Armando Reverón

Ya sea inspirando a más seres humanos o formando parte de la acción. Armando Reverón es uno de esos sujetos cuya vida, en efecto, merece nuestra atención por el grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la biografía de Armando Reverón es comprender más sobre un periodo concreto de la historia de la humanidad.

Si has llegado hasta aquí es porque tienes conocimiento de la trascendencia que detentó Armando Reverón en la historia. El modo en que vivió y lo que hizo mientras permaneció en la tierra fue determinante no sólo para las personas que frecuentaron a Armando Reverón, sino que a caso legó una señal mucho más vasta de lo que logremosfigurar en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya jamás a Armando Reverón de modo personal.Armando Reverón fue uno de esos seres humanos que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.

Conocer lo bueno y lo malo de las personas destacadas como Armando Reverón, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es algo básica para que podamos poner en valor no sólo la vida de Armando Reverón, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Armando Reverón, personas a quienes de de una forma u otra Armando Reverón influyó, y sin duda, conocer y descifrar cómo fue el hecho de vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió Armando Reverón.

Las biografías y las vidas de personas que, como Armando Reverón, cautivan nuestra atención, deben valernos siempre como referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Tratar de comprender la biografía de Armando Reverón, el motivo por qué Armando Reverón vivió del modo en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a vislumbrar mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que se mueve, de forma implacable, la historia.

Vida y Biografía de Armando Reverón

(Caracas, 1889 - id., 1954) Pintor venezolano considerado entre los enormes profesores en la narración de las artes plásticas del país. Realizó estudios en la Academia de Bellas Artes de Caracas y, merced a una beca, prosiguió estudios en España y tuvo la posibilidad de conocer París. A lo largo de su historia abordó el tema espiritual, las naturalezas fallecidas, la figura, el paisaje, el autorretrato y el desvisto femenino; estos 2 últimos fueron los mucho más recurrentes en su producción. En 1921 se mudó a Macuto y edificó con sus manos El Castillete, su morada el día de hoy desaparecida. Se acostumbran a distinguir en su trayectoria tres enormes temporadas: azul (marcada por la predominación de Nicolás Ferdinandov), blanca (donde exploró los efectos de la intensa luz del trópico) y sepia (ahora a fines de los 30). En sus cuadros experimentó con aguantes y técnicas poco comunes, incorporando materiales como el musgo y el óxido de hierro; pero fue indudablemente la luz el elemento mucho más explorado. Creó, aparte de sus pinturas, elementos de la vida día tras día, valorados hoy día como una parte de su trabajo artístico.

Hijo de un matrimonio de desencuentros y enfrentamientos, el padre, Julio Reverón, desequilibrado y déspota, desapareció al poco de su nacimiento. La madre, Dolores Travieso de Reverón, confusa y indudablemente sumisa, dejó enseguida al hijo a cargo de una pareja de amigos, los Rodríguez Zocca, que vivían en una hacienda en Valencia. Sólo años después, tras la desaparición de su marido, su madre haría persistente su presencia en la vida del hijo.

En la hacienda de los Rodríguez Zocca, en Valencia, Armando Reverón se crió en familia al lado de Josefina, la pequeña hija del matrimonio, que va a ser su hermana apegada, con y para quien edificó Armando ciertos primeros juguetes y muñecas que van a ser socios con los que después efectuaría en El Castillete. En esos años, cubierto de naturaleza y de evidentes distancias, se inició en la pintura con un tío abuelo materno, Ricardo Montilla. También allí, a los 12 años, Reverón padece un ataque de fiebre tifoidea que determinará más adelante diagnóstico la presencia psicótica.

