Xavier Montsalvatge

Ya sea inspirando a otros seres humanos o siendo parte de la actuación. Xavier Montsalvatge es una de las personas cuya vida, indudablemente, merece nuestra atención debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Xavier Montsalvatge es comprender más sobre etapa determinada de la historia del género humano.

Vida y Biografía de Xavier Montsalvatge

(Girona, 1912 - Barcelona, 2002) Compositor catalán. Xavier Montsalvatge Bassols nació el 11 de marzo de 1912 en Girona, en el seno de una familia acomodada que había simultaneado su amor por las artes y los negocios. En situación, regentaban las bancas de Olot, Girona y Figueres en un conjunto de entidades que desaparecería en 1918, con el fallecimiento del padre del compositor.

El primer contacto de Montsalvatge con la música se causó en el momento en que, como obsequio de Reyes Magos, recibió un violín. Sin embargo, la escasa paciencia del niño poco dejaba adivinar el refulgente futuro que le esperaba. A los nueve años se trasladó a Barcelona, donde ingresó en la Escuela Municipal de Música, y solo entonces ahondó en el estudio del violín con Francesc Costa y Eduard Toldrà. Pronto se inició asimismo en la especialidad de la composición, a través de Enric Morera y Salvador Pahissa. Simultáneamente, efectuó sus estudios en una academia de prestigio: la célebre Escola Montessori.

Formación catalana

Tal como nuestro Montsalvatge declaró considerablemente más adelante, la verdad es que sus instructores, aun siendo geniales, no llegaron a plasmar su predominación en el estilo de un compositor considerablemente más atraído por las tendencias vanguardistas de la década de los veinte, dominada por Robert Gerhard, mediante cuya predominación se dejaría sentir en las tierras catalanas el influjo tanto de Igor Stravinsky como de la música del llamado Grupo de los Seis, el que preludiaba las vanguardias de los años treinta.

Debe tenerse presente que en esos años la localidad de Barcelona disfrutó de una activísima vida musical. Arthur Honegger, Arnold Schönberg o nuestro Stravinsky visitaron la Ciudad Condal en esos años, y Manuel de Falla estrenó allí su Concierto en 1926, merced a los desvelos de la Associació de Música de Càmera. El popular ballet de Sergei Diaghilev y el período de recitales que el violinista Marius Mateo organizó con ocasión de la Exposición Universal de 1929 abrieron a Montsalvatge la puerta a un planeta hasta el momento nuevo para él, que solo conocía la tradición decimonónica catalana.

El éxito como compositor del joven Montsalvatge no tardaría en hacerse público. Sus Tres impromptus, de 1933, han recibido el premio Rabell y una asistencia económica de la Fundació Patxot. Sólo un par de años después, la magnífica Suite burlesca recibió otro galardón, en un caso así el premio Pedrell de la Generalitat de Catalunya. Se trataba de una obra de marcado aire impresionista, muy influida por el melodismo melancólico de ciertas corrientes nacionalistas, pero en todo caso de deliciosa factura.

Primera etapa y Guerra Civil

Sin embargo, y en oposición a lo que pudiese parecer, Xavier Montsalvatge no tardó en manifestar una profunda independencia de método que le distanció del que podría haber sido su lógico «siguiente paso»: frecuentar el Círculo Manuel de Falla. Y es que el «nacionalismo» de Montsalvatge no estuvo jamás relacionado a ninguna posición folclorista, ni muchísimo menos a una reivindicación estilística de carácter diletante.

Tampoco hay que olvidar la visión que nuestro Montsalvatge tuvo de sus proyectos de juventud, habida cuenta de que la Opus 0 es Spanish Sketch, una partitura corto para violín y piano estrenada en el Palau de la Música barcelonés en 1944. La vida de proyectos precedentes podría ser considerada por su creador como anecdótica o exhibe de una temporada únicamente formativa. Baste oír entre las últimas creaciones que salieron de su pluma, la Folia daliniana (en homenaje a Salvador Dalí), para revisar que Montsalvatge sabía sostener la tensión entre el haragán aire caribeño, al que siempre y en todo momento fue leal una parte de su producción, y la incomodidad de atmosferas sugerida por el atonalismo.

En cualquier situación, la primera etapa del compositor quedó terminantemente acotada con el desenlace de la Guerra Civil. El erial cultural en que se había transformado España le llevó a la composición de un celebradísimo período, las Canciones negras, profundización de uno de sus mucho más interesados amores: el estudio de la habanera. La inspiración en Ravel no era de manera fácil observable, pero el compositor la confirmó varios años tras el estreno. El éxito en todo el mundo de estas partituras, publicadas en 1941, sería incontestable.

