Andrés Bello

Ya sea inspirando a otros o siendo parte de la actuación. Andrés Bello es uno de esos sujetos cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra atención por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Andrés Bello es conocer más acerca de época determinada de la historia del ser humano.

Si has llegado hasta aquí es porque eres consciente de la relevancia que tuvo Andrés Bello en la historia. La manera en que vivió y las cosas que hizo mientras permaneció en la tierra fue determinante no sólo para las personas que trataron a Andrés Bello, sino que a lo mejor produjo una huella mucho más insondable de lo que logremosimaginar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Andrés Bello de modo personal.Andrés Bello fue una de esas personas que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Comprender las luces y las sombras de las personas destacadas como Andrés Bello, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es una cosa esencial para que seamos capaces de poner en valor no sólo la vida de Andrés Bello, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Andrés Bello, personas a quienes de un modo u otro Andrés Bello influyó, y indudablemente, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en el periodo histórico y la sociedad en la que vivió Andrés Bello.

Las biografías y las vidas de personas que, como Andrés Bello, atraen nuestro interés, deben valernos en todo momento como punto de referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra época de la historia que no son las nuestras. Tratar de comprender la biografía de Andrés Bello, el motivo por qué Andrés Bello vivió de la forma en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que se mueve, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de Andrés Bello

(Caracas, 1781 - Santiago de Chile, 1865) Filólogo, escritor, jurista y pedagogo venezolano, entre las figuras mucho más esenciales del humanismo liberal hispanoamericano. Andrés Bello tuvo el inmenso privilegio de ayudar, en sus 84 años de vida, a la desaparición de un planeta y al nacimiento y consolidación de uno nuevo. Conoció las tres últimas décadas de dominación de españa de América, y consecutivamente el periodo de emancipación de las colonias españolas en el nuevo conjunto de naciones y la gestación de los recientes estados nacidos del desarrollo de Independencia. Que fuera un privilegio lo que no ya no es una pura coincidencia cronológica se debió a su excepcional aptitud para entender y estudiar desde dentro y para impulsar ciertamente los resortes de la verdad que le tocó vivir.

Enorme humanista liberal en la mejor tradición inglesa, puesto que en el Reino Unido le tocó formarse filosófica y políticamente, Andrés Bello tuvo el talento de entender mover a la esfera práctica su enorme erudición en terrenos tan distintos como la filología, la lingüística y la gramática, la pedagogía, la edición, la diplomacia y el derecho en todo el mundo. Por añadidura, aportó a las letras latinoamericanas, en poemas nutridos de lecturas de los tradicionales latinos, una principiante conciencia autóctona. En su vasta erudición, en su talante político y en su sensibilidad literaria se refleja el ideal del clasicismo europeo, a la perfección aunado a la actualizada sensibilidad nacional y patriótica de su tiempo.

Biografía

Andrés Bello nació en Caracas, a la sazón sede de la Capitanía General de Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. En su localidad natal radicó hasta los 29 años de edad. Sus progenitores, Bartolomé Bello y Ana Antonia López, no hicieron nada por evitar la insaciable pasión por las letras que manifestó desde su niñez. Después de cursar sus primeros estudios en la Academia de Ramón Vanlosten, ha podido familiarizarse con el latín en el convento de Las Mercedes, guiado por la amable erudición del padre Cristóbal de Quesada, que le abrió las puertas de los enormes contenidos escritos latinos.

A los quince años, Bello ahora traducía el Libro V de la Eneida de Virgilio. Cuatro años después, el 14 de junio de 1800, se recibía de bachiller en artes por la Real y Pontificia Universidad de Caracas. Y fue en aquel año de 1800 en el momento en que se causó su primer acercamiento con un enorme hombre, que abrió ahora terminantemente los diques de su curiosidad y también interés por la ciencia: Alexander von Humboldt, a quien acompañó en su ascensión a la cima del Pico Oriental de la Silla de Caracas, que entonces se conocía como Silla del cerro de El Ávila.

