La historia de la civilización está escrita por las personas queen el transcurrir de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela humanidad, de un modo u otro,avance.
Ya sea inspirando a otras personas o tomando parte de la acción. Antonio Skármeta es una de las personas cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra atención debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Antonio Skármeta es conocer más sobre periodo preciso de la historia del ser humano.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la relevancia que tuvo Antonio Skármeta en la historia. La forma en que vivió y aquello que hizo durante el tiempo que permaneció en la tierra fue determinante no sólo para quienes conocieron a Antonio Skármeta, sino que posiblemente dejó una señal mucho más insondable de lo que logremossospechar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Antonio Skármeta de forma personal.Antonio Skármeta fue una de esas personas que, por alguna causa, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Antonio Skármeta Branicic; Antofagasta, 1940) Escritor chileno. Descendiente de inmigrantes yugoslavos, Skármeta supo desde prontísimo que su historia se definiría por la errancia. Según la historia de historia legendaria familiar, sus ancestros no modificaron de país por necesidad, sino más bien por el exitación de orientar la nariz hacia lo irreconocible. Las playas y el vino del Adriático les agradaban lo bastante, pero deseaban respirar el sur de todo el mundo. Con exactamente el mismo impulso, los progenitores de Skármeta se trasladaron primero a Santiago de Chile y después a Buenos Aires, donde la cabeza juvenil de su hijo entró en contacto con la civilización pop. De vuelta en Santiago de Chile, estudió teatro y filosofía.
Con destacable lozanía y un incontenible deseo de llevar a cabo de la narrativa una experiencia sensorial, Skármeta empezó a narrar en la cuerda de J. D. Salinger y Jack Kerouac. En la década de los sesenta, temporada donde los jóvenes pasaron de ser una categoría biológica a ser una categoría cultural, recreó la contracultura juvenil y los alegatos que alteraban los mensajes de la tribu urbana. Influido por el rock, el cine, el periodismo, los deportes y las mucho más distintas zonas de la civilización habitual, su primer libro de cuentos, El entusiasmo (1967), fue una fulgurante puesta cada día de la imaginación sudamericana. En 1969 consiguió el premio Casa de las Américas con el volumen de cuentos Desnudo en el tejado.
Primeros pasos en la literatura
Los fabulistas siguientes hallan en Skármeta un definitivo cruce de caminos entre el boom latinoamericano y la novedosa narrativa estadounidense. El entusiasmo y Desnudo en el tejado mezclan con efectividad la mezcla de situación y fantasía de Julio Cortázar y las atmosferas cargadas de sensualidad de Juan Carlos Onetti con la agilidad cinematográfica de Norman Mailer y el tono informal de Salinger. No es exagerado decir que autores considerablemente más jóvenes (el argentino Rodrigo Fresán, el chileno Alberto Fuguet, el mexicano Guillermo Samperio) han escrito en la estela de este primer Skármeta.
De forma simbólica, el creador del cuento «A las arenas» (sobre unos latinos que venden su sangre para obtener entradas de un concierto de jazz) decidió instalarse en Nueva York, donde tradujo a Mailer y se graduó en la Universidad de Columbia con una proposición sobre Cortázar.
El golpe para derrocar al gobierno de Augusto Pinochet (1973) le sorprendió siendo un instructor de literatura que dirigía proyectos de teatro y que había trabajado en una película sobre la Unidad Popular con el realizador alemán Peter Lilienthal. Se exilió entonces en Argentina, donde publicó el volumen de cuentos Tiro libre, que refleja el tiempo que dejó el ascenso y la caída de Salvador Allende.
Con la dictadura de Pinochet perdió su territorio narrativo fundamental, el planeta próximo de los distritos, los hipódromos, los bares a los que solo se aventuran «halcones nocturnos» como los que el estadounidense Edward Hopper pintó en su célebre cuadro. El estadio de fútbol, en el que en tantas ocasiones padeció representando a su aparato, se había transformado en un inmenso campo de concentración.
Skármeta debió reinventar su escritura en el exilio, y su primera novela, Soñé que la nieve ardía (1975), llegó con una urgente carga memorística al narrar el golpe de Pinochet bajo la mirada candorosa de un joven futbolista. Desde el criterio formal, hablamos de la mucho más ambiciosa narración del creador. Historia de una educación sentimental y política, es un exacto cuadro de prácticas y, al tiempo, una patraña circense y lúdica cerca de un personaje felliniano, el Señor Pequeño. Ninguna venganza mucho más fuerte frente a la dictadura que el sentido del humor.