Los años de dictadura

En 1943 la actividad pedagógica de Montsalvatge se activó, como lo revela visto que inició su magisterio en la Academia Marshall. En esta faceta alcanzaría sus mucho más agradables horas como catedrático y instructor de composición en el Conservatorio Municipal de Música de Barcelona.

A pesar de su profundo amor por Cataluña y por los aspectos propios de su tierra, Montsalvatge continuó en España a lo largo de los años de la dictadura. Hombre de carácter alegre y escencial, procuró poner al mal tiempo buena cara y por este motivo no abandonó su actividad creativa a lo largo de los años cincuenta. Antes a la inversa, su inclinación en esa década fue un marcado giro hacia un neoclasicismo de tipo stravinskiano. El punto de inicio de ese periodo puede considerarse la obra llamada Cuarteto indiano, de 1952.

A partir de los años sesenta, el estilo de Montsalvatge iría virando hacia un mayor abstraccionismo. No obstante, el compositor trató de no perder contacto con un público que jamás le dio la espalda. Quizá la obra mucho más simbólica, o la que mucho más de forma fácil marca el cambio de orientación, sea Desintegració morfològica de la Xacona de Johann Sebastian Bach (1962), una parte donde el rigor metodológico abría inesperadas puertas a la expresividad de su creador, sin por este motivo dejar un líder formal identificable por el melómano de mediana capacitación.

Una de las anécdotas que revela de manera indudable la congruencia ideológica de Montsalvatge acaeció a inicios de los años sesenta. Sabedor de su reputación artística, el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga (el Ministerio de Cultura aún no existía) invitó al gerundense a crear una oda que loara «los veinticinco años de paz» del régimen franquista. Después de sopesar esmeradamente la situación, la contestación epistolar de Montsalvatge consistió en una muy elegante renuncia al encargo: «Mi musa no es proclive al género heroico».

El eclecticismo de un sin dependencia

A medida que avanzaba en el estilo del compositor la citada inclinación a la concisión y a la abstracción, fue asimismo consolidándose otra faceta profesional del músico: la crítica. Sus recensiones para el períodico barcelonés La Vanguardia se extendieron a lo largo de múltiples décadas. Al mismo tiempo, inició una extendida y provechosa colaboración con la gaceta Destino, de la que después se transformó en directivo.

En los años setenta Montsalvatge era ahora un compositor laureado sobre el que llovían las condecoraciones. En 1970 fue condecorado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el gobierno francés, una distinción que en el corazón del artista compitió con la que recibiría una década después, en el momento en que la Generalitat de Catalunya le dio la Creu de Sant Jordi.

Su posición, a medio sendero entre el antitrascendentalismo de ciertas corrientes de principios de siglo y el ascetismo de los serialistas (al menos el de los menos radicales), lo transformó en determinada medida en un anticipador de los estilos posvanguardistas eclosionados desde fines de la década de los ochenta.

Ya en la última parte de su trayectoria, los hechos mucho más importantes vendrían dados por los estrenos de ciertas de sus proyectos mucho más ambiciosas. Quizás en este sentido el hecho mucho más importante fue el estreno de su ópera Babel 46 en la edición de 1994 del Festival de Perelada. Quede perseverancia de sus afirmaciones sobre esto como definición ulterior de un carácter musical, artístico y humano irrealizable de sopesar por su intensidad: «Hacer una ópera significa para el compositor la prueba suprema que puede planteársele, ya que el hecho musical debe contestar íntimamente a una situación literaria, sociológica, trágica y también histórica [...]. Hasta el instante no he llegado a estar seguro de haber logrado estos objetivos. Es el auditorio el que, al fin y al cabo, puede aclararme el inconveniente».

Xavier Montsalvatge murió poco tras cumplir los noventa años de un enfisema pulmonar, «plácidamente, en exactamente la misma cama en que fallecieron su padre y su abuelo», según declaró su hija Yvette. Atrás quedaba la obra de un creador sin dependencia que despertó en los últimos tiempos el interés de novedosas generaciones de melómanos. El crítico Antonio Fernández-Cid lo definió como «un hombre enormemente cultivado, cuyos horizontes jamás se restringieron de forma exclusiva a la capacitación musical».

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