Bello inició entonces los estudios universitarios de derecho y de medicina. De familia modestamente acomodada, él mismo costeó en parte sus estudios dando clases particulares; al lado de otros jóvenes caraqueños, figuró entre sus estudiantes el futuro Libertador: Simón Bolívar. Además de estas ocupaciones, a las que sumaba el estudio del francés y la lengua inglesa, Bello se sentía atraído más que nada por las letras, y empezó a redactar creaciones poéticas y a frecuentar la tertulia literaria de Francisco Javier Ustáriz.

Sus primeros pasos literarios prosiguieron las huellas del neoclasicismo entonces dominante, y le valieron, en la sociedad caraqueña ilustrada, el alias de El Cisne del Anauco. Además de traducciones de proyectos latinas y francesas, compuso en estos primeros años de desempeño literario las elegías Al Anauco, A la vacuna, A la nave y A la victoria de Bailén, los sonetos A una artista y Mis deseos, la égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío y el romance A un samán, tal como los dramas Venezuela consolada y España restaurada.

A los veintiún años recibió su primer cargo público: oficial segundo de la secretaría de la Capitanía General de Venezuela, del que fue ascendido en 1807 a comisario de guerra y secretario civil de la Junta de la Vacuna, y en 1810 a oficial primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores. En 1806 había llegado a Venezuela la primera imprenta, traída por Mateo Gallagher y James Lamb, muy de forma tardía a propósito, si se considera que la primera instalación de una imprenta en América se remonta a 1539, en la ciudad más importante de Nueva España, México. En 1808 empezó a publicarse la Gaceta de Caracas, y Andrés Bello fue designado su primer redactor.

En estos años de intensa actividad oficial empezó a formarse su gusto por la historia, la historiografía y la gramática, que quedó de forma temprana plasmado en su Resumen de la narración de Venezuela, increíble primer brote en el que están presentes los principios humanistas rectores de su obra futura; en su traducción del Arte de redactar de Condillac, impresa sin su anuencia en 1824; y más que nada en uno de sus creadores estudios gramaticales: el Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana, obra que empezó a redactar hacia 1810 y que se publicaría en Chile en 1841.

El exilio londinense (1810-1829)

El instante definitivo en la vida y carrera intelectual de Andrés Bello fue la resolución de la Junta Patriótica, a causa de los hechos del 19 de abril de 1810, de mandar a Londres una misión diplomática con la confía de conseguir la adhesión del gobierno inglés a la causa de la última y frágil declaración de independencia venezolana. El diez de junio de ese año zarparon en la corbeta inglesa del general Wellington los integrantes de la misión designados por la Junta, Simón Bolívar y Luis López Méndez, a quienes escoltaba Andrés Bello en calidad de traductor.

Bello ignoraba que ese viaje que entonces empezaba lo distanciaría para toda la vida de su localidad natal, y que la localidad a la que se dirigía, Londres, sería su vivienda persistente a lo largo de los próximos diecinueve años. El primer hecho esencial de su novedosa vida londinense se cifró asimismo en el acercamiento con un enorme hombre: Francisco de Miranda. Llegados a la ciudad más importante inglesa el 14 de julio, los tres pertenecientes de la misión han recibido hospedaje, consejos y asistencia de una parte de Miranda, quien por su parte decidió sumarse al desarrollo independentista viajando a Caracas.

El diez de octubre, fecha de su salida de Londres, Miranda dejó instalados en su casa de Grafton Street a López Méndez y a Andrés Bello, quien residiría allí hasta 1812. Bello tuvo ingreso a la magnífica biblioteca del prócer, que ocupaba un piso. Cuando el 5 de julio de 1811 se declaró la Independencia de Venezuela, los dos fueron designados representantes del nuevo gobierno secesionista en la ciudad más importante inglesa, cargo que perdieron al reconquistar los españoles el poder un año después.

Empezó entonces para Bello, quien no ha podido regresar a Venezuela so pena de ser procesado frente a un tribunal militar por traición, un largo periodo de dificultades económicas, que se extendió a lo largo de una década. Tuvo mala suerte en las gestiones que inició para conseguir un cargo y un sueldo. Así, en 1815, su petición de un puesto al gobierno de Cundinamarca fue detenida por las tropas de Pablo Morillo y jamás llegó a su destino, y su posterior ofrecimiento de servicios al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pese a ser admitida, jamás tuvo efecto, en tanto que se vio incapacitado para moverse a Buenos Aires.

