La historia universal la escriben los hombres y mujeres quea lo largo de los siglos, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han hecho quela sociedad, de un modo u otro,avance.
Ya sea inspirando a más seres humanos o siendo una pieza esencial de la acción. Alberto Closas es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestra atención debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la existencia de Alberto Closas es conocer más acerca de una época concreta de la historia del ser humano.
Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la relevancia que detentó Alberto Closas en la historia. La manera en que vivió y lo que hizo mientras permaneció en este mundo fue decisivo no sólo para las personas que conocieron a Alberto Closas, sino que a caso dejó una señal mucho más profunda de lo que podamosimaginar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Alberto Closas de modo personal.Alberto Closas ha sido una persona que, por alguna causa, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
Las biografías y las vidas de personas que, como Alberto Closas, atraen nuestro interés, deben servirnos en todo momento como punto de referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de Alberto Closas, el motivo por el cual Alberto Closas vivió como lo hizo y actuó del modo en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, la forma en que avanza, de forma inexorable, la historia.
(Barcelona, 1921 - Madrid, 1994) Actor español. Atraído desde muy joven por el planeta de la escena, tras iniciarse la Guerra Civil Española marchó a Sudamérica, en donde, tras breves estancias en múltiples países, terminó fijando su vivienda en Buenos Aires, localidad donde emprendió su trabajo como actor en el seno de la compañía de Margarita Xirgu, tras estudiar arte dramático. Los pequeños papeles fueron dando paso a otros mucho más largos que afianzaron su trayectoria hasta llegar a primer actor. Este bagaje le animó a conformar su compañía, con la que recorrió distintos países del conjunto de naciones.
Los directores argentino de los años 40 se fijaron prontísimo en él y le fueron confiando papeles de diversa extensión. Closas se amoldó velozmente al nuevo medio y confirmó su buen realizar en una secuencia de dramas liderados, entre otros muchos, por Mario Soficci (La pródiga, 1945; La gata, 1947; Tierra de fuego, 1948). En La pródiga comenzó como personaje principal al lado de Eva Duarte, y dado que esta se transformara, meses después, en Evita Perón, determinó el rapto de la película, que jamás fue estrenada, y un fulgurante futuro inmediato para el actor que, en compensación, contó con el acompañamiento del gobierno peronista y protagonizó múltiples grabes de éxito.
En 1949 los escritores cinematográficos argentinos reconocieron su trabajo concediéndole el premio al mejor actor por su papel en Danza de fuego (1949), de Daniel Tinayre. Durante unos años continuó haciendo un trabajo bajo el mando de Carlos Schliepper (La honra de los hombres, 1944; Mi mujer está desquiciada, 1952) o Tulio Demicheli, con quien rodó Vivir un momento (1951) y Charlestón (1959), que coprotagonizó al lado de la enorme Silvia Pinal.
En 1954, ahora popular, el régimen de Franco autorizó su regreso a España. Closas ingresó en el cine español por la puerta grande, con Muerte de un ciclista (1955), de Juan Antonio Bardem, una película comprometida y polémica por su tema (el adulterio), en donde el actor interpretó a un instructor universitario sumido en un mar de inquietudes sociales y morales. Si bien este papel marcó un momento agradable en su trayectoria artística, el cine español solo le ha podido sugerir individuos que se desenvolvieron en la línea de la comedia habitual, género que dominó su producción desde esa fecha.
Trabajó con Luis César Amadori (Una muchachita de Valladolid, 1958; Una enorme señora, 1959) a la vera de Amalía Gadé y Zully Moreno, respectivamente; asimismo con José Antonio Nieves Conde (Todos somos precisos, 1956, que le valió el premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián; El demonio asimismo llora, 1963); y con Julio Coll (Distrito quinto, 1957, premio del Círculo de Escritores Cinematográficos; El traje de oro, 1959; Las viudas, 1966); trabajos que son un caso de muestra de que la reinserción popular, el thriller o el planeta de los toros tienen la posibilidad de ser útil de marco para una aceptable interpretación, ratificando la utilidad del actor.
Sin embargo, los sesenta estarían marcados por La enorme familia (1962), de Fernando Palacios, una película que pretendió ser espéculo de una situación popular a través del retrato de una familia abundante, con Alberto Closas en el papel del padre. El largometraje marcó un jalón en la temporada, y la participación de Amparo Soler Leal (la madre), José Isbert (el abuelo) y José Luis López Vázquez (el tío) confirmó la intención de diversión para toda la familia. El éxito llevó a la realización de una exclusiva distribución del mismo directivo, Fernando Palacios, y escritor de guiones, Pedro Masó, con el título La familia y uno mucho más (1965).
Mario Camus contó con él para 2 trabajos de transición como Muere una mujer (1964) y La visita que no tocó el timbre (1965), y Pedro Masó lo llamó para Experiencia prematrimonial (1972), la tercera distribución familiar La familia bien, gracias (1979) y El divorcio que viene (1980), historias que sirven de ejemplo de los vientos que corrían en el cine español de finales del franquismo y principios de la transición a la democracia.
Mientras que su historia se movía entre Madrid y Buenos Aires, solamente unos cuantos películas brindaron fe del nivel interpretativo y la calidad artística de Alberto Closas, si bien fuera en papeles inferiores: formó una parte del fuerte elenco (Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez, Ángela Molina, Concha Velasco, Amparo Rivelles) de Esquilache (1988), de Josefina Molina, y aportó su solidez y experiencia en el largometraje de Pedro Olea El profesor de esgrima (1992), reservada adaptación de una novela de Arturo Pérez-Reverte. El teatro ocupó parte importante de su tiempo profesional y empresarial (en Buenos Aires administró el teatro Avenida) y le sostuvo en activo hasta los últimos días de su historia; asimismo participó en distintas series.
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