La historia universal la narran aquellas mujeres y hombres queen el transcurrir de los siglos, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han ocasionado quela humanidad, de un modo u otro,avance.
Ya sea inspirando a más personas o tomando parte de la acción. Álvar Núñez Cabeza de Vaca es una de las personas cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra atención por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la existencia de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es conocer más sobre una época concreta de la historia del ser humano.
(Álvar o Álvaro Núñez Cabeza de Vaca; Jerez, 1507 - Sevilla, 1559) Conquistador español. Miembro de la fracasada expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida (1527), vivió a lo largo de ocho años entre los indios y, tras un largo y penoso viaje, logró reunirse con los españoles en México. Entre 1540 y 1544 fue gobernador del Río de la Plata.
Nieto de Pedro de Vera, conquistador y primer gobernador de la isla de Gran Canaria, Álvar Núñez Cabeza de Vaca partió en 1527 hacia las Américas, al lado de su ciervo negro de origen marroquí Estebanico, alistado como tesorero en la expedición de Pánfilo de Narváez que tenía como misión la exploración de la costa del golfo de México entre la Florida y el río de Las Palmas (de hoy río Grande del Norte). La flota, compuesta por cinco barcos y seiscientos hombres, partió de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y, tras realizar escala en Santo Domigo y Cuba, se dirigió hacia las costas de Florida, donde, en el mes de abril de 1528, una tempestad les forzó a desembarcar en la bahía de Tampa.
Pánfilo de Narváez decidió, en oposición a la opinión de Álvar Núñez, continuar la expedición por tierra, mientras que mandaba su flota hacia el oeste en pos de un puerto seguro en el río Grande, que creía equivocadamente próximo. Tras un periplo en el que se internaron por tierras de los hostiles indios apalaches, padecieron la escasez de víveres y el acoso de patologías, lo que les logró regresar al litoral; al no conseguir los barcos de su flota, prosiguieron la travesía en busca del río Grande en cinco canoas improvisadas que volvieron a zozobrar poco tras sobrepasar el delta del Mississippi, en la isla del Malhado, a la altura de Galveston (Texas).
Narváez y la mayor parte de los expedicionarios fallecieron, al tiempo que unas escasas decenas y decenas de sobrevivientes, con Álvar Núñez entre ellos, fueron hechos presos por los indígenas. Núñez logró subsistir merced a las virtudes curativas que los indígenas le atribuyeron, y tras pasar 2 o tres años de tribu en tribu como curandero o comerciante, prosiguió su viaje hacia el oeste al lado del negro Estebanico, Andrés Dorantes y Esteban del Castillo.
Recorrieron el sur de Texas, cruzaron el río Grande precisamente a la altura de la presente localidad de El Paso y, tras atravesar los presentes estados mexicanos de Coahuila, Chihuahua y Sonora, se hallaron, cerca de ocho años tras su partida y tras haber vivido por incontables penalidades, con un conjunto de navegadores mandado por el capitán Álvarez, quien en el mes de mayo de 1536 los condujo a Culiacán y, después, a Ciudad de México, donde fueron recibidos por el virrey Antonio de Mendoza y por Hernán Cortés con todos y cada uno de los honores. Álvar Núñez acarreó con su llegada, además de esto, las primeras novedades sobre las legendarias siete ciudades de Cíbola y Quivira, ricas en oro, que expediciones siguientes, como las de Marcos de Niza o Vázquez de Coronado, procuraron encontrar.
Tras volver a España en 1537, en 1540 Álvar Núñez Cabeza de Vaca logró de Carlos I de España una capitulación para substituir a Pedro de Mendoza, fallecido poco tiempo antes, en la exploración del Paraná, y para socorrer a la colonia de españa establecida en la región, comprometiéndose además de esto a dar 8.000 ducados propios para financiar la expedición; a cambio, Carlos I lo nombró capitán general, gobernador y adelantado del territorio del Río de la Plata.
La expedición, formada por tres barcos y unos cuatrocientos hombres, partió de Cádiz en el mes de noviembre de 1540 y arribó en el mes de marzo del año siguiente a la isla de Santa Catalina (Brasil). Allí llegaron a Álvar Núñez las novedades sobre la desaparición de Ayolas (el gobernador dejado por Mendoza antes de su muerte), sobre el abandono de Santa María del Buen Aire (Argentina), la escapada de la colonia de españa y el traslado de la ciudad más importante a Asunción (Paraguay). Decidió entonces, tras mandar pequeñas expediciones de reconocimiento, llegar por tierra hasta Asunción siguiendo la ruta que había abierto Alejo García quince años antes. En su marcha, que se inició en el mes de noviembre de 1541, atravesó una parte de las selvas brasileiras y descubrió las cataratas del Iguazú.
Llegó a Asunción en el mes de marzo de 1542, y se encargó del gobierno que hasta hoy había ejercido Martínez de Irala. Durante su gobierno en Paraguay llegó a tratos con los indios guaraníes para pacificar el país y sostener bajo control otras tribus indígenas mucho más belicosas, y más allá de que fracasó en su búsqueda de repoblar Buenos Aires y de adentrarse por la zona del Chaco, remontó el río Paraná y creó en 1543 el puerto de los Reyes.
Las adversidades mucho más esenciales de su gobierno brotaron en su relación con los oficiales del rey y con la camarilla de Martínez de Irala, que ambicionaba todavía el gobierno del Río de la Plata. En 1544, a la vuelta de una de sus expediciones, reventó en Asunción una sublevación apuntada por Domingo Martínez de Irala, que acusaba a Álvar Núñez de llevar un gobierno personalista y dictatorial y de resguardar en demasía a los indios, y a la que Álvar Núñez no ha podido contestar en lo personal gracias a un ataque de malaria que le había postrado en la cama; de esta manera, fue apresado, juzgado y encerrado a lo largo de diez meses, tras los que fue deportado a España, saliendo de Asunción dentro del navío El Comunero en el tercer mes del año de 1545.
A su llegada a España, el Consejo de Indias confirmó el destierro, deportándolo a Orán (Argelia). Tras un periodo de tiempo de ocho años, Felipe II le concedió el indulto y el cargo de juez en la Casa de Contratación de Sevilla. Los últimos años de su historia los pasó como prior de un convento hispalense, donde, según todos y cada uno de los rastros, murió.
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