Hasta entonces, fue viviendo de trabajos a destajo: dio clases particulares de francés y español, transcribió los manuscritos de Jeremy Bentham y se desempeñó como institutor de los hijos de William Richard Hamilton, subsecretario de Relaciones Exteriores, ya que logró merced a su amistad con José María Blanco White, el enorme intelectual hispalense exiliado en el Reino Unido y simpatizante con la causa independentista de america.

Pero este fue asimismo un periodo formativo de enorme riqueza intelectual para Bello. Se vinculó activamente al círculo de los emigrados españoles, todos liberales y ciertos de ellos, como Blanco White, enormes escritores, que hicieron de Londres su cobijo a lo largo de ámbas multitud absolutistas en España. Por otra sección, en ningún instante dejó Andrés Bello de estudiar y amontonar entendimientos. De su abundante producción ensayística de estos años, se resaltan exactamente sus trabajos filológicos, escritos o concebidos y también iniciados en Londres, varios de los cuales van a adquirir transcurrido el tiempo la condición de tradicionales.

Bello compaginó sus indagaciones científicas y críticas, en estos años de estrecheces económicas, con las ocupaciones literarias. Lo mejor de su producción en este campo se cifra en sus creaciones poéticas, más que nada en sus 2 enormes silvas: la Alocución a la poesía, que dio a la imprenta en 1823, y la célebre La agricultura de la región muy caliente, publicada en 1826. Dentro de un molde neoclásico inigualable, Bello vertió en ellas, por vez primera en la narración de las letras, enormes temas americanos, desde la ensaltación de la gesta independentista hasta el canto a la feracidad de la naturaleza del conjunto de naciones.

Otra faceta destacable de la capacitación que Bello se dio a sí mismo en estos años es la relacionada con el derecho en todo el mundo. A los entendimientos que había juntado como funcionario de la Corona de españa, ha podido añadir en estos años de profundo estudio un conocimiento intensamente de los cambios y desarrollos que se habían ido generando en esta área a causa de las guerras napoleónicas, la Independencia de América y el Congreso de Viena. Bello adoptó la concepción liberal del Estado, caracteristica de los utilitaristas ingleses, cuyo primordial teorético, Jeremy Bentham, se transformó en la fuente de su pensamiento político y también institucional.

No menos esencial fue el cuarto frente hacia el que Bello dirigió sus estudios y ocupaciones. La ejemplar tarea de publicista llevada a cabo por Blanco White en la ciudad más importante inglesa a lo largo de esos años indudablemente le sirvió de modelo, y tras ayudar en El Censor Americano con productos en defensa de la causa independentista, participó activamente, adjuntado con Juan García del Río, en la edición de las gacetas Biblioteca Americana (1823) y Repertorio Americano (1826-1827), en el contexto de las ocupaciones de la Sociedad de Americanos de Londres, que contribuyó a fundar.

En la esfera de su historia privada, asimismo los años de Londres significaron para Andrés Bello la asunción de su plena madurez. En mayo de 1814 contrajo matrimonio con Mary Ann Boyland, de veinte años, con quien tuvo tres hijos y de quien enviudó en 1821. Tres años tras este luctuoso hecho, se casó en segundas nupcias con Elizabeth Antonia Dunn, asimismo de veinte años, quien le acompañó hasta el desenlace de sus días y le dio nada menos que 12 hijos, tres de ellos nacidos en la ciudad más importante inglesa.

Dos años antes de contraer su segundo matrimonio ha podido Bello, al fin, regresar a desempeñarse en un cargo de compromiso oficial, siendo nombrado secretario interino de la legación de Chile en Londres, al cargo de Antonio José de Irisarri. Junto con Irisarri había cooperado con El Censor Americano en 1820, y se había cuajado entre los dos una amistad fundamentada en el mutuo respeto intelectual.

