Giovanni Bellini

Ya sea inspirando a otras personas o tomando parte de la acción. Giovanni Bellini es uno de esos seres humanos cuya vida, realmente, merece nuestro interés debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Giovanni Bellini es conocer más acerca de etapa determinada de la historia del género humano.

Conocer lo bueno y lo malo de las personas destacadas como Giovanni Bellini, personas que hacen girar y evolucionar al mundo, es una cosa fundamental para que seamos capaces de valorar no sólo la existencia de Giovanni Bellini, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Giovanni Bellini, aquellas personas a quienes de de una u otra forma Giovanni Bellini influyó, y sin duda, comprender y entender cómo fue vivir en la época y la sociedad en la que vivió Giovanni Bellini.

Vida y Biografía de Giovanni Bellini

(Venecia, Italia, h. 1430 - 1516) Pintor italiano. En la pintura italiana de la segunda mitad del siglo XV alcanzó particular renombre Giovanni Bellini, motor de la escuela veneciana y popular pintor de madonnas, que creó un lenguaje pictórico apoyado en la fusión de la figura humana con el paisaje, dando suma importancia a la luz y al colorido.

Asimismo llamado Giambellino, nació en el seno de una familia de pintores; su padre, Jacopo, dibujante y acólito del florentino Gentile da Fabriano, desempeñó un considerable papel como introductor de la estética renacentista en Venecia. Su hermano Gentile Bellini fue un considerable retratista que cooperó con él en la decoración del palacio ducal e inclusive viajó a Constantinopla a retratar a su sultán.

Las primeras proyectos de Bellini, efectuadas con la técnica del temple, salieron del taller paterno, sitio de estudio, trabajo y capacitación hasta el momento en que marchó a Padua, hacia 1460. Allí conoció al pintor Andrea Mantegna, su porvenir cuñado, de quien aprendió a controlar el dibujo, como puede verse en Oración del huerto de los olivos, y a quien por su parte enseñó la luz de la escuela veneciana. Bellini era por entonces un enorme paisajista, virtud que transmitió años después a los acólitos de su taller. Hacia mediados de la década de 1470 pintó el popular políptico que se dedica al dominico español San Vicente Ferrer, en la iglesia de los Santos Juan y Pablo de Venecia. En esos años murió su padre, cuyo taller dirigió desde ese momento Giovanni.

La llegada a Venecia del pintor siciliano Antonello da Messina, conocedor de la técnica del óleo usada en Flandes por Jan van Eyck, dejó a Bellini reforzar en aquella y desarrollar mayores virtuosismos que con la utilización del temple, como en su Transfiguración del museo napolitano de Capodimonte. A principios del XVI, su relación con acólitos como Tiziano lo logró suavizar su pintura, perdiendo los aspectos angulosos de Mantegna (Madonna de Brera, en Milán). Murió en 1516, en su localidad natal, dejando en marcha la escuela veneciana, de gran resonancia a lo largo de todo el Cinquecento.

La obra de Giovanni Bellini

Indudablemente, el mucho más refulgente astro de la pintura veneciana del siglo XV es Giovanni Bellini, cuya evolución artística se caracterizó por un continuo renovarse gracias a las distintas vivencias artísticas que su permeable personalidad fue asimilando en el curso de una vida bastante dilatada, donde se sostuvo de forma permanente activo. Alumno de su padre Jacopo, asimismo él experimentó en el primer periodo de su trayectoria una fuerte atracción por la pintura de su cuñado Mantegna y por la estatua de Donatello, de quienes supo traducir los valores de elasticidad mediante la enérgica definición gráfica de los planos del modelado, a pesar de que los dulcificó con una exclusiva sensibilidad luminosa que no esconde la solidez de la materia pictórica.

De esta etapa inicial, que se alarga hasta 1480, son los 4 trípticos para la iglesia de la Caridad (Galería de la Academia, Venecia), de manifiesto espíritu mantegnesco pero suavizado por unos contornos de dibujo mucho más maleable y un mesurado régimen de la visión, a los que Bellini añade unas ricas figuras que con sus miradas y reacciones aportan una felicidad melancólica y una sensibilidad expresiva que va a ser contribución primordial de su arte.

