Ya sea inspirando a otras personas o tomando parte de la acción. Antonio Caballero es una de esas personas cuya vida, en efecto, merece nuestro interés por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la vida de Antonio Caballero es conocer más sobre época determinada de la historia del ser humano.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la trascendencia que detentó Antonio Caballero en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo durante el tiempo que estuvo en la tierra fue determinante no sólo para quienes trataron a Antonio Caballero, sino que a caso dejó una señal mucho más honda de lo que logremossospechar en la vida de personas que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a Antonio Caballero en persona.Antonio Caballero fue un ser humano que, por alguna razón, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Antonio Caballero y Góngora; Priego, Córdoba, 1723 - Córdoba, 1796) Religioso español. Conocido en la historia colombiana como el arzobispo-virrey por haber exhibido simultáneamente los cargos de arzobispo de Santafé y virrey del Nuevo Reino de Granada, intervino en las negociaciones con el movimiento comunero (1781), salvajemente reprimido el año siguiente, y orientó sus sacrificios a poder la pacificación del país.
Nativo de el seno de una familia noble formada por Juan Caballero y Espinar (que había sido escribano, regidor y alcalde del Cabildo) y la cordobesa Ana Antonia de Góngora, el joven Antonio estudió en Granada y a los quince años ganó beca de teólogo en el instituto de San Bartolomé y Santiago. Siguió la carrera eclesiástica en el Colegio Imperial de Santa Catalina y se invistió como sacerdote en 1750. Ese mismo año fue nombrado capellán de la Capilla Real aneja a la catedral granadina. Durante el ejercicio de este cargo escribió una biografía del poeta granadino Porcel y Salablanca.
En 1753 fue escogido canónigo lectoral de Córdoba, plaza que desempeñó hasta 1775, y donde se distinguió por su oratoria y por su celo en el ejercicio de la censura eclesiástica. En 1775 fue escogido obispo de Chiapas, pero prácticamente al tiempo quedó vacante el obispado de Mérida, en Yucatán, con lo que se le presentó para esta última diócesis, que aceptó. Fue consagrado obispo de Mérida en la catedral de La Habana el año 1776. Llegado a su diócesis, hizo una enorme tarea apostólica; logró la visita pastoral, moralizó los impuestos del clero y reordenó el instituto de San Pedro, que había decaído bastante tras la expulsión de los jesuitas.
En 1777 fue nombrado arzobispo de Santafé de Bogotá. Llegó a Cartagena el 29 de junio de 1778 y a la ciudad más importante el 5 de marzo del siguiente año. Antonio Caballero inició una esencial tarea pastoral: arregló la renta de los diezmos y reajustó la arquidiócesis a través de la creación de los obispados de Mérida (Venezuela) y Cuenca (Quito). Fracasó, no obstante, en otros proyectos, como el de fundar un nuevo obispado en Antioquia, poner la diócesis de Panamá bajo la jurisdicción santafereña, sacándola de la limeña, y ordenar un Concilio provincial neogranadino para establecer nuevamente la especialidad eclesiástica.
En 1780 brotó el movimiento comunero en el Nuevo Reino de Granada, que fue una reacción habitual (prácticamente contemporánea de la de Túpac Amaru en el Perú) contra el nuevo régimen de impuestos ordenado por Carlos III. Para efectuarla en el Nuevo Reino se envió al visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres en 1777. Gutiérrez de Piñeres estableció el estanco del tabaco, prohibió su cultivo en ciertas zonas, como el Socorro y Chiriquí, erigió las rentas atascadas de naipes y el aguardiente, organizó la Dirección General de Rentas, creó las aduanas en Cartagena y Santafé y por último, el 12 de octubre de 1780, publicó la Instrucción de nuevos impuestos, por la que se subía 2 reales la libra de tabaco y otros 2 la azumbre del aguardiente.
A los diez días nació el movimiento comunero en Simacota, que se extendió entonces al Socorro, San Gil, Charalá, Girón, etcétera. La rebelión se organizó en el Socorro con participación de mestizos, criollos y también indios. Reunió prácticamente veinte mil hombres que se dirigieron hacia la ciudad más importante para soliciar la derogación de los recientes impuestos. Santafé estaba con determinado vacío de poder, ya que el virrey don Manuel Antonio Flórez Maldonado había marchado a Cartagena para defenderla de un supuesto ataque inglés, y el visitador escapó hacia el río Magdalena frente a la agresividad comunera contra su persona.