A partir de ese instante Andrés Bello conseguiría relevantes reconocimientos a su tarea y nombramientos a cargos de relieve y también relevancia política: un año antes de ser escogido integrante de número de la Academia Nacional de Bogotá, en 1826, se había solicitado de la secretaría de la legación de Colombia en Londres, donde solamente un par de años después ascendió a solicitado de negocios, y en 1828 recibió el ascenso de cónsul general de Colombia en París, antes de recibir el encargo, por la parte del gobierno colombiano, de la máxima representación diplomática de ese país frente a la corte de Portugal. Pero prefirió marchar a Chile con su familia.

Chile, la patria determinante (1829-1865)

Andrés Bello partió de Londres el 14 de febrero de 1829, dentro del bergantín inglés Grecian, y holló suelo de la que iba a transformarse en su determinante patria en Valparaíso, el 25 de junio. Salvo breves estancias en este puerto y en la hacienda de los Carrera, en San Miguel del Monte, vivió hasta su muerte en la ciudad más importante chilena, Santiago. El desempeño de Bello en este país traza el arco ascendiente de entre las carreras públicas y también institucionales mucho más refulgentes que pudiese concebir un americano de su tiempo.

Instantaneamente, al llegar fue nombrado oficial mayor del ministerio de Hacienda. Al año siguiente inició la publicación de El Araucano, órgano del que fue redactor hasta 1853, y se hizo cargo como rector del Colegio de Santiago. Pero la pasión pedagógica de Bello, iniciada en su adolescencia caraqueña, lo llevó a ofrecer clases privadas, en su residencia, desde 1831. Han llegado hasta nosotros los contenidos escritos de sus tutoriales, aplicados al estudio del derecho de roma y a la ordenación constitucional. Bello siempre y en todo momento estuvo convencido de que la instrucción y el cultivo espiritual son la base del confort del sujeto y del avance de la sociedad, razón por la que jamás dejó de promover el estudio de las letras y de las ciencias; ha propuesto la apertura de Escuelas Normales de Preceptores y la creación de Cursos Dominicales para los trabajadores.

También dio un fuerte impulso al teatro chileno con sus comentarios críticos a las representaciones y sus recomendaciones a los actores en El Araucano. En este sentido, comparte con José Joaquín de Mora el mérito de ser el constructor de la crítica teatral. Tradujo el drama Teresa, de Alejandro Dumas, y también inculcó en sus acólitos el gusto por la adaptación de proyectos extranjeras. Su conocimiento del teatro heleno y el latino, el análisis de las proyectos de Plauto y Terencio y la lectura de Lope de Vega y Calderón de la Barca le brindaron la solidez bastante para opinar sobre el tema.

Otro ascenso, el de integrante de la Junta de Educación, antecede su admisión por el Congreso chileno a la plena ciudadanía, el 15 de octubre de 1832. Dos años después se desempeñaba como oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, función que aceptó hasta 1852, y en 1837 era escogido senador de la República, cargo que preservó hasta su muerte. En los últimos años de su historia, sus amplios entendimientos en temas de relaciones de todo el mundo le valieron ser escogido para arbitrar los diferendos entre Ecuador y Estados Unidos (1864) y entre Colombia y Perú (1865), honor este último que se vio obligado a rechazar por fundamentos de salud, hallándose ahora dificultosamente enfermo.

El desprendido reconocimiento que los chilenos le tributaron a Bello a lo largo de los treinta y seis últimos años de su historia lo colmó de satisfacciones. Pero entre todas y cada una ellas, cabe sospechar que no las que tengan la posibilidad de derivar del poder político, sino más bien otras, fuesen las mucho más estimadas para un hombre animado por un emprendimiento civilizador como el de el, que puede resumirse en las expresiones que empleó Arturo Uslar Pietri para aquilatarlo: "Un empeño tenaz de reunir ciencia y conocimiento para mencionarle a los pueblos sudamericanos de dónde venían, con cuáles elementos contaban y el panorama de todo el mundo en que les tocaba aseverarse y accionar".