Estos aspectos se conservan en el políptico de San Vicente Ferrer de la iglesia veneciana de Santi Giovanni y también Paolo, donde además de esto se advierte un eco de la amplitud espacial de Piero de ella Francesca; en el Cristo bendiciendo (Museo del Louvre, París), con un rostro que desprende humanidad y nobleza; y para finalizar en la renovadora Piedad (Pinacoteca de Brera, Milán), efectuada hacia 1470, donde la conjunción entre el escultórico modelado de Mantegna y la contenida emoción belliniana consigue su punto culminante, de manera que el lamento frente al cuerpo de Jesucristo se convierte en una sagrada conversazione de un patetismo de forma sabia contenido.

Se trata en cualquier caso de un repertorio de opciones expresivas y plásticas que el artista desarrolló y graduó en sus representaciones de la Virgen María y el Niño, tan varias y conseguidas que le transformaron en el madonnieri (pintor de vírgenes) veneciano más especial. En todas y cada una ellas, desde las mucho más viejas, Giovanni Bellini exploró una asombroso pluralidad de resoluciones iconográficas, erigiéndose en sutil y especial indagador de la íntima relación afable entre Madre y también Hijo, representados muchas veces de medio cuerpo. Cabe nombrar entre las de la primera temporada a la Madonna Potenziani (Col. Lehman, Nueva York) y la Virgen entronizada con el Niño dormido (Galería de la Academia, Venecia) que, como muchas otras, revelan un directo influjo de Antonello da Messina en peculiaridades como los tonos azules del mantón de la Virgen.

Un giro primordial en los progresos del artista lo forma la enorme pala con la Coronación de la Virgen (Museo Cívico, Pesaro), pintada cerca de 1474 tras una estancia en Las Marcas a lo largo de la que ha podido estudiar el arte de Piero de ella Francesca. Desde entonces, la magnífica concepción espacial y la plenitud formal de esta obra refleja un exacto conocimiento de Piero y de la pintura de Urbino, si bien Giovanni Bellini ha conocido impregnarla de un sentimiento nuevo, de una tiernicidad no menos impresionante pero extraña a la impasibilidad un poco esquemática de aquel.

En el Llanto por Cristo fallecido (Museos Vaticanos), que formaba la parte de arriba del altar de Pesaro, sutiles efectos lumínicos alcanzan una modelación cálida y una tranquilidad estática y solemne, que asimismo se despliega en la gran predisposición en visión de la Transfiguración (hacia 1474, Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles), con individuos en los que late un tiempo de sacro idilio del que se hace jubilosa partícipe a la naturaleza entera. En esta última obra es clara la armónica fusión de las figuras humanas con un paisaje familiar inspirado en las lomas vénetas, dulcemente modulado bajo la desbordante iluminación del cielo, que logró del menor de los Bellini el iniciador del paisajismo veneciano y entre los máximos pintores de este género.

En torno a 1475 hace aparición en escena Antonello da Messina, que por medio de la desmembrada pala de San Casiano introduce en Venecia el preciosismo flamenco y una secuencia de noticias compositivas y también iconográficas que van a enriquecer el lenguaje pictórico de Bellini. Al parecer, en una obra desaparecida prácticamente moderna a la de Antonello, ubicaba ahora los individuos en un ámbito espacial unificado y definido.

En todo caso, este esquema va a ser el preferido por Bellini para la ejecución de las mucho más solemnes y magníficas decoraciones de altar del Quattrocento veneciano: la pala de San Job (Galería de la Academia, Venecia), efectuada para la iglesia de San Giobbe y fechable cerca de 1480, donde reanuda el régimen de la sagrada conversazione con la Virgen María cercada de santurrones y sentada en un alto trono preparado frente a un ábside, y la pala de San Zacarías, concluida en 1505 para la iglesia homónima, donde los contornos prosiguen suavizándose, los colores se empapan de vapor y la atmósfera pictórica se hace mucho más envolvente y matizada, de manera que las figuras quedan sumergidas en un ámbito abundante en mórbidas penumbras y diluidos y en arquitecturas renacentistas. Se trata de valores en los que es observable la conquista de la que fué llamada "pintura tonal", que triunfará con los enormes profesores del Cinquecento veneciano.

