Octavio Augusto

Ya sea inspirando a más seres humanos o formando parte de la acción. Octavio Augusto es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestro interés debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Octavio Augusto es comprender más acerca de etapa determinada de la historia del ser humano.

Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la importancia que tuvo Octavio Augusto en la historia. La forma en que vivió y lo que hizo en el tiempo en que permaneció en este mundo fue determinante no sólo para quienes trataron a Octavio Augusto, sino que posiblemente dejó una señal mucho más profunda de lo que logremosfigurar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Octavio Augusto de forma personal.Octavio Augusto ha sido un ser humano que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.

Vida y Biografía de Octavio Augusto

(Cayo Julio César Octaviano, asimismo llamado Augusto o César Augusto; Roma, 63 a. C. - Nola, Nápoles, 14 d. C.) Primer emperador de roma. Procedía de una rica familia del orden ecuestre de Veletri (su abuelo fue banquero y su padre, pretor de Macedonia). Por una parte de madre era sobrino-nieto de Julio César, el que le adoptó en el 45 a. C. y le designó su heredero.

Tras la desaparición de César (44), entabló la pelea contra el que había sido su lugarteniente, Marco Antonio; para esto contó con el acompañamiento de Cicerón y de los republicanos del Senado, que aguardaban dividir a los cesaristas enfrentándoles entre sí; asimismo contó con el acompañamiento de los enormes financieros (como Mecenas), lo que le dejó costearse un ejército propio.

Tras vencer a Marco Antonio en la guerra de Módena, demandó del Senado el ascenso de cónsul; rechazado por su juventud (tenía solo 20 años), marchó sobre Roma y tomó el poder sin batallar, en tanto que las legiones mandadas contra él prefirieron apoyarle.

Desde el año 43 a. C., ya que, Octavio Augusto fue cónsul y se realizó dar poderes expepcionales. Enfrentado a las resistencia de los republicanos Bruto y Casio, fuertes en Oriente, Octavio decidió aliarse con sus viejos contrincantes Marco Antonio y Lépido (entrevista de Bolonia, 43) y conformar con ellos un triunvirato. Comenzó entonces la persecución de los republicanos (en la que murió Cicerón), que acabó en la guerra de Filippi en Macedonia (42).

Marginado Lépido, Octavio se repartió el poder en verdad con Marco Antonio, dejando a este último la región oriental, mientras que él continuaba en Roma y controlaba la parte occidental. El combate entre los dos condujo a la Guerra de Perugia (41), donde el jefe militar de Octavio Augusto, Agripa, derrotó a los antonianos. La charla de Brindisi (40) estableció un nuevo reparto de zonas de predominación entre los triunviros: Octavio controlaba en Occidente; Marco Antonio en un Oriente limitado, que alcanzaba solo hasta el río Drin (en Albania); Lépido en África; y también Italia se consideraba anulada bajo el dominio grupo de los triunviros. El matrimonio entre la hermana de Octavio y Antonio selló la paz, que se sostuvo a lo largo de 4 años.

Además de esto, en el 39 Sexto Pompeyo recibió Sicilia, Cerdeña, Córcega y Acaya, con el deber de sostener a Roma abastecida de grano; pero en el 36 Octavio debió confrontar a Sexto Pompeyo, a quien derrotó en la guerra de Nauloque (Sicilia). El gobierno de Octavio Augusto se realizó habitual en Occidente en razón de su impulso a la agricultura y de la integración de las provincias con Roma.

Hasta entonces, Marco Antonio había cedido a la predominación de Cleopatra VII de Egipto y practicaba una política orientalizante, poco favorece a los intereses romanos; Octavio explotó en su favor esta situación, declarando la guerra a Cleopatra en el 32 («Guerra Ptolemaica»). Tras la victoria naval de Actium (31), entró en Alejandría, donde Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron (30). Con la anexión de Egipto, Octavio dio a Roma el control más que nada el Mediterráneo.

Utilizando su prestigio, Octavio convirtió el régimen político de la República romana en una suerte de monarquía que recibe los nombres de Principado o Imperio; el nuevo régimen consistía en un equilibrio de poder entre el Senado y el pueblo de roma, por una parte, y el emperador y su casa, por otro.

En un inicio, se realizó actualizar todos los años el orden como cónsul a solas, al que fue agregando nuevos títulos que reafirmaron su poder; princeps senatus (el primero de los miembros del senado) en el 28 a. C.; augustus (título espiritual que reflejaba su misión divina) y también imperator proconsulare de Galia, Hispania y Siria (lo que le daba el mando militar) en el 27; tribuno vitalicio (con poder de veto sobre las resoluciones de los jueces) en el 23; cónsul vitalicio y prefecto de las prácticas en el 19; enorme pontífice (jefe espiritual del Imperio) en el 12; y «padre de la patria» en el año 2 a. C.

Más allá de que rechazó su divinización en vida, Octavio Augusto aprovechó en su favor el culto de los genios, promoviendo un culto al emperador que se transformó en un vínculo agregada entre los pobladores del Imperio. Paralelamente, rehabilitó las instituciones romanas, adaptándolas a la necesidad de administrar un Imperio tan riguroso: creó el Consejo del Príncipe, órgano de gobierno que viene dentro por hombres de su seguridad (Agripa, Mecenas); dividió las provincias en senatoriales (confiadas a un gobernador sin mando militar nombrado por el Senado) y también imperiales (regidos por un legado del emperador); reordenó la fiscalidad, sometiéndola a su administración directa y haciéndola menos costosa; resguardó el culto; favoreció al orden ecuestre en frente de la aristocracia senatorial; aseguró los límites del Imperio en frente de los partos y a los germanos; y continuó la expansión en la región del Danubio y el mar Negro. Entre las debilidades de su poder resalta el no tener sustituto (no tuvo hijos hombres de sus tres matrimonios); terminó por adoptar a su yerno Tiberio, al que asoció en el poder desde el 13 d. C., y que le sucedería sin contrariedad tras su muerte.

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