A diferencia de muchos de sus mucho más consagrados contemporáneos americanos, Andrés Bello no fue un hombre que ambicionara amontonar honores y poder, y en cambio veía en el progreso de la educación y las luces de las jóvenes repúblicas americanas, tal como en la consolidación de las instituciones reguladoras de su recién conquistada independencia, el más destacable servicio que podía rendirle a América. También Uslar Pietri lo ha dicho a su forma: "En su bufete de Chile, en su cátedra, en su poesía, en su prosa, en su palabra, hacía una América, una Venezuela, un Chile, un México mucho más perdurables y enormes que los demagogos y los guerrilleros pretendían lograr en la dolorosa algarabía de sus revueltas y ataques".

Por eso la hora que vivió como la coronación de los largos años de sacrificios de su exilio londinense fue la que le trajo la inauguración de la Universidad de Chile, en 1843, cuyos estatutos él mismo había redactado un año antes y cuyo rectorado aceptó gozoso, siendo reelegido mientras que vivió. El alegato pronunciado por Andrés Bello en aquella ocasión proporciona un compendio de sus concepciones pedagógicas y una guía para la orientación de los estudios superiores.

De la misma manera, la publicación de sus inmensos estudios gramaticales sobre la lengua castellana iniciados en Reino Unido debieron ser una ocasión de júbilo, que tuvo su punto culminante con la Gramática de la lengua castellana destinada al empleo de los americanos, publicada en Chile en el mes de abril de 1847. Llegado a este punto de su trayectoria, Bello prosiguió estudiando, escribiendo y publicando proyectos de enorme interés científico y práctico: Principios de derecho de gentes (1832) es la primera obra que publica en Chile, y que después reanudará, ampliará y convertirá, en 1844, en un ahora tradicional Principios de derecho en todo el mundo.

Prosiguieron a esta obra los Principios de ortología y métrica, en 1835; en 1841, el poema El incendio de la Compañía, considerado en Chile como la primera manifestación local del romanticismo; una Gramática latina, en 1846; una Cosmografía, en 1848; una Historia de la literatura, en 1850, y en 1852, veintidós años tras haber iniciado su redacción en compañía de Juan Egaña, la culminación de la que es indudablemente su obra mucho más enorme, verdadero resumen de su concepción del estado liberal, cuya implantación propugnaba en toda América: el Código Civil de la República de Chile, que el Congreso chileno aprobó en 1855.

A estos contenidos escritos hay que añadir una Filosofía del comprensión, publicada póstumamente en 1881. En su lecho de agonía, encendido en fiebre, Bello murmuraba expresiones ininteligibles. Los que se inclinaban a recogerlas lograron transcribir ciertas: en su última hora, recitaba en latín los versos del acercamiento de Dido y Eneas, de la Eneida.

Obras de Andrés Bello

En la primera mitad del siglo XIX, en el momento en que el periodo colonial va sendero de su definitivo eclipse, brotan tres figuras indispensables en la crónica de la capacitación de la nacionalidad venezolana: Simón Rodríguez, Andrés Bello y Simón Bolívar. Si bien es verdad que este último, aparte de destacable escritor, fue el primordial responsable de la independencia política del país, los 2 primeros lo fueron de su independencia espiritual. La figura de Andrés Bello es menos "familiar" que la de Simón Rodríguez, y esta distancia quizás se deba a esa suerte de nicho donde lo ha puesto la civilización oficial venezolana. Sin embargo, es realmente difícil quitarle méritos a la obra de este insigne humanista.

Increíble poeta, filólogo ilustre, erudito estimable, diplomático sutil, político ponderado y pensador singular, Andrés Bello representó la aspiración a la independencia cultural de Hispanoamérica y fue un polígrafo incansable: sus proyectos terminadas engloban veinte tomos. Ya se ha reseñado la excepcional tarea civil que desempeñó en Chile, donde radicó desde 1829 hasta su muerte: entre otras muchas cosas, redactó el Código Civil de esta nación y creó la Universidad de Santiago.

En esta localidad publicó su esencial Gramática de la lengua castellana destinada al empleo de los americanos (1847), un trabajo sobre el que viraron las mucho más esenciales polémicas sobre el español de América durante la segunda mitad del siglo XIX. Otra de sus piezas refulgentes, digna de una atenta relectura, es su alegato de apertura de la Universidad de Chile. En cuanto al estilo, pertence a los instantes mucho más altos de su prosa y, además de esto, revela que ninguna rama del conocimiento era extraña a su entender.

