Adolfo Nicolás

Comprender lo bueno y lo malo de las personas relevantes como Adolfo Nicolás, personas que hacen girar y evolucionar al mundo, es una cosa esencial para que seamos capaces de apreciar no sólo la existencia de Adolfo Nicolás, sino la de todos aquellos y aquellas que fueron inspiradas por Adolfo Nicolás, aquellas personas a quienes de de una u otra forma Adolfo Nicolás influenció, y desde luego, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en la época y la sociedad en la que vivió Adolfo Nicolás.

Vida y Biografía de Adolfo Nicolás

(Adolfo Nicolás Pachón; Villamuriel de Cerrato, Palencia, 1936) Jesuita español, trigésimo Prepósito General de la Compañía de Jesús desde 2008. La Compañía de Jesús, establecida en 1540 por el español Ignacio de Loyola en Montmartre, con el nombre inicial de Sociedad de Jesús, ha ejercido una destacable predominación en el devenir de la Iglesia católica en los últimos siglos. Sin embargo, en los últimos tiempos el talante liberal y aperturista de la mayor Orden menos supeditada a los dictámenes del Vaticano estuvo oscurecido por el conservadurismo de los últimos papas y por la omnipresencia de integrantes del Opus Dei en cargos estratégicos del gobierno eclesial. Tras la renuncia de su antecesor, el neerlandés Peter Hans Kolvenbach, el cónclave jesuita escogió a este sabio y dialogante español a una edad excepcional, ya que lo habitual es la decisión de un jesuita que no haya superado los sesenta y cinco años.

Nativo de el seno de una familia de militares, su padre, Adolfo Nicolás, era burgalés, y su madre, Modesta Pachón, había nativo de la población palentina de Villalaco. Adolfo era el tercero de los 4 hijos de este matrimonio de tradición religiosa, al lado de Antonio, Félix y José. Acabada la contienda civil, el padre fue designado a Barcelona, donde Adolfo cursó el primero de bachillerato en el Instituto Jaime Balmes (1946-1947), y segundo y tercero (1947-1949) en el centro de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, asimismo en la Ciudad Condal. Ya entonces el padre lo dirigió hacia la vocación religiosa y también ingresó en el Colegio de San José en la población de Roquetas, ubicada en los alrededores de Tortosa (Tarragona), donde la Compañía formaba a los futuros jesuitas, en su mayoría que proceden de la India. Allí, en aquel ámbito de estudio y religiosidad, siguió sus estudios de humanidades.

De su estancia en Cataluña preservaría buenísimos amigos, ya que se integró absolutamente en la civilización del país, hasta el punto que aprendió con perfección el catalán, a la sazón una lengua apartada por el régimen. Incluso ganó un certamen de este idioma ordenado por la parroquia. Pero su historia correría por otros caminos muy lejanos. En 1950 abandonó Cataluña para instalarse, con su familia, en Madrid, el nuevo destino de su padre. Allí siguió sus estudios en el Colegio de Areneros (instituto de la Inmaculada y San Pedro Claver), donde acabó el bachillerato con la promoción de 1953, siendo distinguido con la máxima distinción que daba el centro, el de “Príncipe” de su promoción.

La semilla que los jesuitas sembraron a lo largo de sus años en Roquetas germinó en 1953. El 15 de septiembre de ese año entró en el noviciado jesuita de Aranjuez, a la sazón Provincia de Toledo para la Orden. Pero cursaría la licenciatura en Filosofía y Letras en Alcalá de Henares (1958-1960). Debido a sus destrezas, sus superiores lo mandaron a cursar los estudios de Teología en Tokio (Japón), donde el 17 de marzo de 1967 fue ordenado sacerdote. Entre 1968 y 1971 estudió semiología y se doctoró en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma; allí compartió inquietudes de renovación de la Iglesia con otros compañeros no jesuitas de diferentes nacionalidades. El título de su proposición doctoral, calificada cum laude, ahora dejaba entrever su talante de entendimiento de todo el mundo contemporáneo: Teología del avance.