A los catorce años muere su padre y se muda con su madre a Caracas. En 1908 ingresa en la Academia de Bellas Artes de Caracas, donde los profesores son Antonio Herrera Toro, Emilio Mauri y Pedro Zerpa. Luego efectúa unos cuantos viajes a Europa: primero a Barcelona, en 1911, para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios; después, en 1912, a Madrid, donde se forma en la Academia de San Fernando y en el taller de un pintor acomodado y mediocre, José Moreno Carbonero, y en el de un óptimo profesor y guía, Antonio Muñoz Degrain. En ese viaje pasa por París en 1914, pero se conoce poquísimo de su estancia. Aunque su estadía en Europa no se traduce en un real avance en su capacitación plástica, establece un instante definitivo, como aprecian ciertos de sus biógrafos. Para José Balza, por servirnos de un ejemplo, ese hecho, mucho más que la llegada y conocimiento de otros territorios, representa la metáfora del viaje, del cambio persistente. Para otros, como Mariano Picón Salas, significó el acercamiento con Goya, su hallazgo y su filiación.

En 1915 regresa a Venezuela y participa en las sesiones del Círculo de Bellas Artes de Caracas, fundado en 1912 por ciertos de sus viejos compañeros, entre ellos Cabré y Monsanto, que se sublevaron en oposición a la enseñanza rancia que se daba en la academia y que tuvieron la necesidad de imprimir energía a los primeros años de la retrasada y desestimulante dictadura de Juan Vicente Gómez. Su primordial aporte fue sacar a los pintores del estudio y llevarlos al contacto directo con la naturaleza, donde fueron atrapados por los colores y los árboles del trópico, las montañas y los vales, y donde aprendieron a internarse, como navegadores, en la selva de un cromatismo propio, local. De todos estos pintores, Armando Reverón fue y es el mucho más extraño y el mucho más personal. Estos años, de 1915 a 1920, aún se muestran como un rito iniciático, como el impulso de un hombre que se dirige hacia un espacio, o mejor, que se quita y escoge hallarse en esa renuncia.

En 1917 recibe un golpe que puede considerarse primordial: la desaparición de Josefina, su hermana de juegos, su conexión natural y temporal con el planeta familiar infantil, lo que lo transporta al extrañamiento. En ese instante ahora están precisamente establecidos el pintor y sus talentos, la fluidez de su pincelada. Ya la retina está sellada por Goya y asimismo por Velázquez y sus increíbles y extrañas Meninas, por la vibración y el cromatismo impresionista. Ya en Venezuela se aúnan, a las precedentes, las influencias de europa del rumano Samys Mützner o del francovenezolano Emilio Boggio, los dos postimpresionistas, pero más que nada del ruso Nicolás Ferdinandov, ilustrador simbolista que le enseñó el aprecio por un azul obsesivo, el de los fondos marinos, ese azul que próximo se batía contra la arena de Punta de Mulatos, rincón que eligió Ferdinandov para vivir y que conoció en largas excursiones por el litoral con su amigo Reverón.

Un nuevo hecho preparó el lote para el alejamiento definitivo: Juanita Mancha. El agitado carnaval de La Guaira de 1918 presencia el acercamiento de un dominó que recibe con sorpresa a un enigmático torero, que es, como es natural, Reverón. El disfraz de dominó oculta a una pequeña de catorce años: Juanita. Una banda suena. Puede que bailen. Hablan y él le da pintarla. Y en una narración obscura y carnavalesca se entrelazan, quién sabe si por azar, quién si por necesidad, los 2 individuos que se van a acompañar para toda la vida y que habitarán juntos un arcádico y fortificado espacio de vida: El Castillete.

En Macuto, cerca de Las Quince Letras, levantó Reverón su casa en 1921, en un lote que adquirió Dolores Travieso (toda esa región y parte importante del kilometraje que bordea el litoral central fue tragado por montaña y mar, con sus pobladores, en la época del diciembre de 1999). Allí, al lado de Juanita, pasaría el resto de sus días, destinado a colorear cuadros y a crear elementos rutinarios o artísticos, como su serie de muñecas. Hacia el desenlace de su historia, una serie crisis inquietas lo forzaron a ser ingresado en diferentes oportunidades y a dejar su trabajo pictórico. El alejamiento definitivo fue en el mes de octubre de 1953 en el sanatorio de San Jorge, con José Báez Finol como médico psiquiatra de cabecera. Ese mismo año consiguió el Premio Nacional de Pintura en el Salón Oficial. Falleció un año después, el 18 de septiembre de 1954.

