Alfonso I el Batallador

Si has llegado hasta aquí es porque eres consciente de la relevancia que detentó Alfonso I el Batallador en la historia. Cómo vivió y aquello que hizo durante el tiempo que estuvo en la tierra fue determinante no sólo para quienes trataron a Alfonso I el Batallador , sino que quizá dejó una huella mucho más insondable de lo que podamosimaginar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Alfonso I el Batallador personalmente.Alfonso I el Batallador fue una persona que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Las biografías y las vidas de personas que, como Alfonso I el Batallador , atraen nuestro interés, tienen que valernos siempre como punto de referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de Alfonso I el Batallador , el motivo por qué Alfonso I el Batallador vivió del modo en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos ayudará por un lado a vislumbrar mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que avanza, de forma inexorable, la historia.

Vida y Biografía de Alfonso I el Batallador

Rey de Aragón y de Navarra (?, 1073 - Poleñino, Huesca, 1134). Accedió al trono de los dos reinos en 1104, al fallecer sin descendencia su hermano Pedro I. Intentó una aproximación a Castilla, materializado en su casamiento con doña Urraca, por consejo de Alfonso VI (1109); pero dicho matrimonio, respondido por ciertos conjuntos privilegiados, estuvo lleno de desavenencias, que acabaron con su anulación (1114). Más tarde llegaría a tener combates con su hijastro, Alfonso VII de Castilla, a propósito de territorios fronterizos en disputa (toma de Burgos, que continuaba en poder de Aragón); las Paces de Támara (1127) pusieron fin al enfrentamiento, forzando a Alfonso I a renunciar al título imperial.

Alfonso dio un impulso definitivo a la reconquista del valle del Ebro: tras tomar Egea de los Caballeros, Tauste (1106), Tamarite (1107) y Morella (1117), y parar una ofensiva musulmana en la Batalla de Valtierra (1110), concentró sus fuerzas sobre Zaragoza; para esto consiguió del Concilio de Toulouse los resultados positivos de Cruzada, logró asistencia económica del obispo de Huesca y concentró en Ayerbe un ejército expedicionario en el que prevalecían los francos, mandado por Gastón de Bearne; con él puso lugar a Zaragoza a lo largo de siete meses, hasta el momento en que se la entregaron los almorávides (1118).

El empuje reconquistador siguió en los años siguientes con la toma de Tudela, Tarazona, Borja, Épila y Ricla (1119), la repoblación de Soria (1120) y la derrota de la contraofensiva almorávide en la Batalla de Cutanda (1120). Su compañía mucho más osado fue, no obstante, una expedición contra Granada, donde se adentró intensamente en territorio musulmán, adelante de un ejército de aragoneses, normandos y bearneses: en menos de un año (1125-26) recorrió Teruel, Valencia, Játiva, Murcia, Baza, Granada, Motril, Málaga, Lucena, Córdoba, Alcaraz, Cuenca y Albarracín. Aunque no logró conquistas en aquella ocasión, sí logró un enorme botín y se le incorporaron varios mozárabes que, a su regreso, contribuyeron a repoblar el valle del Ebro.

Más tarde puso ubicación a Valencia (1129), con la intención de tomar un puerto desde el que poder viajar para proseguir la Cruzada hacia Jerusalén; ocupó Mequinenza (1133) empleando una flota fluvial, con la que pretendía controlar el Ebro hasta su desembocadura; entró en enfrentamiento con el conde Ramón Berenguer III de Barcelona por las pretensiones de los dos a la conquista de Lérida; y fracasó en un largo asedio sobre Fraga (1133-34).

Otras acciones de este rey principalmente guerrero se orientaron hacia el norte de los Pirineos, para sostener su poder sobre sus vasallos del sur de Francia (1131). Al fallecer dejó sus reinos para las órdenes militares; pero los nobles no admitieron dicho testamento, procediendo a dividir la herencia entre Ramiro II el Monje (Aragón) y García V el Restaurador (Navarra). El caos de aquel instante fue aprovechado por los almorávides para publicar una enorme ofensiva, donde recobraron ciertos territorios del valle del Ebro.

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