Adolfo Nicolás aguardaba un destino mucho más “influyente”, pero sus superiores lo mandaron nuevamente a Asia, donde continuaría múltiples décadas, lo que lo transformaría en especialista de la civilización oriental y sus gentes. De 1971 a 1976 fue instructor de Teología Sistemática en la Universidad Sophia de Tokio, donde el 5 de octubre de 1976 profesó los votos de la Compañía. Tras siete años en la ciudad más importante japonesa, fue enviado a Filipinas, en cuya capital fue directivo del Instituto Pastoral hasta 1984. Ese centro fue fundado exactamente tras el Concilio Vaticano II para poner en práctica el aggiornamento (la “puesta cada día”) de la Iglesia. A la postre, sus propósitos no se alcanzaron, pero el Instituto fue fermento de renovación en toda Asia, ejercitando una gran predominación en los novicios y profesores del conjunto de naciones.

Hombre equilibrado, sociable y nada ambicioso, Adolfo Nicolás anhelaba ejercer una tarea mucho más pastoral, de mayor contacto con el pueblo. Aun de esta manera, en 1991-1993 fue rector del llamado Escolasticado de Tokio, semejante a la vivienda de alumnos jesuitas, para entonces ser escogido Provincial de la Provincia jesuita de Japón, hasta 1999. En 1995 había sido designado unánimemente secretario de la XXXIV Congregación General, de la que saldría escogido su antecesor, Peter Hans Kolvenbach.

Al fin, en 2000 logró que le dejaran empaparse de espíritu pastoral tras tres años con cargos de gobierno. Trabajó con máxima intensidad en una parroquia pobre frecuentada por inmigrantes en Tokio, hasta 1993. Allí verificó de primera mano las adversidades de los inmigrantes filipinos y de otros países asiáticos; su dedicación a los pobres y oprimidos se transformaría en su ministerio más esencial.

Si bien como párroco estaba en su ámbito “natural”, se encontraba predestinado a ocupar altos cargos, ya que sus superiores le proseguían los pasos de cerca. Así, en 2004 fue solicitado nuevamente para funcionalidades de gobierno y escogido presidente de la Conferencia de Provinciales de Asia Oriental y Oceanía; o sea, el mayor responsable de toda la zona jesuita de Asia Meridional, desde Myanmar hasta Timor Este, introduciendo la Provincia jesuita de China. En este cargo impulsó el gran desarrollo de la presencia jesuita en Vietnam y en otros países del ambiente.

En la XXXV Congregación General, iniciada el 7 de enero de 2008, los 217 ayudantes con derecho a voto lo escogieron Prepósito General de la Compañía de Jesús. Adolfo Nicolás representaba un valor seguro para los principios propugnados por la Orden en frente de la involución de la Iglesia católica con los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. En especial de este último, pues Nicolás fue entre los teólogos que configuraron la doctrina aperturista del Concilio Vaticano II que Joseph Ratzinger postergó siendo aún Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Su nombre ahora sonó siendo aún muy joven para ocurrir a su admirado Pedro Arrupe, cuyo perfil coincidía con el del flamante nuevo Prepósito, si bien no irradiase el carisma de este.

Quienes le conocen no se han agotado de reiterar su deber popular, que logró que trasladara los centros de teología a los distritos mucho más pobres de Tokio y Manila; su enorme sensibilidad para el diálogo con quienes no opínan como él o con los leales de otras religiones. Es un especialista en budismo y sintoísmo y, además del español, domina otros seis lenguajes. El 25 de enero, en su primer acercamiento con la prensa, se ganó a los cronistas pues no rehusó pregunta alguna. La mucho más espinosa viró cerca de cuál sería su relación con el “otro” Papa: “La distancia teológica con Benedicto XVI es mucho más teorética en la imaginación de ciertos; hablamos de un coloquio que proseguirá, por el hecho de que pienso que la teología es siempre y en todo momento diálogo.”

Ya Kolvenbach logró movimientos de acercamiento al antaño Ratzinger, quien como Benedicto XVI nombró al jesuita Federico Lombardi como responsable de la Oficina de Comunicación del Pontífice. Y, tras la decisión de Nicolás como Prepósito General, el 9 de julio de 2008 el Papa emitió un nuevo ademán de acercamiento a la Compañía designando al jesuita mallorquín Luis Ladaria, de sesenta y 4 años, como número 2 de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el mucho más viejo de los “ministerios” de la Curia romana, lo que lo transformaba en el español de mayor rango en el gobierno de la Iglesia.

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