San Ignacio de Loyola

Apreciar las luces y las sombras de las personas relevantes como San Ignacio de Loyola, personas que hacen girar y evolucionar al mundo, es una cosa básica para que podamos poner en valor no sólo la existencia de San Ignacio de Loyola, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por San Ignacio de Loyola, personas a quienes de un modo u otro San Ignacio de Loyola influenció, y sin duda, comprender y entender cómo fue vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió San Ignacio de Loyola.

Las biografías y las vidas de personas que, como San Ignacio de Loyola, seducen nuestra curiosidad, deben servirnos siempre como referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de San Ignacio de Loyola, porqué San Ignacio de Loyola vivió del modo en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a vislumbrar mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que se mueve, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de San Ignacio de Loyola

(Íñigo López de Recalde; Loyola, Guipúzcoa, 1491 - Roma, 1556) Fundador de la Compañía de Jesús. Su primera dedicación fueron las armas, siguiendo la tradición familiar. Sin embargo, tras ser dificultosamente herido en la defensa de Pamplona contra los franceses (1521), cambió completamente de orientación: la lectura de libros que tienen piedad a lo largo de su convalecencia le decidió a consagrarse a la religión.

Se retiró en un inicio a llevar a cabo penitencia y oración en Montserrat y Manresa, donde comenzó a llevar a cabo el procedimiento ascético de los Ejercicios espirituales (1522). Luego peregrinó a los Santos Lugares de Palestina (1523). De regreso a España empezó a estudiar (ahora con 33 años y para lograr enfrentar mejor su emprendimiento de apostolado) en las universidades de Alcalá de Henares, Salamanca y París.

Las primeras ocupaciones de San Ignacio de Loyola propagando el procedimiento de los ejercicios espirituales le hicieron sospechoso de heterodoxia (asimilado a los «iluminados» o a los seguidores de Erasmo de Rotterdam): en Castilla fue procesado, se le prohibió la predicación (1524) y tuvo que interrumpir sus estudios.

En cambio en París (1528-34), donde se graduó como profesor en Artes (si bien no acabó los estudios de Teología), San Ignacio de Loyola logró reunir un conjunto de seis compañeros a los que comunicó sus ideas y con los que sembró el germen de la Compañía de Jesús, realizando juntos votos de pobreza y apostolado en la Cueva de Montmartre. Ante la imposibilidad de marchar a llevar a cabo vida religiosa en Palestina, por la guerra contra los turcos, se ofrecieron al papa Pablo III, quien les ordenó curas (1537).

En los años siguientes se dedicaron al apostolado, la enseñanza, el precaución de enfermos y la definición de una exclusiva orden religiosa, la Compañía de Jesús, cuyos estatutos aprobó el papa en 1540; San Ignacio de Loyola, cuyo furor y energía inspiraban al conjunto, fue escogido unánimemente su primer general.

La Compañía reproducía la composición militar donde Ignacio había sido educado, pero al servicio de la propagación de la fe católica, conminada en Europa por las predicaciones de Lutero, que habían puesto en marcha la Reforma protestante. Las Constituciones que Ignacio le dio en 1547-50 la configuraron como una orden actualizada y pragmática, concebida racionalmente, disciplinada y relacionada al papa, para el que resultaría un instrumento de enorme efectividad en la «reconquista» de la sociedad por la Iglesia en la temporada de la Contrarreforma católica.

Aquejado de graves problemas médicos, San Ignacio de Loyola alcanzó a conocer, no obstante, en sus últimos años de vida, la expansión de la Compañía por Europa y América, con una fuerte presencia en la educación de la juventud y en el enfrentamiento intelectual, en el apostolado y en la actividad misionera (resaltando la tarea en Asia de San Francisco Javier). Muerto Ignacio, le sucedió como general de los jesuitas su mucho más ajustado colaborador, el español Diego Laínez. Fue canonizado en 1622 por Gregorio XV.

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