La historia del mundo la escriben las mujeres y hombres quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han originado queel género humano, de un modo u otro,prospere.
Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la relevancia que tuvo Alfonso V el Magnánimo en la historia. La manera en que vivió y lo que hizo durante el tiempo que estuvo en el mundo fue decisivo no sólo para aquellas personas que frecuentaron a Alfonso V el Magnánimo, sino que posiblemente dejó una huella mucho más honda de lo que logremosfigurar en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya jamás a Alfonso V el Magnánimo de forma personal.Alfonso V el Magnánimo ha sido una persona que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
(Alfonso V de Aragón, llamado el Magnánimo; Medina del Campo, de hoy España, 1396 - Nápoles, 1458) Rey de Aragón (1416-1458). Alfonso V el Magnánimo reinó asimismo en Valencia como Alfonso III, en Mallorca y en Sicilia como Alfonso I, y en Cerdeña como Alfonso II. Fue también conde de Barcelona (Alfonso IV, 1416-1458) y rey de Nápoles tras poder su conquista (Alfonso I, 1442-1458).
Hijo primogénito de Fernando I de Aragón y de Leonor de Alburquerque, se transformó en heredero al trono de la Corona de Aragón en el momento en que su padre fue proclamado rey, el 24 de junio de 1412, en el deber de Caspe, acuerdo que ponía fin al problemático interregno abierto en la Confederación catalanoaragonesa a la desaparición del soberano Martín I el Humano sin sustituto directo (1410).
En 1415, el príncipe Alfonso casó con María de Castilla, su prima hermana, con quien no tendría hijos, y ese año debió asumir las tareas de gobierno gracias a la patología de su padre, Fernando I de Aragón. En 1416, el prematuro fallecimiento del monarca le logró ajustarse la corona, con tan solo veinte años.
A pesar de la prudencia del joven soberano, en 1419 brotaron las primeras disconformidades con las cortes catalanas, que no solo demandaban la destitución de sus consejeros castellanos, sino asimismo se oponían, paradójicamente, al deseo de Alfonso V de Aragón de proseguir en lo personal la secular expansión de Cataluña por el Mediterráneo, debido al previsible perjuicio que la sepa real provocaría en los estados hispánicos de la Corona de Aragón. El rey, no obstante, partió hacia Cerdeña y afianzó el dominio catalán sobre la isla (1420), pero tuvo que abandonar adueñarse de Córcega, dado el acompañamiento que la localidad de Génova prestaba a los corsos (1421).
Esta resolución se adoptó frente a la oportunidad de apoderarse Nápoles, donde 2 facciones nobiliarias se disputaban la sucesión de la reina Juana II. Así, en el mes de julio de 1421, Alfonso el Magnánimo venció a Luis de Anjou, pretendiente al trono napolitano, y a los genoveses, lo que le dejó ingresar en la localidad italiana y transformarse en el ahijado de su soberana, si bien un par de años después una revuelta habitual le forzó a replegarse a Cataluña.
A lo largo de nueve años continuó en sus reinos peninsulares, enzarzándose en una estéril guerra con el monarca español Juan II para proteger los intereses de tipo político y económicos de sus hermanos, los infantes de Aragón, en Castilla. En mayo de 1432, Alfonso V partió terminantemente hacia Italia, para instalarse en Sicilia. A la desaparición de Juana II de Nápoles, en 1435, el monarca procuró sitiar Gaeta, pero en la guerra de Ponza cayó preso de los genoveses, socios del nuevo soberano napolitano, Renato de Anjou.
Movido a Milán, Alfonso supo no obstante granjearse la simpatía de Felipe María Visconti, duque de Milán y señor de Génova, quien se transformó en un amigo leal. Esta amistad facilitaría, en 1443, tras años de pelea con Venecia, Florencia, el Papado y los angevinos, la conquista de Nápoles por la parte del rey aragonés.
A partir de este instante, Alfonso V estableció su corte en Nápoles, transformó la localidad un enorme centro humanístico y se dedicó completamente a la política italiana. De forma paralela, el monarca confió el gobierno de sus reinos hispánicos, consecutivamente, a la reina María (1432-1454) y al hermano de ésta Juan de Navarra (1454-1458). Con todo, desde la distancia, favoreció las pretensiones de los campesinos de remensa catalanes (1448), si bien no vaciló en sofocar ferozmente la revuelta del campesinado mallorquín (1453).
Alfonso V el Magnánimo murió en el castillo del Ovo, en la localidad de Nápoles, el 27 de junio de 1458, y fue sucedido en la Corona de Aragón por Juan II de Aragón y de Navarra, y en el reino de Nápoles por su hijo natural Fernando I de Nápoles.
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