Ya sea inspirando a otros o formando parte de la acción. Antonio Tavira es uno de esos sujetos cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra atención debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la biografía de Antonio Tavira es conocer más sobre una época concreta de la historia del género humano.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la trascendencia que tuvo Antonio Tavira en la historia. El modo en que vivió y las cosas que hizo durante el tiempo que permaneció en la tierra fue decisivo no sólo para quienes frecuentaron a Antonio Tavira, sino que posiblemente produjo una señal mucho más vasta de lo que podamossospechar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Antonio Tavira en persona.Antonio Tavira fue un ser humano que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Iznatoraf, 1737 - Salamanca, 1807) Eclesiástico español. Capellán y predicador de Carlos III, se le llamó «el Bossuet y el Fénelon español». En 1792 pasó a la sede episcopal canaria y, con posterioridad, a la de Osma y a la de Salamanca, donde procuró una reforma universitaria. Sostuvo una política religiosa regalista y episcopalista (se le acusó sin fundamento de jansenista), y criticó la riqueza de la corte papal.
Tras estudiar en el seminario de San Fulgencio de Murcia, Antonio Tavira pasó a Baeza (Jaén), donde alcanzó los grados de bachiller en filosofía y teología. Más tarde se doctoró en esta última materia por la Universidad de Salamanca. En 1768 fue nombrado instructor de oratoria, y en 1771 logró una cátedra que, no obstante, no llegó a ejercer, puesto que en 1772 fue nombrado predicador de la Casa Real y capellán de honor de Carlos III (1759-1788). En 1788 ingresó como prior en el convento real de Uclés (Cuenca).
Antonio Tavira resaltó como orador y asesor en materia religiosa. Su combate con la Inquisición gracias a los abusos y también intromisiones de esta en la jurisdicción episcopal propició la redacción de unos reportes debidos al ministro Jovellanos, su amigo personal, y premeditados a Carlos IV (1788-1808), que desencadenaron un enfrentamiento con la corte y el consiguiente traslado de Tavira a Salamanca, donde accedió a la silla episcopal en 1798.
Tras un año de obispado, provocó el escándalo al respaldar un decreto del ministro Urquijo que dejaba dispensar los inconvenientes maritales. La opinión de Tavira, considerada un agravio contra las prerrogativas de la Santa Sede, fue denunciada a la Inquisición. El expediente abierto por el Santo Oficio no terminó, no obstante, en los tribunales, ya que por último no se descubrió ninguna actitud que pudiese definirse como herética.
Estos sucesos, tal como el persistente interés por la parte de ciertos ámbitos religiosos en la erosión de su figura, levantaron novedosas acusaciones, como las de que era afrancesado y jansenista, títulos que, en verdad, circulaban con apariencia de rumor desde hacía años. Sea como fuere, Tavira jamás ocultó sus amistades jansenistas (si bien él jamás llegó a adscribirse a este pensamiento) ni su buena relación con la alta oficialidad del ejército francés en 1808 y su admiración por la civilización francesa. No se interesó por la publicación de sus escritos; más allá de ello, muchas de sus cartas se preservan en los ficheros catedralicios de Canarias, Salamanca y Burgo de Osma (Soria).
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Los matices y las sutilezas que llenan nuestras vidas son siempre determinantes, ya que perfilan la diversidad, y en la ocasión de la vida de un ser como Antonio Tavira, que detentó su importancia en un momento histórico concreto, es fundamental intentar ofrecer una perspectiva de su persona, vida y personalidad lo más precisa posible.
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