Exilio en Alemania
Después de mantenerse un año en Argentina, se trasladó a Berlín Occidental, localidad donde residiría a lo largo de quince años. Allí trabajó como instructor de guion cinematográfico, escribió para la radio, continuó sus colaboraciones con Lilienthal y fue una figura de referencia para la civilización sudamericana en el exilio.
Su primer libro escrito en suelo alemán, la novela corto llamada No pasó nada, cuenta las adversidades de un jóven chileno para localizar acomodo en su tierra de adopción. A través de la figura del joven y de una trama donde se fragua una amistad a golpes (explorada por vez primera en el relato «Relaciones públicas»), Skármeta encara el definitivo rito de paso de redactar en el exilio. La lengua que antes hallaba en la plaza pública se volvió extranjera, y el narrador encara el desafío de actualizar sus expresiones o, como Bertolt Brecht lejos de su patria, almacenar silencio en 2 lenguajes.
En decisión correcta, este movimiento enseña el paso del fecundo estilista de Desnudo en el tejado al narrador sobrio y directo de La insurrección (1982), historia ambientada en la revolución sandinista en Nicaragua, trabajada por Skármeta en un doble registro, como novela y como guion de cine para Lilienthal. La insurrección mezcla situaciones estrictamente privadas con la vida pública del país y sigue la exploración de la historia contada desde una óptica intimista que Skármeta inició en Soñé que la nieve ardía y mejoró en el cuento «Hombre con clavel en la boca», sobre el triunfo de la izquierda en Portugal (incluido en la antología Novios y solitarios).
Su interés por la traslación de idiomas (una trama que se amolda a distintos medios expresivos) se expone en Ardiente paciencia (1985), una historia estructurada cerca de un hábil diálogo que apareció consecutivamente como guion radiofónico y cinematográfico, obra de teatro y novela. El propio Skármeta rodó una versión cinematográfica en Portugal, con bajo presupuesto y alta emotividad, que fue premiada en los festivales de Huelva y Biarritz.
En 1994, Michael Radford efectuó una segunda adaptación cinematográfica de su libro llamada El cartero (y Pablo Neruda), que consiguió un Oscar y fue un emblema de la civilización de masas. Los individuos de Skármeta adquirieron rango iconográfico y conminaron -como en las situaciones de Frankenstein o Peter Pan- con eclipsar a su constructor. A partir de ese instante, se encaró a la página en blanco con la seguridad de que el enorme público aguardaba novedosas cartas para Neruda, y prefirió que prosiguiera en blanco a lo largo de largo tiempo.
El reconocimiento en todo el mundo
En 1989 publicó la irónica Lolita: Matchball (rebautizada en ediciones siguientes como Velocidad del amor), la narración de un dietólogo solicitado de sostener energetizadas a las jóvenes ninfas que triunfan en el tenis. Ese mismo año dio por terminado su exilio y regresó a Chile, donde reguló talleres literarios y dirigió múltiples programas de televisión. Los varios premios concedidos a la serie El espectáculo de los libros, rebautizada más tarde como La torre de papel, terminaron al fin y al cabo con la creencia de que la televisión entretenida no puede ser capaz, y al reves.
Durante la década de los noventa Skármeta fue instructor invitado en la Universidad de Saint Louis (Missouri), participó en congresos y jurados literarios y cultivó su pasión por medios no en todos los casos textuales hasta la publicación de La boda del poeta (1999), novela donde recrea el planeta de sus ancestros yugoslavos en clave de lírica melancolía. Esta obra tuvo próximamente un libro espéculo: La chavala del trombón (2001), con la que extendió la saga del origen y que consiguió en Francia el Premio Médicis a la mejor novela en lengua extranjera.
En 2000, en acompañamiento al gobierno progresista del presidente Ricardo Lagos, Skármeta aceptó asumir el cargo de embajador de Chile en Alemania. Como otros escritores diplomáticos de su país (Pablo Neruda, Jorge Edwards), el tránsito por la embajada lo persuadió de la irrestricta independencia que le daba la escritura, a la que volvió con El baile de la Victoria, una narración acerca de la amistad, el delito y el cariño en el Chile contemporáneo, por la que en 2003 fue premiado con el Premio Mundo.
Skármeta estuvo casado con la pintora chilena Cecilia Boisier, madre de sus hijos Beltrán y Gabriel. Luego se unió sentimentalmente con la alemana Nora Preperski, con la que tendría otros 2 hijos, Javier y Fabián. Es un enorme aficionado a las carreras de caballos.
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