Arquíloco de Paros

Apreciar las luces y las sombras de las personas relevantes como Arquíloco de Paros, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es una cosa esencial para que seamos capaces de poner en valor no sólo la vida de Arquíloco de Paros, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Arquíloco de Paros, personas a quienes de de una u otra forma Arquíloco de Paros influenció, y sin duda, comprender y entender cómo fue el hecho de vivir en la época y la sociedad en la que vivió Arquíloco de Paros.

Las biografías y las vidas de personas que, como Arquíloco de Paros, atraen nuestro interés, deben ayudarnos en todo momento como referencia y reflexión para ofrendar un marco y un contexto a otra sociedad y otra época de la historia que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de Arquíloco de Paros, el motivo por el cual Arquíloco de Paros vivió de la forma en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que se mueve, de forma implacable, la historia.

Vida y Biografía de Arquíloco de Paros

(Paros, de hoy Grecia, 712 a.C. - 664 a.C.) Poeta lírico heleno. De padre noble y madre esclava, perdió su fortuna y estuvo arruinado a lo largo de una gran parte de su historia, e inclusive debió ser útil como mesnadero para subsistir. Rechazado por la sociedad y por su querida, Neobule, logró de esto tema de su poesía, cruda y satírica, siendo el primer poeta de la Antigüedad en tomar nuestra vida como referente poético. Su poesía es de enorme sinceridad, y resalta formalmente por la utilización del metro yámbico para temas satíricos, razón por la que se le considera uno de los más importantes renovadores así. Sus Yambos fueron prohibidos en Esparta, puesto que iban liderados a Neobule y a su padre, y le acusaron de haber inducido a los dos al suicidio. También escribió himnos y escogías, pero del total de su obra solo se han preservado ciertos extractos.

Refiere la historia de historia legendaria que un día los pobladores de Paros, deseando fundar una colonia en la isla de Tasos, mandaron a Delfos al que había de ser su jefe a fin de que consultara el oráculo de Apolo. Pero en el momento en que se conoció en Paros la enigmática contestación del dios, absolutamente nadie logró interpretar su sentido; entonces, en la mitad de los titubeantes ciudadanos brotó un audaz joven que logró aclarar la divina sentencia. Aquel fantástico jóven, partícipe del lenguaje de los dioses, al que Apolo había pronosticado ahora la inmortalidad, era Arquíloco.

Arquíloco había nativo de Paros, hijo del noble Telesicles y de una esclava tracia de nombre Enipo, en los últimos tiempos del siglo VIII, o, según otros, a inicios del siglo VII a. de C. A causa de las malas condiciones económicas que afligían a su familia, fue obligado a emigrar a la isla de Tasos; aguardaba conseguir fortuna en aquel rincón donde un antepasado de el, Telis, había fundado varios años antes una colonia de parios. Pero próximamente se frustraron las esperanzas del poeta. La vida en la colonia era considerablemente más bien difícil que en la patria: la Isla de Tasos, pobre y cubierta en una parte de vegetación silvestre, expuesta a las correrías de los salvajes tracios, ofrecía muy escasos elementos, y, además de esto, en aquel tiempo, se había transformado en cobijo de las gentes de peor popularidad de toda Grecia.

Poco a poco más pobre, apartado en un ámbito hostil, mirado por todos con el característico odio del vulgo hacia el noble decaído, Arquíloco se transformó en soldado mesnadero, para procurar ganarse la vida al precio de su historia. Esta fue la señal no solo de la separación determinante del poeta de todo el mundo en el que hasta el momento había vivido, sino más bien asimismo la razón primordial de que le rechazara la mujer querida, Neobule, que su padre Licambe, un conciudadano de Paros, le había prometido en matrimonio.

