Antonio de Urbiztondo y Eguía

La historia universal la cuentan las mujeres y hombres quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela humanidad, de un modo u otro,prospere.

Las biografías y las vidas de personas que, como Antonio de Urbiztondo y Eguía, seducen nuestro interés, deben servirnos siempre como referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Hacer un esfuerzo por comprender la biografía de Antonio de Urbiztondo y Eguía, el motivo por qué Antonio de Urbiztondo y Eguía vivió del modo en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo durante su vida, es algo que nos ayudará por un lado a comprender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la forma en que se mueve, de forma inexorable, la historia.

Vida y Biografía de Antonio de Urbiztondo y Eguía

(San Sebastián, 1794 - 1866) Gobernador español de las islas Filipinas entre 1850 y 1853. Durante su gobierno continuó la tarea de pacificación de los sultanatos de Joló.

Procedente de una sobresaliente familia de la nobleza vasca, Antonio de Urbiztondo ostentaba el título de marqués de la Solana y participó en la contienda civil a favor de la causa del pretendiente don Carlos. Fue jefe de los Ejércitos carlistas de Cataluña con la graduación de mariscal de campo, participando en múltiples meritorias acciones de guerra en Berga, Gironella o Ripoll hasta el momento en que fue obligado a retirarse a Francia por el general isabelino Meer (1839). Posteriormente pasó a las provincias vascas, estando presente al lado del general Maroto en el instante de la firma del Convenio de Vergara. Se restituyó en la política de españa una vez concluida la guerra.

Urbiztondo fue nombrado gobernador de las Filipinas por un decreto real de enero de 1850, tomando posesión del cargo en el mes de junio de ese año de manos del previo gobernante interino, Antonio Mª Blanco. En armonía con la política de españa de la época, la administración de gobierno de Urbiztondo estuvo caracterizada por una intensa actividad burocrática para actualizar la administración de las islas. Contó en tal labor con el consejos de un nuevo organismo, la Junta de Autoridades, que viene dentro por las máximas autoridades públicas de la colonia -jefe de la Administración civil, comandantes del Ejército y la Marina, arzobispo de Manila, presidente de la Audiencia- y encabezado por él mismo.

Entre las medidas tomadas, resaltó la fundación del Banco Español-Filipino (agosto de 1851), la optimización del servicio postal, la construcción del primer puente colgante que existe en Asia, o la creación de un hospital para leprosos en Cebú (1850). Durante estos años asimismo se autorizó el regreso a Filipinas de los integrantes de la Compañía de Jesús, en razón de lo preparado en el Concordato de 1851 firmado entre España y el Vaticano.

Ajeno de las reformas llevadas a cabo, el gobierno de Urbiztondo resaltó por culminar con éxito la conquista y también incorporación determinante a la soberanía de españa del archipiélago de Joló. Con la justificación de terminar a las incursiones de los piratas moriscos, el gobernador envió una expedición armada frente cuya presencia el sultán joloano accedió a la firma de un provechoso tratado de paz para España (19 de abril de 1851), en tanto que transformaba a aquel, y consecuentemente a sus súbditos, en vasallos de la Corona de españa.

De esta manera, en pocos meses la integridad de caudillos moriscos de Joló admitieron los términos del tratado sin que solamente se hiciera preciso la utilización de la fuerza. A cambio de la sumisión política, Urbiztondo les concedió extensos derechos, entre otros muchos la independencia de proseguir profesando la religión islámica y el respeto a las tradiciones y prácticas de estos pueblos.

En septiembre de 1853 Antonio de Urbiztondo renunció al cargo por causas de salud, siendo sustituido de manera interina por su lugarteniente Ramón Montero -quien por su parte se lo entregó en el mes de enero de 1854 a Manuel de Pavía-. De regreso en la Península, ejercitó más tarde el cargo de ministro de la Guerra (octubre de 1856) en entre los gabinetes de Narváez.

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