Sir Charles Leonard Woolley

La historia de la civilización la escriben aquellos hombres y mujeres queen el paso de los años, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han ocasionado quela humanidad, de una forma u otra,avance.

Conocer las luces y las sombras de las personas significativas como Sir Charles Leonard Woolley, personas que hacen rodar y cambiar al mundo, es una cosa sustancial para que podamos apreciar no sólo la existencia de Sir Charles Leonard Woolley, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Sir Charles Leonard Woolley, aquellas personas a quienes de un modo u otro Sir Charles Leonard Woolley influyó, y sin duda, comprender y entender cómo fue vivir en la época y la sociedad en la que vivió Sir Charles Leonard Woolley.

Las biografías y las vidas de personas que, como Sir Charles Leonard Woolley, seducen nuestra atención, deben servirnos siempre como referencia y reflexión para ofrendar un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Intentar comprender la biografía de Sir Charles Leonard Woolley, el motivo por qué Sir Charles Leonard Woolley vivió del modo en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la forma en que avanza, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de Sir Charles Leonard Woolley

(Londres, 1880 - 1960) Arqueólogo británico. Entre 1922 y 1934 dirigió las excavaciones en la vieja localidad sumeria de Ur (de hoy Iraq); los descubrimientos forman entre los jalones mucho más importantes de la arqueología actualizada.

Entre 1907 y 1911 participó en la expedición arqueológica británica en el yacimiento egipcio de Wadi Halfa, en el presente Sudán. En 1912 dirigió al lado de T. Y también. Lawrence (popular como Lawrence de Arabia) las excavaciones de la región hitita de Karkemish, en la Siria septentrional. Allí continuó Woolley un par de años, publicando entre 1921 y 1953 los descubrimientos de los trabajos en ese emplazamiento. Posteriormente pasó a Egipto para regentar la excavación de Tel el-Amarna, la localidad sagrada del faraón Akenatón.

En 1922 inició los trabajos en el enclave de Ur, cuna de la civilización mesopotámica, sponsoreados por el Museo Británico y la Universidad de Pennsylvania. Su hallazgo del cementerio real, datado hacia el 2700 a.C., se considera entre las primordiales revelaciones arqueológicas de la era actualizada, equiparables a las de Heinrich Schliemann, Arthur Evans, Hiram Bingham o, por aquellos años, Howard Carter, el investigador de la tumba de Tutankamón. La meticulosidad con que se realizó el alumbramiento de los restos y su posterior estudio dejó a los historiadores reconstruir la sociedad cortesana sumeria desde sus principios protohistóricos en el IV milenio a.C. hasta su temporada final de habitación, en el siglo IV a.C.

El muy, muy rico ajuar funerario encontrado en los enterramientos reales, entre cuyas piezas resalta el estandarte real de Ur, descubrió la presencia de un arte suntuario de enorme exquisitez y elaboración técnica, tal como la práctica del enterramiento sacrificial del rey con su cohorte de servidores. El hallazgo de la prueba geológica de una enorme inundación que habría asolado la cuenca mesopotámica en temporada protohistórica revolucionó las interpretaciones sobre el mito del diluvio de las tradiciones literarias sumeria y semita.

La tarea de Woolley como directivo técnico de la excavación le valió un enorme prestigio en el planeta científico, avalado por sus recientes interpretaciones de los datos materiales conseguidos, que, por servirnos de un ejemplo, establecieron la secuencia cronológica de la civilización sumeria y las relaciones y también influencias entre esta y las etnias griega y egea. En 1927 empezó a difundir, al lado de sus varios ayudantes, los diez volúmenes de los reportes científicos sobre las excavaciones de Ur. Estos reportes forman todavía el día de hoy un material seminal para el estudio de la vieja Mesopotamia.

Entre 1937 y 1949 efectuó excavaciones en Tel Atchana, vieja Alalakh (sureste de Turquía) y en Antioquía (Siria), donde sacó a la luz los restos de un pequeño reino de población hurrita cuya fundación situó en el IV milenio a.C. Publicó estos descubrimientos en sus proyectos Alalakh, informe de las excavaciones en Tel Atchana en el Hatay, 1937-1949 (1955) y El reino olvidado (1953).