Aquella pasión, agigantada por la distancia, por la añoranza y quizá asimismo por el cariño propio herido, se transformó en el drama central de la vida de Arquíloco. Sediento de venganza, lo mismo que había hecho contra sus amigos de Tasos, escribió contra Neobule y contra Licambe varios de sus conocidos Yambos, poesías de tal manera injuriosas que han quedado como proverbiales en toda la Antigüedad por su crueldad. Según una historia de historia legendaria (admitida por la historia hasta hace un siglo), no logrando aguantar por mucho más tiempo la implacable persecución del poeta, Licambe y su hija se colgaron agobiados. Por tal razón, viejos y modernos han considerado siempre y en todo momento a Arquíloco como el mayor poeta del odio que haya existido, sin preocuparse, no obstante, de saber y apreciar adecuadamente las causas del odio, de la furia, del sarcasmo que inspiraron tan con frecuencia los versos del bastardo de Paros.

El fracaso de sus esperanzas de rehacer su historia lejos de la patria, las dentelladas de la pobreza, la escocedora desilusión cariñosa y, en resumen, la dureza de la vida militar agriaron indudablemente el alma de Arquíloco, pero no hicieron mella en su natural nobleza. Un día, en pelea contra una tribu tracia, se vio obligado a escapar a lo largo del combate abandonando su escudo en el campo de guerra. Por la desconcertante franqueza con que el poeta confiesa su poco gloriosa aventura en entre los extractos de las Elegías, toda la Antigüedad y varios modernos juzgaron cobarde a Arquíloco. Los espartanos, representando a su culto al heroísmo, prohibieron sus poesías en la localidad.

Pero que Arquíloco no era cobarde quedó probado con visto que muriera luchando por su patria, no como mesnadero, sino más bien como patriota, contra los pobladores de Naxos. Más tarde, los parios levantaron un monumento en su honor y le tributaron culto como a un dios o a un héroe asegurador de la isla, y en las paredes de aquel templo grabaron varios de sus versos. Cuenta la historia de historia legendaria que quien mató al poeta fue un tal Calonda, y que habiéndose este dirigido un día a Delfos, Apolo lo expulsó del templo, diciéndole: "¡Vete! Has fallecido al servidor de las musas". Arquíloco es el primer poeta de la literatura griega en cuya biografía es viable fijar una fecha segura: en un fragmento de sus poesías describió un eclipse de sol que prácticamente con toda seguridad sucedió el día 6 de abril del 648, o, según cálculos mucho más recientes, del 647 a. de C., eclipse que fue aparente en todas y cada una de las islas del mar Egeo. Muy probablemente, el poeta murió unos años después.

La poesía de Arquíloco

Arquíloco fue puesto por los viejos a la vera de Homero como principal creador de la poesía griega. Así como Homero había dado en la Ilíada y la Odisea el modelo de la poesía épica, objetiva y también impersonal, Arquíloco dio el de la poesía subjetiva, donde el artista charla en primera persona y se toma a sí mismo como primordial objeto de su canto. De la obra de Arquíloco poca cosa llegó hasta nosotros: solamente unos pocos extractos de sus Yambos y de sus Elegías.

Si bien hubiera cultivado asimismo otras formas poéticas, su celebridad descansa más que nada en sus Yambos, que tienen dentro creaciones en metros yámbicos y trocaicos. Más aún: se pretendía que el yambo, ritmo vivaz y discursivo, había sido inventado por él; y a la vera de la solemne objetividad homérica, que contenía ahora en germen la catástrofe, los yambos de Arquíloco, subjetivos, realistas, prontos a la invectiva y al escarnio, pasaban por ser los predecesores de la poesía cómica y satírica. El metro, poco alto y cercano a la lengua hablada, era conveniente para el insulto y la expresión soez y satírica, como explicaría Aristóteles en la Poética.

