Apolonio de Rodas

La historia del mundo la narran los hombres y mujeres quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han ocasionado quela sociedad, de una forma u otra,prospere.

Vida y Biografía de Apolonio de Rodas

(c. 295- c. 230 a.J.C.) Poeta épico y gramático alejandrino. Nacido en Alejandría o en Naucratis (mucho más probablemente en la primera localidad, en el seno de una familia que procedía de Naucratis), la tradición lo llama Apolonio de Rodas o Apolonio Rodio pues en Rodas pasó los últimos años de su historia y por el hecho de que prácticamente con toda seguridad adoptó la ciudadanía rodia.

Efectuó sus estudios en Alejandría, teniendo como profesor a Calímaco y como compañero de escuela a Eratóstenes, designado a sucederle en la conocida Biblioteca alejandrina. Cuando tenía en torno a 30 años, o sea, entre el 270 y el 265, Apolonio fue nombrado por el rey Tolomeo II Filadelfo bibliotecario para ocurrir al célebre gramático Zenodoto. En aquel tiempo, las relaciones entre Apolonio y su profesor Calímaco todavía eran afables: por este motivo es bastante posible que el rey hubiese designado primero a Calímaco como sustituto de Zenodoto, y que después Calímaco renunciara a la dirección de la Biblioteca a favor de su acólito.

Coetáneamente al ascenso de bibliotecario, Apolonio recibió el encargo de educar al hijo de Tolomeo Filadelfo, el futuro Tolomeo III Evergetes. Durante los veinte años que pasó en Alejandría adelante de la Biblioteca, Apolonio compuso su obra primordial, Las Argonáuticas, al tiempo que otros varios libros sobre gramática. Pero Apolonio no supo granjearse la amistad de su alumno, en tanto que en el momento en que Tolomeo Evergetes subió al trono (246 a. de C.), fue obligado a dejar Alejandría y a retirarse a Rodas, donde continuó hasta el desenlace de su historia.

No fue extraña a la desgracia de Apolonio la reina Berenice, hija de Maga de Cirene, con quien se había casado Tolomeo el 247; todo el favor de la reina se volcó en sus insignes conciudadanos Calímaco y Eratóstenes. En este tiempo, se habían ahora iniciado indudablemente las disensiones entre Apolonio y Calímaco: la enemistad del profesor, la rivalidad de Eratóstenes y la escasa simpatía de Berenice concluyeron que el rey fuera teniendo en cuenta de a poco a Apolonio como persona poco agradable en la corte. Es posible que a lo largo de su permanencia en Rodas redactara una segunda edición de Las Argonáuticas; pero es sin lugar a dudas falsa la novedad según la que tuvo que ocuparse a ofrecer enseñanzas de oratoria gracias a su pobre coyuntura económica.

Apolonio no solo debió la celebridad a su poema épico, sino más bien asimismo a la conocida y violentísima polémica literaria que sostuvo, precisamente entre el 246 y 240 a. de C., con su profesor Calímaco. Afirmaba éste que el único requisito de la poesía consistía en su esencia lírica, y había culpado por este motivo, en bloque, toda la poesía épica vieja por su incapacidad de sostener desde el comienzo hasta el objetivo, gracias a su longitud, una continuidad de tono y de inspiración.

Esta y otras declaraciones no menos revolucionarias provocaron la indignación de Apolonio, que había consagrado su actividad de erudito y su arte a la tentativa de actualizar los fastos de la poesía homérica. Se alinearon a la vera de Apolonio, en defensa de Homero, otros conocidos versistas, como Asclepíades y Posidipo, y eruditos como el gramático Prasífanes de Mitilene. Calímaco murió sin reconciliarse con su viejo alumno. No puede aprobarse con seriedad la historia de historia legendaria según la que, en el final de su historia, Apolonio habría vuelto a Alejandría, donde, acogido con enormes honores por la novedosa redacción de su poema, habría sido enterrado al lado de Calímaco, realizando finalizar por fin, en el común reposo de la desaparición, el odio que los había separado en vida.