Woolley escribió también libros de divulgación, como Los sumerios (1928), Ur de los caldeos (1929) y Desenterrando el pasado (1930), que consiguieron un inmediato éxito y contribuyeron decisivamente a prolongar el gusto por la arqueología entre el público no especializado. En 1935 le fue concedido el régimen de sir.

De toda la obra redactada del insigne arqueólogo es necesario poner énfasis la citada Excavaciones en Ur: relación de 12 años de trabajo, título inequívoco en relación a su contenido: el creador sintetiza 12 años (1922-1934) de costosas y fecundas excavaciones en Ur (la bíblica Ur Chaldaeorum (Gen., 11, 29), patria de Abraham, en el Irak meridional), a las que está relacionado indisolublemente su nombre considerablemente más que a otros esenciales descubrimientos arqueológicos.

Ahora en el lejano 1652, el orientalista de roma Pietro de ella Valle se había detenido largo tiempo en la meseta que los árabes llaman el día de hoy Tell-al-Mukayar, el "Túmulo de la pez", atraído por un "montículo de ruinas de inmuebles". En tiempos mucho más próximos, en 1854, J. B. Taylor, cónsul inglés en Basra, había sido solicitado por el British Museum de comenzar indagaciones en aquella región. A fines del siglo XIX hubo asimismo una expedición estructurada por la Universidad de Pensilvania. Los primeros sondeos propiamente estos fueron emprendidos tras la Primera Guerra Mundial por R. Campbell Thomson y H. R. Hall, y al final, la campaña de excavaciones fue apuntada de forma sistemática por Woolley, que en 12 inviernos, en consecutivas campañas organizadas por la "Joint Expedition" del British Museum y de la Universidad de Pensilvania, logró una cantidad copiosísima de material, de relevancia histórica y de hermosura artística inigualables.

Siguiendo meticulosamente la prolongada marcha de las excavaciones, la obra de Leonard Woolley vuelve a construir la narración de Ur, de la que nos ofrece un extenso panorama que entiende mucho más de 4 mil años de vida. Comenzando por el primitivo y muy, muy antiguo poblado, previo cronológicamente a la horrible inundación del valle del Éufrates y Tigris (el "diluvio universal" de las leyendas sumerias y hebreas), sigue la historia mediante los periodos Uruk y Jamdat Nasr hasta la I dinastía de Ur (ca. 2700 a. C.), y hasta aquella etapa mejor famosa como sumeria.

De a poco, Woolley va contando las contrariedades de la III dinastía, cuyo reino coincide con el periodo de mayor prosperidad económica y con el mucho más lumínico florecimiento artístico (es la temporada de las considerables creaciones arquitectónicas, como el "ziggurat" de Ur-Nammu, prototipo del babilonio) y nos conduce, mediante las dinastías Isin y Larsa, hasta el periodo cassita y asirio, que empieza la lenta y progresiva caída que acaba trágicamente tras el último esplendor bajo Nabucodonosor II al rechazar el siglo IV a. C., en el momento en que la sequía del viejo cauce del Éufrates señalará el desenlace de la rica y poblada localidad.

Merece una mención particular el capítulo tercero del volumen ("La necrópolis real"), en el que, en páginas muy, muy bellas, Woolley refiere su largo y tolerante trabajo de excavaciones en el llamado cementerio real de la región, ubicado fuera del recinto sagrado de Ur, en el instante al Sudeste. Los dieciséis sepulcros "regios", que se remontan a la I dinastía y yacen en el fondo de pozos, y ámbas mil tumbas de ciudadanos recurrentes, mostraron una riqueza de material arqueológico y artístico (recuérdese la conocida jofaina de oro, los muebles y aderezos de la reina Shub-ad, el maravilloso yelmo de oro de Mes-kalam-dug, pieza maestra de orfebrería sumeria, la lira, etcétera.), cuyo descubrimiento asistió no poco a los investigadores en el saber de la vida y prácticas de aquella temporada.

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Las sutilezas y las peculiaridades que llenan nuestras vidas son siempre determinantes, ya que destacan la singularidad, y en el tema de la vida de alguien como Sir Charles Leonard Woolley, que poseyó su trascendencia en una época concreta, es indispensable procurar ofrecer una visión de su persona, vida y personalidad lo más rigurosa posible.

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