lenguaje armónico, rítmico y tímbrico.
Instructor de piano en la Academia de Música de Budapest desde 1907 y directivo adjunto de esta institución desde 1919, en 1934 abandonó los cargos enseñantes para proseguir su investigación en el campo de la musicología habitual, al tiempo que, como pianista, ofrecía recitales de sus proyectos en toda Europa y proseguía su labor creativa, con partituras tan esenciales como Música para cuerdas, percusión y celesta y la Sonata para 2 pianos y percusión.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial le forzó, como a muchos otros de sus colegas, a buscar cobijo en Estados Unidos. Allí, pese a ciertos pedidos puntuales como la Sonata para violín solo o el Concierto para orquesta, Bartok pasó por serias adversidades económicas, agravadas por su precario estado de salud. A su muerte, gracias a una leucemia, dejó inconclusas ciertas creaciones, como el Concierto para piano n.º 3 y el Concierto para viola, las dos culminadas por su acólito Tibor Serly.
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