Poco puede juzgarse de la excelencia del artista a partir de los pocos extractos, pero aun de esta forma bastan para descubrir una individualidad robusta, que ve el planeta en función de su yo y desahoga en sus versos las extrañas alegrías y los usuales fervores provocados por el choque entre su intención y el planeta. Es bien conocida la citada disputa con Licambe, que le había negado su hija en matrimonio (por servirnos de un ejemplo, fr. 88); sobre este episodio circularon entre los helenos varias leyendas, y se mencionó que el desdichado Licambe, atacado por los yambos del poeta, se había dado muerte de vergüenza al verse transformado en objeto del chismorreo de su localidad. La historia de historia legendaria, repetida asimismo con relación a otros versistas, tiene en el fondo un sentido, en relación pone de relieve la efectividad que la poesía puede llegar a lograr en el momento en que se utiliza como arma personal.

Hermosos por su fuerza representativa son los tetrámetros trocaicos en los que a el aspecto insolente del capitán fanfarrón se oponen el aspecto humilde y el estable corazón del capitán valeroso (fr. 60): "No me agrada un general de alta estatura ni bien plantado de piernas ni que esté orgulloso de sus rizos ni con la barba bien recortada: que me den a mí uno pequeño y patizambo, pero bien plantado en sus piernas y lleno de corazón." Es la negación de los códigos morales heroicos y de la falsa idealización de la guerra.

No faltan tampoco en Arquíloco tonos mucho más apagados; reservados medites sobre la moderación de los deseos (fr. 22) o sobre la omnipotencia divina (fr. 58); visualizaciones de fenómenos naturales (fr. 56 y 74 con alusión al eclipse del sol del año 648 a. de C.); viriles exhortaciones a sí mismo en directo diálogo con su corazón agitado por las intranquilidades (fr. 67 a); breves aspectos gráficos, que muestran con admirable prueba la inhospitalaria isla de Tasos, erizada de selvas como el lomo de un asno (fr. 18) o a una doncella alegre por el don de un ramo de rosas (fr. 25). La característica primordial del arte de Arquíloco semeja residir en su aptitud de expresar un aprecio, aun violento, con impoluta facilidad, evocar una figura o un paisaje con escasas expresiones sugestivas y ofrecer concreción y fuerza sociable al pensamiento.

Entre los pocos restos de su vasta y conmemorada producción poseemos asimismo ciertos extractos de Elegías. En la clasificación clásico griega el término de elegía, mucho más que determinar un contenido, señala la manera métrica que une hexámetros y pentámetros en dísticos. Arquíloco la usó ahora para esbozar con unos pocos aspectos sintéticos su retrato de poeta guerrero (fr. 1, 2), ahora para rememorar contrariedades de guerra y de viajes (fr. 3, 5a), ahora para consolar, con viril acento, a un amigo en desgracia (fr. 7).

Es popular, más que nada por la imitación que logró Horacio, el fragmento 6, en que el poeta afirma haber descuidado el escudo en una acción de guerra, salvando de esta manera su historia. En la novedosa forma de pelea que salió configurando en la incipiente polis, la táctica hoplítica, donde el guerrero luchaba codo con codo con su vecino de capacitación, cuya seguridad dependía de la fortaleza de su compañero, arrojar el pesado escudo para darse a la fuga era comprensiblemente un grave delito, castigado, a veces, con la desaparición. A pesar de esto, Arquíloco no tuvo empacho en cantar: "Algún sayo se ufana con mi escudo, un escudo impecable que abandoné contra mi intención en un matorral. Mas con esto salvé mi vida. ¡Qué me importa aquel escudo! Ya me adquiriré otro que no sea peor."

Pero mucho más que una ostentación de cobardía, poco concebible en el planeta heleno, semeja que hay que admitir la afirmación de una individualidad vigorosa y original, que se agrada en las reacciones extremas y hiere con sus burlas las convicciones mucho más generalmente admitidas y mucho más caras a la multitud de orden. Así hubo de ser de todos modos Arquíloco, con lo que de forma indirecta entendemos de él y con lo que tenemos la posibilidad de evaluar por medio de los restos de su obra: una personalidad señalada, un carácter candente, de forma frecuente violento, con la capacidad de expresar su planeta interior en una manera fácil y específica, de cristalina claridad.

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