Los oidores debieron enfrentar el inconveniente con asistencia del arzobispo Caballero. Decidieron mandar una delegación (formada por los doctores Juan Francisco Pey y Eustaquio Galavis) para parar a los comuneros, a la que se unió el arzobispo. Los encargados partieron al acercamiento de los comuneros, que encontraron en Zipaquirá, una población ubicada a solo unos 60 km de la ciudad más importante. Allí negociaron con los capitanes comuneros.
El General del Común, Juan Francisco Berbeo, presentó sus reivindicaciones con apariencia de 35 capitulaciones, que en síntesis demandaban la derogación de los recientes impuestos y la disminución de los viejos. Empezaron a discutirse una por una pero, frente al miedo de que el pueblo se cansara de la espera y marchara sobre Bogotá, el Arzobispo aconsejó a los oidores admitirlas todas y cada una. Así se realizó, con lo que se procedió a prometer el acuerdo frente a los evangelios. Tras esto, se ofició una misa solemne, conmemorada por nuestro Caballero, y los comuneros volvieron a sus pueblos persuadidos de que la autoridad del arzobispo respondería del acuerdo. No fue de esta forma, ya que, una vez en Bogotá, los oidores y exactamente el mismo Antonio Caballero declararon nulo lo acordado por ser arrancado con coacción. Lo mismo logró el virrey.
Los comuneros volvieron a levantarse al verse burlados, pero en esta ocasión con menos efectivos. Fueron reprimidos a sangre y fuego por las tropas realistas. Sus primordiales líderes, entre ellos José Antonio Galán, fueron apresados y ejecutados (1782). Obvia decir que dado que el arzobispo se comprometiese a respetar las capitulaciones y las traicionara entonces forma un hecho muy discutido de su biografía, sobre el que se escribió en abudancia.
Entre tanto se había producido un relevo en la autoridad virreinal. El 26 de noviembre de 1781 cesó Manuel Antonio Flórez y se nombró virrey a Juan de Torrezar Díaz Pimienta, viejo gobernador de Cartagena. Se dirigió hacia Bogotá y tomó posesión del cargo, pero murió a los pocos días (11 de junio de 1782). Se abrió entonces el llamado "Pliego de mortaja", que llevaba todo funcionario designando su sustituto en el caso de muerte, y se supo que el nuevo virrey era nuestro arzobispo Antonio Caballero y Góngora.
El arzobispo y virrey, desde entonces, fue la persona encargada de pacificar el Reino, que había quedado conmovido por el movimiento comunero. Lo logró esmeradamente y con enorme prudencia y efectividad. Promulgó un indulto concedido por el Rey a los rebeldes, amplió y mejoró el ejército neogranadino, envió misioneros franciscanos a los territorios mucho más convulsionados a fin de que predicaran la paz y la obediencia al Rey, y solicitó a la Corona que desistiese de novedosas reformas fiscales, entre aquéllas que figuraba el emprendimiento de creación de las Intendencias en el Virreinato (fue el único territorio de América donde no se hicieron).
Antonio Caballero y Góngora desarrolló también una destacable actividad política, religiosa y cultural. Solicitó y consiguió el ascenso de un obispo ayudar para Bogotá, que fue don José Manuel de Carrión y Marfil (1783), a quien un par de años después se designaría primer obispo de Cuenca, y creó la Expedición Botánica (1 de abril de 1783), a cuyo frente puso al sabio José Celestino Mutis.
Ese mismo año de 1783 consiguió en propiedad el cargo de virrey, que tenía hasta el momento con carácter interino. En 1784 se trasladó a Cartagena para achicar a pueblos los indígenas de la costa atlántica y regentar la colonización del Darién, donde fracasó. Creó además de esto novedosas metas en los planos de Casanare y San Martín, completadas con las del Caquetá y Putumayo. Finalmente ha propuesto un nuevo plan de estudios (1787). Este año solicitó la renuncia de sus cargos, lo que aceptó el Rey por año siguiente. Regresó a España y fue nombrado obispo de Córdoba. En su nuevo destino efectuó una visita pastoral y ejercitó su apostolado; murió el 24 de marzo de 1796.
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