Obras poéticas

Como poeta, la opinión de hoy de su obra le entrega una relevancia mucho más reportaje que literaria. Andrés Bello tenía una larga erudición poética, amén de un meticuloso conocimiento del trabajo, pero carecía del don constructor. En el fondo (y más allá de que, como afirma Mariano Picón Salas, fue romántico a veces), Bello jamás ha podido escapar del molde del neoclasicismo en el que se había formado, y es antes un diestro versificador que un auténtico poeta. Su larga y también inconclusa Silva a la agricultura de la región muy caliente (fruto de su estancia en Londres entre 1810 y 1829) es una palpable exhibe de pasión americanista.

Un modo natural de clasificar los poemas de Andrés Bello es dividir las poesías auténticos de las traducciones o imitaciones. Así, en un conjunto podemos encontrar poemas de imitación, traducidos o versionados, como Los Djinns, La tristeza de Olimpio, Oración para todos, Moisés salvado de las aguas y Fantasmas, bajo la predominación de Víctor Hugo. Se le debe además una traducción en verso del Orlando enamorado. Como filólogo, Andrés Bello se aplicó al remozamiento del Poema del Cid, trabajo que dejó inconcluso. Comenzada en 1823, su versión del Poema del Cid o Gesta de mío Cid forma una pieza maestra de erudición y buen gusto, siendo quizás la que mucho más ha contribuido a dar a conocer su nombre.

La parte original de su producción la forman piezas como Al campo y El proscrito. Al campo es una suerte de égloga. En El proscrito, Bello mezcla el humor con la poesía: el caballero Azagra, descendiente de guerreros, anda aquí en algarabía, como un nuevo Sócrates, con una actualizada Xantipa. Sus 2 poemas mucho más esenciales son Alocución a la Poesía (1823) y Silva a la agricultura de la región muy caliente (1826). Ambos fueron publicados en las gacetas londinenses que editaba Bello: la Biblioteca Americana y el Repertorio Americano, respectivamente.

Alocución a la Poesía (1823) viene a ser, con sus 2 silvas, la obra mucho más destacable de Andrés Bello. En la primera silva, el creador invita a la Poesía a dejar Europa por el prodigioso planeta descubierto por Colón, y el poeta alaba las magníficas bellezas de la naturaleza de america. Después, Bello festeja las hazañas bélicas de la guerra de la independencia. En la Silva a la agricultura de la región muy caliente (1826) exhorta a los americanos a la paz, aconsejándoles cambiar las armas por los útiles del labrador. Un estilo rico, de enorme colorido, caracteriza generalmente su producción.

Obras filológicas

Pero quizás la de filólogo haya quedado como la faceta mucho más perdurable de la personalidad de Bello. Ya se ha aludido a su reconstrucción del Poema del Cid; es necesario reseñar en este momento su obra Principios de ortología y métrica de la lengua castellana, publicada en Santiago de Chile en 1835. La sección primera, la ortología, donde examina las bases prosódicas del español y los vicios comunes de pronunciación, singularmente los de Hispanoamérica, se considera el día de hoy avejentada frente a los modernos estudios de fonética, que han nuevo completamente esta especialidad.

Pero la métrica, que es la obra de un erudito y de un poeta, todavia tiene plena actualidad. Frente a Hermosilla y Sicilia, que representaban el método neoclásico que deseaba a ultranza ver en el verso español la sucesión de sílabas largas y breves (esto es, un remedo de los pies helenos y latinos), Andrés Bello propuso los auténticos argumentos del verso español: "Después de haber leído con atención -afirma- no poco de lo que se escribió sobre esta materia, me decidí por la opinión que me pareció tener mucho más precisamente a favor suyo el testimonio del oído".