Las Argonáuticas

Con los 4 libros que conforman Las Argonáuticas hace aparición por primera vez una exposición épica conclusa del período legendario de Jasón y los Argonautas, entre los mucho más viejos de la mitología griega. El razonamiento del poema, que entiende en grupo 5.835 hexámetros, es la expedición de Jasón y los Argonautas para la conquista del vellocino de oro, custodiado por un horrible monstruo que no cerraba jamás los ojos al sueño, en un bosque consagrado a Marte en la Cólquida, reino de Atea. Los 2 primeros libros están mucho más íntimamente unidos entre sí, y tras una invocación a Febo y una extendida y monótona reseña de los héroes que toman parte en la expedición, se cuenta desde la partida de los héroes desde Argos hasta el desembarco en Cólquida, con las distintas contrariedades del viaje, como el desembarco en Lemnos, el rapto de Hilas por las ninfas, la liberación de Fineo de las harpías y el paso por las Simplégades.

El tercer libro empieza con una exclusiva invocación a la musa Erato y cuenta con calor de inspiración y finura y efectividad de representación sicológica el prenderse de la pasión cariñosa de Medea por Jasón. Medea, joven tierna, afable y sentimental, es indudablemente la figura mejor representada del poema. Admiradísima en la antigüedad, fue en parte, entre otras muchas cosas, la inspiración de la Dido de Virgilio. El libro IV cuenta el venturoso regreso de los argonautas, siguiendo su ruta por el mar Negro, los ríos Istro y Erídiano, Rodio, las Sirtes y la isla de Creta. Aquí Apolonio cedió al amor por lo aventurero y fabuloso, propio de su época, y estudió esmeradamente y sacó bastante material de las proyectos eruditas de geógrafos, mitógrafos y también historiadores.

En todo el poema de Apolonio, en cuanto al resto, el estudio y la erudición prevalecen sobre la inspiración; el interés por la tradición mística, la precisión en todos y cada uno de los datos al reproducirla, preocupan al poeta mucho más que la prueba de la auténtica acción épica, que está poquísimo creada. Los letras y números de los héroes, si bien sean trazados en ocasiones con toque acerado, están en grupo bastante lejos de la plástica prueba de los letras y números homéricos; la intervención continua de los dioses, que paralelamente no tienen ningún relieve especial, quita toda excelencia a la acción del personaje principal Jasón.

El énfasis en el relato está desigualmente repartido, señalando exactamente el mismo repudio de la simetría y exactamente la misma propensión a la variación que muestran otras manifestaciones de la poesía del periodo helenístico. Si bien en esta epopeya perviven ciertos elementos formales de la Ilíada y la Odisea, el ámbito espiritual del que brotó está separado del de Homero por una inconmensurable distancia: el planeta de relaciones que detalla es muy distinto, puesto que para los contemporáneos de Apolonio el mito viviente se había transformado o se encontraba en sendero de transformarse en mitología. Y si la base lingüística es homérica, el legado clásico es usado para conseguir, a través de la incesante y deliberada variación e inclusive mediante la dislocación de los significados, nuevos efectos.

Cuando Apolonio desciende de la altura heroica de la epopeya para arrimarse al idilio y a la elegía, sus versos consiguen sentimiento y calor y entendemos que la lírica era precisamente la auténtica expresión poética de la época alejandrina, y que asimismo Apolonio, si bien deliberadamente había elegido el género épico, quedó relacionado a ella. Aparecen entonces los aspectos realmente hermosos y sentidos que detallan en el poeta un alma apasionada y sensible, como el surgimiento del amor de Medea y la célebre descripción de la noche (imitada por Virgilio) en el III canto; o el saludo de Jasón a su madre, la botadura de la nave Argos en el I y la liberación de Fineo en el II.

El lenguaje y las comparaciones de Apolonio están en parte importante sacadas de Homero; pero de manera frecuente las comparaciones, como por norma general las especificaciones de la naturaleza, tienen un especial y nuevo aspecto romántico que el poeta consigue asimismo en una parte de la lírica eólica. Las Argonáuticas fueron muy admiradas en la antigüedad y encontraron varios comentadores entre los helenos, y también imitadores singularmente entre los latinos: Varrón Atacino, poeta de la época cesariana, las tradujo al latín, y Virgilio las tuvo presentes más que nada en la composición del IV libro de la Eneida.

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