En sus últimos y no menos espectaculares años de actividad, el profesor continuó ampliando y modulando sus panoramas en dulces cadencias de lomas alumbradas por una cálida luz meridiana, como puede verse en la enorme pala con el Bautismo de Cristo de la iglesia de la Santa Corona en Vicenza, datable en el primer decenio del siglo XVI.

Una especial y al unísono inusual conjunción entre espacio y juego tonal la podemos encontrar, por servirnos de un ejemplo, en la admirable Alegoría sagrada (hacia 1500, Galería de los Uffizi, Florencia) inspirada indudablemente por los humanistas venecianos. El concepto de esta pintura no fué aún totalmente reconocido; la lectura temática se ve complicada por la dificultad de figuras distintas de tipo espiritual, mitológico y paisajístico. El grupo está cubierto de una atmósfera radiante, que amará Giorgione. Las figuras están inmersas en el aire despacio de un atardecer estival, y encajan tranquilamente en el ámbito de los montes, las aguas limpias y el cielo transparente que se refleja en el agua, en contraste con el ajedrezado suelo del primer chato. Se comunica, sin ningún género de dudas, la riqueza tonal de Giorgione y Lotto y el enigmático tiempo poético de las creaciones mitológicas venecianas.

En otras proyectos, el paisaje hace aparición enriquecido con inmuebles copiados de la verdad o con capítulos geórgicos, singularmente en las sagrada conversazione y en las últimas vírgenes con el Niño, para las que Bellini adoptó cada vez con una mayor frecuencia un formato apaisado con objeto de dejar mucho más espacio para el paisaje y, de esta manera, expresar con total tranquilidad en sus representaciones el acercamiento y la íntima comunión entre las criaturas celestes y la verdad terrena. Véase a este respecto, más que nada, la Madonna del prado (hacia 1500-1505, National Gallery, Londres), y la Virgen con Niño bendiciendo (1510, Pinacoteca de Brera, Milán), en las que se avisan ecos de Giorgione.

En la Madonna del prado, de las mejores madonnas pintadas por el artista veneciano, es viable ver, como era frecuente en las proyectos que abordan esta temática, un complejo simbolismo referido a la pelea entre el bien y el mal (representada en segundo término, a la izquierda, por un pequeño airón y una serpiente), y a la desaparición, simbolizada por el cuervo negro posado sobre un árbol seco. Pero lo que mucho más llama la atención es la calidad de la representación paisajística que enmarca a María y Jesús, y el tierno encanto que desprenden las dos figuras. La Virgen no ya es la reina entronizada del periodo medieval, sino más bien una muchacha madre que candela el sueño de su hijo. En cuanto al paisaje, de un poderoso realismo, indica el interés de la escuela veneciana por la representación del ambiente, alén del fondo abstracto gótico. El color es el enorme personaje principal de la composición: los ropajes de María, por servirnos de un ejemplo, son de una singular riqueza. En sus cálidos tonos se funden los contornos del dibujo, en un presagio de lo que, escasas décadas después, va a ser la pintura del enorme Tiziano.

La personalidad de Giovanni Bellini, siempre y en todo momento vigorosa si bien siempre y en todo momento dinámico, fue con la capacidad de concentrar en sus manos y legar a la pintura véneta un repertorio de elementos especialistas y expresivos que jamás antes se habían dado reunidos en un mismo pintor. Por ello, su estilo se impondría en la localidad de la laguna y marcaría la evolución de varios autores, entre aquéllos que cabe nombrar a Cima da Conegliano (1459-1517) o a otros como Giovanni Buonconsiglio, Andrea Previtali, Marco Basaiti o Bartolomeo Montagna. Más esenciales son los nombres de ciertos de sus acólitos directos, como Palma el Viejo o Sebastiano del Piombo y, más que nada, Giorgione y Tiziano, capaces de reforzar en las enseñanzas de su guía. Fue exactamente Tiziano el responsable de finalizar entre las escasas pinturas de tema profano de Bellini, el Festín de los dioses (National Gallery of Art, Washington), firmada y fechada en 1513. El hecho de que el máximo genio del siglo XVI veneciano pudiera llevar a término la obra de Bellini sin apreciables diferencias de lenguaje forma una prueba de la modernidad a la que fue con la capacidad de amoldarse gradualmente el viejo profesor en los años finales de su historia.

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