Para detallar las que serían las etapas pictóricas de Reverón se puede echar mano al estudio de Alfredo Boulton, que se tomó como canónico, donde están distinguidas las etapas de Reverón por la dominante cromática. Así, tendríamos el periodo azul, desde su regreso de España hasta 1924; el periodo blanco, que se prolonga por diez años hasta 1936; y, para finalizar, el periodo sepia. El fuerte dominante azul de los primeros años responde por una parte al acercamiento con lo marino y con el planeta de Ferdinandov, y es asimismo heredado del tenebrismo de Ignacio Zuloaga (al que conoció en su taller de Segovia) y de ciertos pintores catalanes.

De esta herencia se resaltan el Retrato de Enrique Planchart y El Martirio. Ya en La Cueva (1920) hace aparición un Reverón mucho más propio, un azul mucho más de adentro, mucho más cerca de lo que sería su lenguaje, que se sintetiza hasta hallarse en sí. Allí, en La Cueva, Pérez Oramas lee no solo a Goya, sino más bien al Giorgione de La tempestad y a una tradición occidental. Y en un ademán intensamente moderno, en frente de la ruina de la tradición, Reverón hace de la obra la aparición de lo inalcanzable, como su luz, que se desvanece en un nubloso azul y deja ver el cuadro, exponiendo los cuerpos en disolución: "Así están fabricadas muchas proyectos de Reverón: con golpes de pincel, con brochazos, veladuras, raspaduras y empastes, la mayoria de las veces directos y también instintivos, que traducen cerros, nubes, espumas, carnes y todo lo que había en el cosmos visual que él contemplaba", observaría acertadamente Miguel Arroyo en El puro ver de Reverón.

Toda la obra de Reverón ha de ser leída como un sendero, desandado, de lo representable, que se dirige hacia su pureza, hacia el desposeo de cualquier exceso, en una continua transmutación. Pasamos por el Retrato de Casilda, la Figura bajo un uvero, el retrato Juanita (1920-1922) y apreciamos que el azul se diluye en una racha que apunta a esa luz apasionada que cae a toques de sus brochazos, que se hace golpe y lona. La trinitaria (1922) está a puntito de ser tragada por la sombra-luz, y los Uveros azules (1922) recuerdan el efecto de arena en los ojos que nos acerca al extrañamiento. En el polvo levantado de muchedumbre en Fiesta en Caraballeda (1924), en el batir de los Cocoteros en la Playa (1926), en la desaparición tras la lona porosa que como la arena borra las huellas que se dejan en Rancho en Macuto (1927), en El Playón (1929) y en la ironía bailarina de carnaval traslúcido de Cocoteros (1931), se observan exactamente las mismas permanentes: los árboles, semblantes, cuerpos y panoramas van difuminándose, y toda presencia de referencia semeja reposar en el poético espacio de la atenuación y el desvanecimiento.

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Obviamente descubrir en lo más recóndito a Armando Reverón es algo que está reservado a un grupo limitado de personas, y que tratar de recomponer quién fue y cómo fue la vida de Armando Reverón es una especie de puzzleque tal vez consigamos reconstruir si cooperamos conjuntamente.

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Los matices y las sutilezas que llenan nuestras vidas son decididamente determinantes, ya que marcan la diferencia, y en el caso de la vida de una persona como Armando Reverón, que detentó su significación en una época determinada, es vital procurar brindar un panorama de su persona, vida y personalidad lo más rigurosa posible.

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