Bello se fundamentó en el oído y, asimismo, en la práctica de los buenos versistas. Y tal como deslatinizó la gramática castellana para investigar el auténtico sistema gramatical de su lengua, desterró de la métrica castellana (como apuntó Pedro Henríquez Ureña) el espectro de la cantidad silábica que había gobernado todo el siglo XVIII. Los estudios de Bello pusieron el verso español sobre sus bases silábicas y acentuales.

La Real Academia Española, que había nombrado a Bello integrante honorario en 1851, aceptó sus principios en acuerdo del 27 de junio de 1852 y le solicitó permiso para adoptar su obra, reservándose el derecho de anotarla y corregirla. De mayor relevancia es aún su Gramática de la lengua castellana (1847), obra renovadora, de facilidad revolucionaria, empapada del buen sentido y de la intuición excelente que caracterizó la vida y la obra de aquel hombre simple y también ilustre.

Obras filosóficas y jurídicas

La Filosofía del comprensión fue publicada póstumamente como primero de los quince tomos de las Obras terminadas de don Andrés Bello, edición patrocinada por Chile que vio la luz desde 1881. Por las unas partes de esta obra aparecidas desde 1843 en la gaceta El Araucano, consta que Bello se encontraba en posesión de sus ideas básicas sobre filosofía desde esa temporada. Pensada como libro de artículo, pero desarrollada de manera renovadora, tiene como objeto de investigación un campo considerablemente más extenso que el mero comprensión humano, ya que en él incluye hasta la metafísica.

De primera capacitación escotista, con tendencias a la ciencia fisicomatemática, que prevalecía en el momento en que Bello estudió en Caracas (1797), y de matiz sensista, a lo Condillac, inclinación entonces dominante aun entre los religiosos, Bello acentuó poco a poco más sus opciones por el idealismo estilo Berkeley, empapado de un espiritualismo muy a lo Cousin. De la capacitación inicial en las ideas de Escoto guardó, además de la separación reverente de fe y razón, la afición y cultivo de la gramática lógica pura y de la lógica matemática, que se encuentran en la segunda una parte de Filosofía del Entendimiento y que son cronológicamente independientes de los ensayos primeros en lógica matemática de George Boole. La obra mereció enormes encomios de Marcelino Menéndez Pelayo, quien en 1911 la juzgaría "la más esencial que en su género tiene la literatura de america".

En el chato jurídico, los Principios de derecho de gentes (1832) de Andrés Bello ilustran su condición de jurista listo y capaz, de reputado político y también internacionalista que desempeña esenciales cargos públicos en Chile y cuyos servicios son pedidos por los Estados Unidos para un arbitraje en cuestión de límites, y asimismo por Perú y Colombia. Más influyente sería aún su tarea como redactor del Código Civil chileno de 1852, cuerpo jurídico decretado en 1855 que regula las relaciones de la vida privada entre la gente. En vigencia desde 1857, fue un código modelo para distintas naciones sudamericanas, y no precisó de una primeras reformas hasta 1884.

En 1840, 1841 y 1845 se habían nombrado comisiones encargadas de redactar un emprendimiento de Código Civil, pero ineludiblemente habían terminado cediendo frente a la intensidad de la compañía y disolviéndose sin conseguir resultado alguno. Andrés Bello, integrante de la última, siguió por sí mismo dicho trabajo, hasta el momento en que, concluido, ha podido presentarlo en 1852 al gobierno, el que ordenó su impresión y nombró una comisión revisora encabezada por nuestro presidente, Manuel Montt. Cumplida esta labor, el emprendimiento fue enviado para su aprobación al Congreso Nacional. El 14 de diciembre de 1855 se promulgaba como ley de la República para empezar a regir el 1 de enero de 1857.

El nuevo código armonizó de manera sabia el viejo derecho de Roma y de España con los nuevos principios de la Revolución Francesa recogidos en el Código Napoleónico. A diferencia de las excentricidades que cometían ciertos gobiernos de la zona, como el de Andrés Santa Cruz, que en su tiempo había preparado la traducción y promulgación del Código Napoleónico para Bolivia, Andrés Bello supo amoldar a la verdad cultural de america la tradición jurídica europea. Por esta razón fue adoptado como propio por otros gobiernos americanos, y en Chile está aún vigente, si bien, por supuesto, con cambios significativos.

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